Es difícil encontrar en política a una persona tan auténtica como Lluís Rabell. Vive y siente, ama y odia. Y no se esconde. Nacido en Barcelona en plena dictadura franquista (1954), de madre catalana y padre andaluz, era sólo un niño cuando entendió que pisar la identidad de una persona era pisar su más íntima dignidad. "Déjala, ¿no ves que es una analfabeta profunda?", exclamó un hombre sobre su abuela cuando un falangista se disponía a llevarla a comisaría por hablar en la lengua de los perros. Asegura que las lágrimas de aquella mujer marcaron un antes y un después.

Dicen que para ser un buen actor tienes que haber vivido aquello que expresas. Quizás por eso cuando un grupo de lingüistas evoca una retórica de superioridad cultural le brota la autenticidad y, como el agua de una fuente, transparencia de facciones marcadas y mirada fija. Quizás por eso en 1973 decidió dejarlo todo por amor para pasar una década entera en Francia.

Cuando la confluencia de Catalunya Sí que es Pot le llamó para que encabezara la lista, al menos Jordi Évole, Àngels Barceló y Arcadi Oliveres habían dicho que no. Cuando se le presentó en público, pocos lo supieron identificar. Y, con todo, no era nuevo. El 1988 había sido candidato en Tarragona por el Partido Obrero Revolucionario (PORE). Más tarde había pasado por EUiA, por Revolta Global y hasta entonces lideraba la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) desde hacía tres años (2012-2015).

De su desconocimiento empezaron a aparecer claroscuros. La empresa de cerámicas Talleres Franco SA, familiar y que había administrado varios años, había quebrado en el 2010 con una deuda de 200.000 euros. Hasta 12 trabajadores se quedaron en la calle. Su nombre real, José Luis Franco Rabell, había sido transformado, sin más explicaciones, en Lluís Rabell.

Pocos han sido los que no le han recordado, en campaña y fuera de ella, su voto a favor de un Estado independiente en la consulta del 9N. El “sí-sí” de aquella jornada festiva se convirtió un año después en el argumento más reiterado contra él para desprestigiar una candidatura que intentaba huir del formato plebiscito. Él explica que es y ha sido siempre federalista, y aquello un voto de queja hacia aquellos que no dejaban poner las urnas en Catalunya.

Rabell tiene un look especial. De su bufanda color morado ha hecho una tradición. De su pin del logotipo de la confluencia, que se coloca cuidadosamente sobre el corazón, un compromiso. Ahora observa y escucha. Fuentes de su entorno explican que, incluso, lidera las reuniones. Sin prisa, gestionando un grupo plural y con egos, nadie sabe dónde y cómo acabará. Como mínimo quedan 15 meses para averiguarlo.