De cuidar vacas, vender leche y nata en un obrador y fundar la industria lechera ATO, a líderes del telecom real estate, como se denomina la propiedad y gestión de infraestructuras de telecomunicaciones. Esta es la historia de cuatro generaciones de la familia Balcells, que han pasado de la ganadería a la tecnología sin moverse del mismo barrio: la Marina del Prat Vermell, situado entre Montjuïc y el Llobregat.
Dos ramas de la familia Balcells están al frente de Sertram, un complejo tecnológico único en España y uno de los pocos del mundo que funciona como "punto neutro de interconexiones" desde el que opera un centenar de operadoras internacionales. Alojan centros de datos. Garantizan la "continuidad de negocio", o sea, que nunca quedarán sin suministro eléctrico o conexión a Internet porque disponen de sistemas alternativos y redundantes. Por eso no les afectó al gran apagón del 28 de abril pasado.
En una conversación con ON ECONOMIA, Jordi Balcells García (director de inversiones y estrategia, en la imagen superior), Núria Balcells Gallés (directora comercial) y Francesc Balcells Gallés (director financiero) –que comparten la función de CEO y forman el consejo de administración de Sertram– recuerdan que la historia empresarial familiar "empezó con una vaca en 1908". Su bisabuelo, Magí Balcells Malet puso vacas de leche en Can Magí, una masía de Marina de Sants (actualmente, Marina del Prat Vermell) que acabó teniendo como vecinos el desaparecido Hipódromo de Can Tunis, donde se reunía la aristocracia barcelonesa los domingos, y los depósitos de combustible de Campsa, que se convirtieron en objetivo militar durante la Guerra Civil. Como suponían un peligro, la familia se refugió aquellos años en el pueblo de Les Piles (Tarragona).
Finalizada la guerra, la segunda generación, Magí Balcells Civit y Rufina Rabanete, su esposa, una figura clave en este linaje empresarial, volvieron a la vaquería y obrador que habían abierto en el barrio de Sants –en la confluencia de la calle Rossend Arús y del pasaje del Baró de Grinyó– pero, al final de la década, se vieron obligados a trasladar el negocio porque las normativas municipales ya no permitían tener vacas dentro de la ciudad.
La yaya Rufina
En un acto en el Círculo Ecuestre el martes pasado, centrado en la historia de esta estirpe familiar, Jordi Balcells destacó la figura de la yaya Rufina, que falleció en 1995 a los 90 años de edad: cuando cerraron la lechería de Sants, fue quien tuvo la idea de construir una embotelladora de leche en la finca familiar de La Marina del Prat Vermell y, en lugar de producirla ellos, traerla desde otras granjas de Catalunya. "La familia asumió un riesgo importante para hacer realidad este cambio total de modelo de negocio", indica Jordi Balcells.
Tiempo después, la empresa Centro Láctico Balcells (Cebalsa) se transformó en ATO, que acabó siendo el cuarto grupo lechero del Estado por facturación, con una plantilla de 1.200 empleados y cinco plantas de producción en Catalunya y el norte de España a principios de la década de los noventa. Esta transformación ya fue liderada por la tercera generación. Rufina tuvo seis hijos: Magí, Maria, Teresa, Francesc, Andreu y Josep Balcells Rabanete.
A principios de los noventa, la familia vendió ATO a la francesa Union Latière Normandie. En la actualidad, está controlada por Natura Llet (con el 60%, participada por siete grupos ganaderos catalanes) y tiene como socia a la Corporación Alimentaria Peñasanta (con el 40%, que son los dueños de Central Lechera Asturiana).

La familia decidió vender ATO ante el "cambio de paradigma" de la industria lechera: la consolidación de las grandes cadenas de distribución y la marca blanca redujo los márgenes, pero también influyó la entrada de España en la Unión Europea, que en 1986 limitó las cuotas de leche.
Antes de la venta, la familia ya había entrado en el sector inmobiliario, pero fue en 1992, a pesar de la crisis postolímpica, que apostaron por el telecom real estate. Dos ramas familiares de la cuarta generación –Jordi Balcells Garcia, único hijo de Andreu; y los hermanos Francesc y Núria Balcells Gallés, hijos de Francesc– son las propietarias de Sertram.
Si la entrada de España en la UE conllevó dificultades para la industria lechera, también obligó a la liberalización de las telecomunicaciones a partir de 1987, lo que les abrió una nueva puerta de negocio. En aquel momento, uno de sus primos, Tomàs Domínguez Balcells (ahora trabaja en el sector sanitario), formado en informática y telecomunicaciones en Estados Unidos, propuso este nuevo modelo de negocio basado en la gestión y propiedad de inmuebles e infraestructuras de telecomunicaciones. "¿Por qué no aprovechamos los terrenos de la antigua fábrica para construir edificios que alojen a los nuevos operadores de telecomunicaciones internacionales?". Este es el origen de Sertram, situada en la Marina del Prat Vermell.
Precisamente, gracias a la familia Balcells, este barrio es uno de los grandes polos tecnológicos. Al respecto, Jordi Balcells apunta que han competido "con engranajes públicos muy potentes" que han apostado por el 22@, en una referencia implícita al Ayuntamiento, o por Cerdanyola del Vallès, en otra referencia implícita por el entorno del Sincrotón Alba que han recibido el apoyo de la Generalitat y del Gobierno. En la Marina, los Ballcells son los principales promotores inmobiliarios de un barrio con grandes proyectos de crecimiento residencial y empresarial.
Helena Torras, fundadora e inversora de start-ups, referente en la innovación, fue la encargada de presentar a Jordi Balcells en el acto del Círculo Ecuestre y resumió la historia del barrio así: "Hubo un tiempo en que, entre Montjuic y el Llobregat, la ciudad tenía vacas en primera línea de mar, carreras de caballos los domingos en el Hipódromo de Can Tunis –por cierto, impulsado por el Ecuestre– y un tranvía que conectaba aquel paraíso con la Rambla". Pero, después, como recordó Balcells, se convirtió en el "patio de atrás" de la ciudad, con instalaciones como la Campsa, hasta que se volvió a recuperar.
Jordi Balcells está convencido de que la familia ha mantenido los "valores" de la yaya Rufina: “seny i rauxa” (sensatez y arrebato, en catalán). Hasta su último día, Rufina vivió en el piso que tenía encima de la misma la fábrica. "Hay momentos en que se toman decisiones que lo cambian todo, en el que se asumen riesgos cuando se tiene que arriesgar, pero también ha habido paciencia cuando tocaba".