El ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo, tiene una fachada neoclásica y un aire de noble benévolo y políglota. Su perfil aristocrático sintetiza 300 años de lucha por el poder en España, y despierta el sueño de un Estado muy vagamente austriacista y catalán, ideal para alimentar las fantasías de la Tercera Vía.

Cuñado de uno de los asaltantes falangistas de Blanquerna, Méndez de Vigo es barón de Claret. Un antecesor de su estirpe comandó un regimiento de infantería del archiduque Carlos en la guerra de Sucesión. Su mujer, Maria Pérez de Herrasti y Urquijo, es hija del marqués de Albayda, otro título de origen catalán, que, como el de Claret o el de Areny –que tiene la madre del ministro–, cayó en manos de la aristocracia castellana.

Méndez de Vigo está casado con la prima del anterior ministro de Defensa, Pedro Morenés, y también del actual presidente de Endesa, Borja Prado. Nació en 1956 en el protectorado de Tetuán –plaza conquistada por el general Prim y sus voluntarios catalanes– e hijo de una familia de militares africanistas que hicieron la guerra con el general Franco.

Su tía segunda, Carmen Díez de Rivera, era hija natural del Cuñadísimo Ramon Serrano Súñer, que llegó a ser hijo predilecto de Gandesa, a pesar de su política filonazi. Durante la Transición estuvo ligada a Adolfo Suárez y a la UCD, donde militaba el tío de Mayor Oreja, Marcelino Oreja, marqués de Oreja, que fue el mentor de Méndez de Vigo en su primera etapa en la Unión Europea, en los años ochenta.

Carmen Díez fue la primera mujer en ser jefe de gabinete en un gobierno de España, pero acabaría cerca del PSOE después de que alguien la grabara diciendo que Suárez todavía era franquista. Ahora Telecinco le ha dedicado una serie que endulza la figura de su padre biológico, que nunca la llegó a reconocer. El personaje ayuda a comprender la inmensa red política y social que ampara al ministro y como algunos estados maquillan la historia.

Emparentado con los Borbones y con el marqués de Cubas, que da nombre a la antigua calle del Turco de Madrid, donde liquidaron al general Prim, el ministro es el hermano mayor de un coronel enchufado en el Ministerio de Defensa y de la secretaria general del CNI. Responsable de operaciones y, por lo tanto, de que nos escuchen las llamadas, Beatriz Méndez de Vigo tiene una relación excelente con la nueva virreina de Catalunya, Soraya Sáenz de Santamaría. El PP tiene previsto elevarla a directora de los espías españoles esta legislatura. 

A diferencia de Ignacio Wert, que era un hombre más bien estridente y grosero, que se envalentonaba con los conflictos, Méndez de Vigo es un hombre afable y tranquilo, que rehúye la confrontación siempre que puede. Su nombramiento, un mes y medio antes de las elecciones del 2015, fue una de las tantas operaciones de urgencia que Rajoy tuvo que llevar a cabo para sobrevivir a la ofensiva de la llamada nueva política.

La rapidez con la que recompuso las relaciones con Irene Rigau y pacificó el sector de la educación le han valido un premio que puede estropear su figura prístina de noble afable y culto, ideal para representar la política del puño de hierro con guante de seda. Nombrado portavoz del Gobierno, en sustitución de Sáenz de Santamaria, Méndez de Vigo tendrá que combinar la gestión de un ministerio problemático y disperso con la comunicación de un Gobierno en minoría.

Letrado de las Cortes en excedencia, el ministro es aficionado a la ópera y al teatro. Aun así, hasta el 2015 su carrera de más de 30 años se había centrado exclusivamente en la Unión Europea. De hecho, tiene publicados varios libros coescritos con García-Margallo, con el que también compartió una empresa de asesoría en Madrid. Desde hace un tiempo se ve que no se soportan y la única condición que el exministro de Exteriores puso a Rajoy para dejar su sitio fue que no lo sustituyera su exsocio.