Jaume Asens nació en Barcelona en 1972, en una familia de tendencia republicana, leída y acomodada. Su madre era diseñadora y su padre era químico y profesor de Economía. De pequeño fue a la escuela Decroly, un centro catalanista y católico, que sigue los métodos de un psicólogo belga de principios del siglo XX. Ovide Decroly se oponía a la disciplina convencional de la escuela burguesa y propugnaba un sistema pedagógico pensado para enseñar a los niños a vivir en libertad y cerca de la naturaleza.

Los alumnos de Decroly celebraban elecciones cada tres meses. "El grupo ganador –recuerda el dirigente de Barcelona en Comú–, incluso podía criticar la actitud o la decisión de un maestro, si consideraba que no había sido justa". Los estudiantes se ocupaban de tareas que generalmente llevan a cabo trabajadores a sueldo, como atender el teléfono de la recepción. La escuela funciona desde los años cincuenta y está ubicada en una villa de Sant Gervasi. Tiene un huerto, un jardín botánico y unos cuantos animales que también son responsabilidad de los alumnos.

Acabada la EGB, Asens fue a la escuela Sant Gregori, otro centro que se inspira en pedagogos naturalistas de principios del siglo XX –Alexandre Galí y Maria Montessori–. El Sant Gregori ha sido una fábrica de crear nacionalistas radicales de estos que aman Catalunya pero están formateados para creer que, en el fondo, la independencia es imposible. Hablando con una concejala convergente con la que había coincidido, Asens mencionó la escuela Decroly y la mujer quedó aliviada. Le costaba entender que sus posiciones políticas hubieran salido del Sant Gregori.

De pequeño, el actual teniente de alcalde de Participación y Transparencia quería ser biólogo marino, pero finalmente estudió Derecho y Filosofía con la idea de ser profesor como su padre. En la Facultad de Derecho se apuntó al BEI, un sindicato universitario independentista próximo a ERC. En la facultad de Filosofía, que entonces era un ambiente de gente extraña –de estos que hoy llamaríamos friquis–, conoció a Ada Colau y se hizo de un grupo asambleario. El caldo de cultivo de Filosofía le gustó más que el de la facultad de Derecho y marcó bastante más su vida.

"La filosofía –me explica– me dio una distancia crítica con el derecho". Si el derecho permite tener una vida próspera y ordenada –muchos políticos, por ejemplo, han estudiado leyes–, la filosofía invita a dudar de todo. A través de la filosofía, Asens se alejó de la noción tan rígida de la ley que tiene las personas que han estudiado Derecho. No sólo entendió que todo sistema legal lleva el virus de su destrucción. También vio que la ley está pensada para ayudar a los hombres, pero que "acaba siendo de una correlación de fuerzas y que, justamente por eso, la mayoría de derechos importantes se han conseguido desde la ilegalidad".

Cuando ya trabajaba de abogado, se matriculó en un máster de Ciencias Políticas. Empezó a escribir una tesi sobre el derecho a la protesta pero no la acabó. Asens pertenece a una generación que creció entre los traumas del franquismo y las esperanzas de la transición y que ha tenido tendencia a tomar actitudes rebeldes contra el poder. Cuando era joven, el independentismo ofrecía pocas posibilidades de desarrollo haciendo de Robin Hood. El ámbito de la izquierda era más flexible y permeable. Y el activismo y el oficio de abogado lo fueron arrastrando, hasta que abandonó la idea de ser profesor universitario. 

Como abogado, enseguida escogió la trinchera. Sus referentes eran los abogados antifranquistas que trataban de parar los pies a la Brigada político-social o a los jueces de los tribunales de excepción. Durante más de veinte años trabajó intentando poner el sistema contra el sistema, tratando de encontrar "visiones alternativas de la legalidad". Defendió a delincuentes como el Vaquilla y a algunos asesinos, pero sobre todo se centró en casos relacionados con la defensa de los derechos humanos, de los movimientos sociales y de la lucha contra la corrupción.

