Desde el 1 de enero, la eurozona se prepara para dar la bienvenida a su vigésimo primer miembro, Bulgaria, en la primera ampliación desde que Croacia se sumó hace tres años. Esta adhesión culmina un proceso de aproximación largo y meticuloso, pero se enmarca en un contexto doméstico de profunda agitación, con protestas ciudadanas que precipitaron la caída del gobierno búlgaro a principios del mes de diciembre. La llegada del euro, símbolo máximo de integración europea, se ve marcada por las ansiedades de una población que teme incrementos de precios y que muestra un apoyo escéptico hacia la moneda única. El camino hacia la eurozona ha sido largo para el país balcánico.
Aunque las aspiraciones se manifestaron desde la misma entrada en la Unión Europea en 2007, no fue hasta julio de 2020 que su moneda, la leva, pudo acceder al Mecanismo de Tipos de Cambio II, considerado la sala de espera obligatoria para la adopción del euro. Allí permaneció durante dos años, demostrando su estabilidad y cumpliendo los rigurosos criterios de convergencia. Finalmente, el Consejo de la Unión Europea dio el visto bueno definitivo en julio del año pasado, fijando para siempre el tipo de cambio en 1,95583 levas por euro.
Para facilitar una transición ordenada, las autoridades han implementado un período de convivencia. Desde agosto pasado, todos los productos en los comercios muestran ya su etiqueta de precio en ambas monedas, una práctica que se prolongará durante todo un año. El 1 de enero marcará el inicio oficial de la vida dentro de la eurozona y se abrirá un breve paréntesis de un mes, hasta el 31 de enero, durante el cual tanto los euros como las levas circularán de manera legal y válida para cualquier transacción.
A partir de febrero, el euro se convertirá en la única moneda de curso legal en el país. No obstante, el cambio de las viejas levas por nuevos euros todavía será posible sin prisa. El Banco Nacional de Bulgaria se ha comprometido a realizar esta operación de forma gratuita y sin límite de tiempo, una garantía fundamental para la confianza pública.
Hasta finales del próximo año, este servicio se ofrecerá también a través de la red bancaria comercial y de oficinas de correos, especialmente en localidades más pequeñas, con la posibilidad de que estas entidades introduzcan comisiones a partir del mes de julio. La materialización de este cambio se concretará en monedas que llevan impresos los símbolos nacionales búlgaros. Sin embargo, estos símbolos llegan en un momento de profunda desconfianza.
La reciente crisis política, que forzó la dimisión del gobierno tras multitudinarias protestas contra los presupuestos del próximo año (los primeros en euros), es solo la punta del iceberg de un malestar más amplio. Las encuestas reflejan un rechazo mayoritario a la moneda única, con solo un 39% de apoyo ciudadano, motivado principalmente por el temor a una espiral inflacionista. La población teme que el cambio sirva de pretexto para un redondeo generalizado de precios hacia arriba, erosionando aún más su poder adquisitivo.
Ante estos temores, las voces oficiales intentan encontrar un equilibrio entre el reconocimiento honesto de los riesgos y el mensaje tranquilizador. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, admitió durante una visita a Sofía que la preocupación ciudadana es "totalmente legítima". Recordó que en transiciones anteriores, como la de Croacia en 2023, el impacto inflacionario directo atribuible al cambio de moneda fue de aproximadamente cuatro décimas y tendió a disolverse con relativa rapidez. Su esperanza, y la de las instituciones, reside en lo que ella denomina un "patrón psicológico repetitivo": la incertidumbre inicial es sustituida por una mayor confianza una vez que la nueva moneda se convierte en una realidad cotidiana, especialmente cuando se apoya en un banco central creíble.
Paralelamente, el gobernador del banco central búlgaro, Dimitar Radev, ha querido subrayar los aspectos positivos de esta nueva disciplina. Ha argumentado que la pertenencia a la eurozona impone unos marcos más estrictos que limitan el "margen de maniobra política y económica", convirtiéndose así en un antídoto contra la inestabilidad interna y ofreciendo a los mercados financieros un entorno institucional más previsible. En su visión, el rigor impuesto por Frankfurt puede acabar siendo un escudo protector para la economía búlgara.
En definitiva, la entrada de Bulgaria en el euro es mucho más que un simple cambio de billetes y monedas. Esta integración monetaria choca con una realidad social de descontento y miedo al futuro. El éxito de la transición, por tanto, no se medirá solo en términos de tipos de cambio o estabilidad financiera, sino también en la capacidad de las instituciones para convencer a una población escéptica de que el euro es un instrumento para la prosperidad compartida.
