Alberto Núñez Feijóo nació en 1961 en una aldea de la provincia de Ourense denominado Os Peares. De pequeño se lavaba en una palangana y vivía en un caserón habitado por cuatro familias. Su padre, que se llamaba Saturnino, probablemente porque venía de una familia de ideales republicanos, trabajaba de capataz en obras públicas y su abuela era dependienta de una tienda de ultramarinos y de una tabacalera.

De niño, el presidente de la Xunta de Galicia era obediente y estudioso y pocas veces salía a la calle a jugar con los amigos. Dicen que si su padre no se hubiera quedado en el paro cuando él se licenció en derecho no habría hecho carrera política. La ilusión de Feijóo era ser juez, pero en 1984 se presentó a unas oposiciones para ayudar a la familia y un año después ya trabajaba para el gobierno de Manuel Fraga.

A pesar de haber votado al PSOE, Feijóo no tenía una ideología definida. Dentro del gobierno no tardó en ser apadrinado por Romay de Beccaría, que había empezado la carrera política bajo el franquismo y que entonces lideraba el sector antigalleguista del PP, junto con Rajoy. Beccaría y Rajoy consideraban que el gallego era una lengua de campesinos y caciques y que el hecho de hablar en castellano y sentirse español los convertía en la quintaesencia de la razón y el cosmopolitismo.

De la mano de Beccaría, Feijóo fue nombrado secretario general técnico del departamento de agricultura con 29 años y, más tarde, secretario general de la consejería de Salud. Cuando su mentor fue nombrado ministro por Aznar, Feijóo se marchó con él a Madrid. Con 35 años, era el presidente del sistema sanitario español. Después, Álvarez Cascos se lo llevó a correos, donde acabó de completar su perfil de gestor.

El hecho de no tener ideales definidos lo ayudó a hacerse un nombre como hombre pragmático en unos años que parecían destinados a liquidar la épica de la política y de la historia. Madrid acabó de imprimirle la idea de España que tenía su mentor, marcada por los teóricos del tardofranquismo. Poco antes de que el aznarismo se hundiera volvió a Galicia para entrar en el gobierno de Fraga, y empezó a enfrentarse con los sectores galleguistas de su partido.

En el 2005, un pacto entre el PSOE y el BNG sacó a Fraga de la Xunta. Después de ocho años de aznarismo, de repente España quedó dominada por los socialistas y por los partidos no nacionalistas españoles. La retirada de Fraga abrió una pugna dentro del PP gallego entre los sectores más vinculados a los dirigentes de Madrid y los barones que se enfrentaban para defender la autonomía del partido. Feijóo supo jugar sus cartas.

Escogido presidente del PP de Galicia en 2006, se convirtió en uno de los jefes territoriales más fieles a Rajoy. La autoridad del líder popular entonces era muy frágil, estaba siempre amenazada por algún político de Madrid. Si el atentado de lo 11-M no hubiera roto la cadena de mando dentro del PP, quizás el partido de Aznar hubiera podido tamizar mejor su plantilla de promesas jóvenes. Pero las dos legislaturas de Zapatero obligaron a Rajoy a radicalizar su discurso y a tirar de los hombres más leales para conservar el poder.

Feijóo introdujo en Galicia el populismo liberal españolizador de Aznar, tildando a sus opositores de señoritos. Presentándose como un galleguista modernizador, cuando alcanzó la presidencia de la Xunta acabó con la política de ayudas a la lengua gallega que había instaurado el mismo Fraga. Con el apoyo de Rajoy, sus gobiernos han combatido el viejo caciquismo territorial –parecido al de Andalucía- y han tratado de sustituirlo por un clientelismo más piramidal y centralista, desvinculado de la historia y la cultura del país.

De vez en cuando, Feijóo suena como sustituto de Rajoy. El presidente del PP le debe los cuatro años de mayoría absoluta que ha disfrutado en la Moncloa. Las primeras autonómicas que ganó Feijóo, en 2009, salvaron la cabeza de Rajoy y no es exagerado decir que el futuro del líder del PP se volverá a decidir en Galicia, en los comicios autonómicos de otoño.

Después de la carnicería que la corrupción ha hecho en Valencia, Galicia es el barco insignia del proyecto autonómico del PP. En una autonomía todavía más acomplejada por la historia que Valencia, puede vender un relato de éxito como Zaplana y Camps en sus buenas épocas, antes de que se les viera el plumero. Las mayorías absolutas de Feijóo son el mejor argumento contra las acusaciones que le hacen al PP de ser refractario a la diversidad de las Españas. 

El presidente de la Xunta presume de ser leal, humilde y austero, cosa que va bien para gobernar una provincia, sobre todo en tiempos de indignación. Feijóo es un hombre frío, que sabe administrar los silencios y que no genera antipatías viscerales y gratuitas. La única sombra que pesa sobre él son unas fotografías que le hiciero en un iate con un narcotraficante con el que dice que ya no tiene relación.

Su figura barniza de modernidad y progresismo la derecha española, a base de vaciarla de valores. Dicen que es católico, pero no está casado y, segun la prensa, va de flor en flor. Es mayor que Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, pero tiene más experiencia que ellos y más aire de macho alfa que Rajoy. En una España que promueve a personas más preparadas para recibir que para ofrecer, quizás sería mejor candidato que Soraya Sáenz de Santamaria. 

Aún así me pregunto: para presidir la Xunta de Galicia está claro que se puede ser soltero, pero y para presidir España? Aznar y Fraga dirían que no.