Nvidia fabrica los procesadores más potentes para inteligencia artificial (IA), pero detrás de ese escaparate hay un negocio menos visible y con márgenes enormes: la interconexión de alto rendimiento.
Este negocio mueve cifras dignas de una empresa entera y es vital para que las supercomputadoras de IA funcionen. Asimismo, es una de las razones por las que China está irremediablemente rezagada en esta carrera.
Para entenderlo hay que empezar por lo básico. Un procesador, o chip, es el cerebro de un sistema. En IA, los más avanzados son los de Nvidia, capaces de realizar cálculos masivos para entrenar y ejecutar modelos.
El problema es que un solo chip, por potente que sea, no basta. Los algoritmos modernos necesitan miles de estos componentes trabajando en paralelo. La clave está en que esos miles de procesadores se comuniquen de forma instantánea, como si fueran un único cerebro gigante. Estos enlaces no se hacen con un cable cualquiera: requieren tecnologías especializadas, ultrarrápidas y diseñadas para no generar cuellos de botella.
Ahí entra el negocio de redes de Nvidia, que se basa en tres piezas: NVLink, conecta directamente procesadores dentro de un mismo servidor; InfiniBand, integra servidores completos formando supercomputadoras; y Ethernet de alta velocidad, para la gestión de almacenamiento y control. Sin estas tres capas, el rendimiento de los microprocesadores se derrumba: es como tener un motor de Fórmula 1 y ponerle una caja de cambios de bicicleta.
Las cifras muestran que este negocio no es marginal. En el último año fiscal, Nvidia facturó 115.100 millones de dólares en su segmento de centros de datos. De ese total, los chips aportaron unos 102.100 millones, mientras que la división de redes generó 12.900 millones. Esa cifra supera lo que Nvidia gana en toda su división de videojuegos, que quedó en 11.300 millones.
En el primer trimestre del año en curso, el negocio de redes aportó 4.900 millones sobre un total de 39.100 millones de dólares en centros de datos. Y, lo más importante, estos ingresos tienen márgenes altos: cada cliente que compra chips Nvidia casi siempre compra también las redes, porque las alternativas reducen tanto el rendimiento que no son viables. Es un ingreso “atado” a cada venta de hardware, y crece con cada expansión de capacidad de IA.
Este control absoluto se traduce en un monopolio técnico. NVLink y las implementaciones de InfiniBand de Nvidia son tecnologías que no pueden sustituirse sin perder rendimiento. Los competidores, como AMD o Intel, tienen proyectos para competir, pero están lejos de igualar la integración de Nvidia. En la práctica, si se compran chips Nvidia, también se adquieren sus redes. Y ahí es donde China se topa con un muro.
Por las restricciones estadounidenses, China no puede importar libremente los procesadores más avanzados de Nvidia. Incluso las versiones recortadas autorizadas vienen sin el acceso completo a NVLink y con limitaciones en la interconexión. Sin estas tecnologías, aunque se consigan los semiconductores por canales indirectos, no funcionan como en los centros de datos occidentales.
Es como recibir las piezas de un avión sin las alas. A esto se suma que Nvidia no puede entregar en China su plataforma de software CUDA, que es el entorno de programación y optimización de todo el conjunto. Sin CUDA, no hay manera de sacar el máximo rendimiento a las máquinas.
China respondió con desarrollos propios, como los procesadores Ascend de Huawei y sistemas de interconexión óptica a gran escala. Sobre el papel, estas tecnologías conectan cientos de procesadores chinos, pero en la práctica consumen más energía, tienen más latencia y carecen de un ecosistema de software y herramientas equivalente a CUDA. Además, no hay compatibilidad directa con los programas existentes, lo que obliga a reescribir y adaptar código, retrasando cualquier despliegue masivo.
El retraso es estructural: Nvidia controla el procesador, la interconexión, el software y el soporte. Esto significa que la ventaja no está en que todo el ecosistema está cerrado y es coherente, optimizado para funcionar en conjunto, incluyendo los procesadores ultrarrápidos. Si se cambia cualquiera de las piezas, todo el rendimiento se desploma. En este contexto, China está, tanto sin los chips más avanzados así como sin la red que los conecta y el software que los hace útiles.
El negocio de redes de Nvidia es una barrera de entrada que garantiza su liderazgo. Quienes no tengan acceso a sus redes y su software competirán con herramientas menos eficientes. Los 12.900 millones de dólares que factura esta división son ingresos recurrentes, ligados a la venta de cada chip y multiplicados por la expansión de la IA en todo el mundo.
Mientras la atención se centra en los procesadores, Nvidia refuerza su ventaja con una infraestructura invisible para el público, pero imprescindible para la élite tecnológica. En la carrera por la IA, esta infraestructura es el equivalente a controlar tanto los motores de todos los coches, así como las carreteras por las que circulan.
Y para China, esos caminos están clausurados. Sin acceso a chips avanzados, sin CUDA y sin las redes de Nvidia, cualquier intento de alcanzar a Occidente en IA de alto nivel será como correr una maratón con las piernas atadas.
Las cosas como son