En oficinas sin gerentes, el murmullo de los teclados no cesa y las decisiones se toman sin una voz humana que las articule. En apariencia, el trabajo fluye como siempre, pero bajo la superficie, algo fundamental ha cambiado: no hay jefes caminando entre escritorios, ni reuniones para definir prioridades. Las instrucciones llegan directamente a las pantallas; las advertencias, las bonificaciones y hasta las sanciones también. Todo está automatizado. Y lo más llamativo es que nadie habla de ello. El management algorítmico, como se le llama, ha crecido en silencio, volviéndose tan común que su uso ya no se debate, se oculta.

Dependencia informática

Entre junio y agosto de 2024, una encuesta realizada en más de seis mil empresas de Estados Unidos, Europa y Japón reveló lo que muchos sospechaban: el control de los equipos de trabajo ya no pertenece a las personas. En Estados Unidos, el 90% de las empresas lo admite; en Europa, el promedio alcanza el 79%; Japón va más lento, con apenas un 40%. Pero no se trata solo de una adopción tecnológica, sino de una mutación del poder. Las empresas estadounidenses, por ejemplo, utilizan más de diez tipos diferentes de herramientas algorítmicas para dirigir, vigilar y evaluar a sus empleados. Y lo hacen sin pausa: el 88% monitorea el tiempo de trabajo, el 86% controla la finalización de tareas, y el 90% usa esos datos para aplicar premios o castigos. Lo sorprendente es que el 55% llega incluso a registrar el contenido y el tono de voz de conversaciones, llamadas o correos.

Esta transformación no fue anunciada. Todo lo contrario: ocurre bajo una capa de normalidad, donde la IA se presenta como una mera herramienta de apoyo. Sin embargo, la verdad es otra. En muchos sectores, especialmente en Estados Unidos, el gerente humano se ha vuelto un espectador. Las herramientas dan instrucciones, reparten tareas, evalúan el rendimiento y recomiendan sanciones o reconocimientos. Los gerentes que quedan, cuando existen, simplemente validan lo que el sistema ya decidió. Y muchos de ellos celebran esta delegación: el 60% afirma que ahora toma mejores decisiones, tiene menos estrés y más tiempo para tareas “estratégicas”. Pero lo que no dicen es que sus decisiones ya están pre digeridas por algoritmos, y su función es cada vez más simbólica.

Recursos laborales

En Europa, el proceso es más gradual, aunque no menos contundente. Se usan menos herramientas, principalmente de instrucción y monitoreo básico, y existe una mayor reticencia al reemplazo total del juicio humano. Las preocupaciones por el bienestar de los trabajadores y la resistencia del personal todavía frenan la expansión total del algoritmo. Sin embargo, el camino está trazado. Solo el alto costo demora una automatización generalizada. Japón tiene un bajo empleo de esta tecnología, pero el patrón se repite. El monitoreo es la puerta de entrada. Se empieza por saber cuándo se trabaja, luego se mide cómo se trabaja, y finalmente se decide quién debe seguir trabajando.

Las herramientas de evaluación, especialmente peligrosas, ya determinan ascensos, despidos y asignación de tareas. Y lo hacen con una lógica que los propios gerentes reconocen como difícil de comprender. De hecho, más de un cuarto de ellos admite que no entiende cómo funcionan los algoritmos que regulan a sus equipos. Otro tanto no sabe con claridad quién es responsable cuando algo sale mal.

La clandestinidad no radica solo en el uso, sino en el ocultamiento de las implicancias. A pesar de que el 89% de las empresas dice tener alguna medida de gobernanza, como directrices internas o auditorías, muy pocas permiten a los trabajadores salirse del sistema, acceder a los datos que se recolectan sobre ellos o pedir correcciones. El algoritmo decide, y el empleado obedece. Y aunque se hable de transparencia y diálogo social, lo cierto es que el poder cambió de manos sin pasar por la vista de nadie.

Los defensores del sistema afirman que reduce sesgos, mejora la eficiencia y permite decisiones más justas. En Estados Unidos esa percepción es generalizada. En Europa y Japón, en cambio, muchos piensan que los sesgos se han reforzado. Lo irónico es que cuanto más se automatiza, más se oculta. La inteligencia artificial no reemplaza al management humano: lo absorbe desde adentro, hasta que se vuelve innecesario. Ya no se trata de un gerente asistido por IA, sino de una IA que actúa con un gerente de pantalla. La figura humana sobrevive en los organigramas, pero ya no en la práctica. El resultado final no es una oficina sin humanos, sino una estructura donde los humanos se han vuelto superfluos. Y, como en toda transformación silenciosa, lo más importante no es lo que se dice, sino lo que se deja de decir. El management ha muerto; larga vida al algoritmo.

Las cosas como son.