La lucha contra la desigualdad económica en Catalunya registra un progreso tangible, aunque desigual. Los datos del último Atlas de la renta de los hogares, publicado por el INE, dibujan un paisaje de contrastes donde la tendencia general es positiva, pero bajo la superficie esconde profundas fracturas territoriales y sociales.
El indicador clave, el Índice Gini, que mide la concentración de la riqueza en una escala de cero (igualdad perfecta) a cien (desigualdad absoluta), ha bajado en Catalunya de 34,4 puntos en 2015 a 31,4 en 2023. Este descenso de tres puntos en ocho años sugiere una moderación de la concentración de la renta, un fenómeno que analistas atribuyen a posibles efectos de las políticas fiscales, la recuperación del mercado laboral pospandemia y el impacto de las transferencias sociales.
Este progreso sitúa a Catalunya, con su 31,4, por debajo de la media española. Sin embargo, esta cifra aún la convierte en el cuarto territorio de España con mayor desigualdad, un ranking encabezado de forma destacada por la Comunidad de Madrid.
Este estudio comparativo pone de relieve que, si bien el camino es el correcto, el ritmo de mejora es insuficiente para situarse entre las regiones más igualitarias de España. La persistencia de esta posición indica la existencia de estructuras económicas y sociales profundamente arraigadas que dificultan una redistribución más amplia de la riqueza.
El mapa de la desigualtat per demarcacions
Desglosando el mapa de la desigualdad, se revelan dinámicas territoriales divergentes. La demarcación de Barcelona se mantiene como el núcleo con mayor concentración de ingresos, un hecho lógico dado su peso como centro económico y financiero.
Sin embargo, la verdadera historia del éxito se encuentra en el resto de territorios. Tarragona, Girona y, especialmente, Lleida no solo presentan cifras más bajas, sino que han protagonizado los descensos más acentuados.
Tarragona, por ejemplo, ha prácticamente rebajado su índice en cuatro puntos desde 2015, un progreso notable que podría estar ligado a la transformación de su tejido productivo. Lleida, por su parte, se consolida como el territorio con una distribución de la renta más equitativa entre los catalanes
Si descendemos a la escala municipal, las diferencias se vuelven abismales. El espectro de la desigualdad oscila entre el valor excepcionalmente bajo de Castellar de la Ribera, en Solsonès, y el muy elevado de Das, en la Cerdanya.
Esta última cifra no es una anomalía aislada. Municipios como Bolvir, Sant Mori en el Alt Empordà y especialmente La Riba en el Alt Camp, donde el índice se ha disparado quince puntos desde 2020, conforman un preocupante club de localidades con una altísima desigualdad. El caso de La Riba es particularmente inquietante y merecería una investigación específica para averiguar las causas de esta regresión tan brusca en un período tan corto.
La distribución de los municipios que superan la media catalana también es elocuente. La provincia de Girona acumula casi el doble de municipios en esta lista que el resto de demarcaciones. Esta sobrerrepresentación señala la existencia de un modelo socioeconómico específico en las comarcas gerundenses que propicia mayores contrastes, posiblemente ligado a una economía dual con un turismo de alta gama que convive con una población local con dificultades para acceder a la vivienda y a los recursos básicos.
La realidad de la fractura social
La imagen más cruda y precisa de la fractura social se observa en el análisis de las secciones censales. Aquí, la desigualdad no es una abstracción estadística, sino una realidad vecinal. Más de una de cada cinco secciones supera el índice Gini de Catalunya.
Y de entre ellas, setenta y seis presentan valores iguales o superiores a cuarenta, convirtiéndose en los epicentros de la concentración de la riqueza en el país. Estos enclaves se encuentran en puntos tan diversos como diversas secciones de la ciudad de Barcelona, Esplugues de Llobregat, Sant Cugat del Vallès, Sitges, y, nuevamente, Das y Sant Mori.
El análisis de estas zonas de alta tensión social revela patrones económicos clave que explican la desigualdad. En las secciones con mayor desigualdad, los salarios representan menos de la mitad de los ingresos de los hogares. No hay ninguna sección de estas donde los sueldos supongan más del 60% de los ingresos.
Esto sugiere que la renta proviene fundamentalmente de otras fuentes: rentas del capital, beneficios empresariales, herencias o ganancias patrimoniales. Es una economía donde el esfuerzo laboral no es el principal motor de la acumulación de riqueza, sino la posesión de activos y capital preexistentes.
Otra manera de analizar esta fractura es observando la diferencia entre la renta media y la renta mediana. La media es la suma total de ingresos dividida entre el número de hogares, mientras que la mediana es el valor central, el punto donde la mitad de los hogares gana más y la otra mitad menos.
En una sociedad igualitaria, ambas cifras son similares. En las secciones con alta desigualdad, la diferencia es escalofriante. Esto significa que unos pocos hogares con ingresos muy altos están "desplazando" la media hacia arriba, creando una falsa impresión de bienestar general, mientras la mayoría de la población vive con rentas mucho más cercanas a la mediana, que es significativamente más baja. En contraste, en la mayoría de Catalunya esta brecha es cinco veces más estrecha, indicando una distribución mucho más homogénea.
En conclusión, los datos muestran una Catalunya en transición. El descenso general del Índice Gini es un síntoma positivo que hay que celebrar y consolidar. Sin embargo, la persistencia de verdaderas islas de desigualdad extrema, especialmente visibles a escala municipal y de sección censal, actúa como un recordatorio urgente de que el crecimiento económico no se traduce automáticamente en bienestar compartido.
El reto para los próximos años no será solo continuar mejorando la media, sino abordar con políticas específicas y ambiciosas estos focos de fractura social donde la riqueza se concentra y el hogar medio se queda atrás.