"El derecho –me dice– es una expresión del poder pero también es una aspiración de justicia de los que luchan contra sus abusos". El ambiente de las comisarias y de los tribunales radicalizó sus convicciones, pero también le dio un talante tolerante. Aunque ha trabajado para llevar a Fèlix Millet, la familia Pujol o Bárcenas ante el juez, me asegura que le cuesta "hacer juicios severos sobre las personas". A diferencia de muchos políticos actuales, Asens conoce los textos que Jordi Pujol escribió antes de llegar a la Generalitat. También le gustan Michael Houellebecq y Milan Kundera, "por la crítica que hace del comunismo". Y tiene una buena opinión de Manuel de Pedrolo, cosa inaudita en la izquierda catalana.

En el ámbito del activismo, Asens participó en todas las manifestaciones antiglobalización que pudo como colaborador de Legalteam. Influido por figuras como Manuel Sacristán o Fernández Buey –que fue su director de tesis–, creía que la mejor manera de cambiar el mundo era crear espacios de contrapoder y convertir las protestas de la calle en discurso jurídico. Asens cree que las protestas "no se tendrían que ver como actos de resistencia a la legalidad, sino como actos de resistencia contra quien viola el derecho desde el poder público o privado, especialmente en tiempos de crisis".   

No fue hasta el descalabro de los últimos años que se planteó cambiar la abogacia por la política. La ventana de oportunidades que abrió la crisis, lo llevó a pensar que los movimientos sociales tenían un límite y que era la hora de pasar al ataque. La máquina de triturar que las consultas sobre la independencia pusieron en marcha, empezaron destrozando al PSC y a Iniciativa. Además, por primera vez desde la Transición, el PP y el PSOE dejaron de sumar más del 50 por ciento de los votos en España. A pesar de que los relatos sistémicos saltaron por los los aires, la ILP de la PAH cayó en el Congreso y el PP ganó después del 15-M

El panorama era un magnífico incentivo "para ir a combatir al sistema en su campo de juego". Ahora, la llegada al ayuntamiento de su partido le ha hecho darse cuenta que, desde las instituciones, las cosas no se ven tan claras como desde la calle. "Cuando te has acostumbrado a defender los intereses de una parte –me dice–, pensar en el bien común resulta un poco chocante, de entrada". De golpe, Asens y muchos miembros del nuevo ayuntamiento se han encontrado con que, a menudo, gobernar consiste en gestionar el malestar y las expectativas frustradas. 

– Cualquier decisión que tomas hace enfadar a alguien –me dice–. Reparar una injusticia te lleva a cometer otra injusticia.

– ¿Hombre, pero eso no lo sabíais cuando hacíais la campaña electoral y hablabais de la mafia?

– Pues no –me responde con una naturalidad de criatura que se ha comido todo el chocolate –.  

Asens dice que una de las cosas que no sabe si podrá aguantar, es el hecho de que los partidos lo conviertan todo en un arma partidista hasta el punto de votar contra propuestas que les gustan sólo por cálculo electoral. Habla del barro de la política. Se lamenta de que Alfred Bosch no quisiera pactar para hacer de puente entre Podemos y CDC. Sonrío. Siempre he pensado que Xavier Trias hizo una campaña infame por una intuición quizás nunca hecha consciente de que una Barcelona demasiado fuerte haría inevitable el conflicto con España. La dialéctica entre CDC y Podemos es ideal para el autonomismo resistente.

A diferencia de Ada Colau y sus compañeros de Iniciativa, Asens se pronunció a favor de llevar el 9-N hasta el final. Si el gobierno de Ada Colau se decidiera a convertir Barcelona en la capital mundial de la democracia, liderando un referéndum que hiciera honor a su fama de ciudad vanguardista, las negociaciones entre los grupos municipales cogerían más altura. De momento, Colau prefiere mantener un perfil bajo y aprovechar que es el mal menor del Estado en Cataluña. Con la audacia de la oposición, podrá gobernar el ayuntamiento tantos años como quiera, incluso aunque la globalización nos pase por encima.

Si nunca se cree la propaganda y quiere hacer otra cosa, se desintegrará como Pasqual Maragall.