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Oriol Junqueras es un hombre que sufre, pero que nunca se da por vencido. Su gran virtud es la paciencia y su peor enemigo es el miedo. Como otras personas inteligentes, capaces de mantener un doble discurso sin confundir-se de argumento, el presidente de ERC es hábil y al mismo tiempo miedoso. Si el coraje y el carácter insolente de Mas son fruto de haber crecido en un entorno tranquilo y de ser un producto del sistema, la psicología de Junqueras no se puede separar del hecho de haber experimentado las pequeñas crueldades del mundo y de haber tenido que nadar a contracorriente para llegar donde está. Esta diferencia ha creado una distancia que complica su relación.

Nacido en 1969, Junqueras creció en Sant Vicenç dels Horts, en una antigua torre de veraneo para ricos que había quedado al lado de un campamento de barracas. Según las fotografías, de pequeño ya lucía una frente de niño despierto y tenía un ojo más bajo que el otro, cosa que debió valerle burlas e insultos, y aguantar perdonavidas. Unas monjas que hacían trabajos sociales en el campamento quedaron cautivadas por su inteligencia e insistieron a los padres para que lo llevaran al Liceo italiano. En la universidad, jugó un papel importante en la FNEC, el sindicato de estudiantes independentista, hasta que salió escaldado en las luchas internas.

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Hijo de una enfermera y de un catedrático de instituto, Junqueras empezó económicas en la UB, pero se acabó doctorando en la Universitat Autònoma en Historia Moderna. Su tesis, dedicada al pensamiento económico catalán, trata los orígenes del conflicto entre Madrid y Barcelona y la decadencia del imperio hispánico. A pesar de su oratoria y su buen expediente, no lo tuvo fácil para hacerse un lugar en la universidad. Es posible que su tesis fuera demasiado atrevida para los prejuicios de la época. Eso explicaría que acabara dando asignaturas como "Historia premoderna del Asia oriental" y que, antes de vivir de la política, combinara las estancias de investigador en Cuba o en el Vaticano con apariciones en la radio y la televisión.

En febrero del 2009, cuando Junqueras ya era concejal de Sant Vicenç dels Horts, ERC lo escogió para competir con el candidato de CiU Ramon Tremosa, en las elecciones europeas. El autonomismo envejecía. Los partidos buscaban independientes de perfil soberanista para dar una imagen de credibilidad y de renovación. Junqueras se había pronunciado contra el Estatut, y fue presentado por los republicanos como un independentista "de verdad". En Bruselas, cerró filas con Tremosa y con Raül Romeva, que entonces era federalista y representaba Iniciativa, y los tres se entendieron bien. Alejado de la guerra interna que vivía ERC, la proyección que le dio Europa fue suficiente para que en el 2011 apareciera como un hombre de consenso con posibilidades de poner paz y hacer limpieza.

Desde entonces, la trayectoria de Junqueras ha pasado por tres etapas. La etapa de consolidación fue coronada en 2012, con unos resultados electorales excelentes propiciados por el clima de euforia independentista y por la campaña periodística contra el presidente Mas. La segunda etapa no acabó tan bien. Después de luchar por conseguir que la consulta del 9N tuviera lugar y que la pregunta llevara la palabra "independencia", se encontró dando apoyo a una fiesta noucentista que sólo sirvió para convertir a Mas en un héroe y dejarle a su merced. Aquella etapa, que había empezado con un Junqueras pletórico, capaz de proponer una huelga general para forzar al Estado a negociar un referéndum, acabó con el líder de ERC agotado y asediado por sus propios aliados.

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En los últimos meses Junqueras ha optado por la discreción. Dejando de lado la exhibición que hizo en el debate con el ministro Margallo, el líder de ERC ha mantenido un perfil bajo, como si tratara de pasar desapercibido en medio de la carnicería. Junqueras es un político que a menudo se esconde bajo una capa de sentimentalismo y de mediocridad porque tiene presente que, hasta hace poco, el Estado ha utilizado la fuerza para conseguir sus objetivos. Si Madrid menciona a Terra Lliure tan a menudo como puede, hace un año Junqueras recordaba en su blog que entre 1975 y 1980 los grupos españolistas cometieron 500 atentados en Euskadi, con 38 muertos y 128 heridos. En el aniversario del asesinato de Guillem Agulló, Junqueras recordó que aquella salvajada fue condenada por todos los partidos excepto Unión Valenciana, la Falange y el PP.

Ahora la violencia es más sutil. Pero Junqueras es consciente, como quizás sólo lo ha sido Pujol, de que un Estado tiene mucho recursos para destruirte, más de los que Mas se puede llegar a imaginar. Junqueras tiene pánico de la marginación social y el fracaso personal que han sufrido muchos catalanes que, como él, han creído que no tenían nada mejor por hacer que luchar por la libertad de su país; entre otras cosas porque lo considera una humillación, y para España una victoria. Por eso, trata de caer bien a los convergentes y se mezcla con ellos para ir empujándolos hacia el conflicto, mientras los utiliza de escudo humano. El precio que paga por este esfuerzo de contención lo lleva escrito en la cara, en esta cara ancha y dividida, de hombre enérgico y al mismo tiempo voluble, de Enrique VIII y de monaguillo, de maquiavelo jesuita y al mismo tiempo de niño asustadizo e inmaduro.

La presión que ha contrahecho hasta ahora el liderazgo de Junqueras no se ha visto nunca tan clara como el día en que se le rompió la voz en la radio, en plena disputa entre ERC y CiU. Entonces se dijo que sufría por unos amigos que habían perdido el trabajo, o que era por la presión convergente. Yo creo que la voz se le rompió de impotencia al ver hasta dónde llegaban los tentáculos del Estado y hasta qué punto había quedado desprotegido. En torno al 9N, cuando Rajoy decía que no podía evitar la consulta de ninguna manera, dejó caer en una conversación: "Con Junqueras nos entenderíamos mejor que con Mas." Alguien le recordó que Junqueras es independentista de corazón y el líder del PP respondió con una sonrisa imbécil: "Por eso, llegado el caso a Junqueras lo puedes meter en la cárcel sin que pase nada. Incluso mucha gente aplaudiría".