Enric Calpena ha publicado una Historia de Barcelona de más de 800 páginas que ya lleva más de 20.000 ejemplares vendidos. El libro empieza en la Prehistoria y acaba con Franco y Porcioles, aunque hace una breve incursión en la época de Maragall. Es un libro riguroso y divulgativo, lleno de anécdotas y figuras pintorescas, como los que escriben los historiadores anglosajones.

Londres tiene un montón de biografías parecidas. La más famosa es la de Peter Ackroyd, aunque al ritmo que va la industria editorial quizás ya ha sido superada. Nueva York, Viena y San Petersburgo y, por descontado, París y Roma también tienen libros por el estilo, que tratan la historia de la ciudad como si se tratara de la vida de una princesa o de una gran dama.

Hasta ahora, la historia más completa de Barcelona era la que había escrito Robert Hughes aprovechando la fama de los juegos olímpicos. Uno de los hijos de Augusto Assía, Felipe Fernández Armesto, también dedicó un libro a la ciudad. Son dos obras excelentes, pero un poco perdonavidas, que se sitúan ante Barcelona con aquella desconfianza cáustica que generan los productos geniales que han quedado fuera de contexto.

Para mi gusto, la mejor historia de Barcelona es la que publicó Xavier Hernández Cardona poco después de las olimpiadas, un librillo corto, sintético, encarado hacia el futuro, que ya preveía los retos de hoy y que no resulta fácil de encontrar. El libro de Calpena es más completo y más divulgativo. Si Hernández Cardona es un visionario apasionado, una especie de Pompeu Gener de la historiografía, Calpena es un amenizador.

Si hubiera nacido en un país consolidado cada dos o tres años sacaría una obra larga, como esta. Es curioso y le gusta viajar, y cuando habla de libros enseguida salen los Tom Holland (Rubicon), Alessandro Barbero (The battle), Mary Beard (SPQR), Orlando Figes (The Crimean War), Niall Ferguson (Civilization), Steve Pincus (1688) o Antony Beevor (The Fall of Berlin).

- Algunos de estos autores, me cuenta, tienen equipos de siete u ocho personas que les hacen las lecturas previas, y las investigaciones específicas.

Aquí se trabaja más precariamente. Calpena pidió seis meses de excedencia en la Universidad para documentarse y para escribir el libro a la máxima velocidad posible. "Al final tuve que correr, y el libro perdió unas 50 páginas", me dice, con esa sonrisa humilde y picaresca, de hombre que no se pone piedras en los riñones. Son las páginas que echo de menos sobre Maragall y la situación actual de la ciudad.

Es probable que gracias a internet y a la piratería, la falta de medios cada vez sea hace más fácil de superar, pero Calpena es un hombre del tiempo del papel, de la época en que leer todavía era una manía de los jóvenes ambiciosos. Se presenta a la entrevista con un volumen dedicado Carlos V, que es el monarca hispánico que emerge siempre que Catalunya rompe las costuras del Estado.

Me dice, discretamente: "Los historiadores de aquí no saben escribir. Casi parece que, para ellos, escribir bien sea pecado". Y abriendo el libro, suspira: "Es muy interesante, pero podría ser más ligero".

El talento y la gracia de cada uno tienen que ver con aquello que cada uno echa de menos en su mundo y le pregunto:

- ¿Por qué crees que los historiadores catalanes ponen tanto énfasis en la documentación y tan poco en el relato? ¿La historia no tendría que ser imaginación y concepto, una vez has hecho la investigación y tienes los datos?

- Supongo que es aquello que dijo el ministro para justificar la negativa del Estado a traspasar Renfe a la Generalitat: No tenemos tradición. Cuando empecé a hacer En Guardia me encontraba historiadores para los cuales ir explicar un tema en la radio, era un sacrilegio, cosa de periodistas. En este aspecto hemos avanzado mucho.

El libro de Hughes es más tumultuoso y arriesgado que el de Calpena. Si Calpena escribiera alguna de las cosas que Hughes deja caer justo en medio del libro sin dar explicaciones, como por ejemplo, que Jules Verne se inspiró en Narcís Muntoriol para dibujar al capitán Nemo, dirían que se inventa cosas.

El libro de Hughes está dominado por su relación de amor-odio con Catalunya. Es divertido ver cómo se ríe de la añoranza y del nacionalismo que hicieron posible las obras modernistas que tanto admiraba. Para dar relieve al libro, Hughes utiliza Barcelona para explicar la historia de Catalunya, que hasta hace unos años era poco conocida.

Calpena se concentra en la historia de la ciudad. La vive y la celebra de forma natural y casera. El famoso misterio de Barcelona -la gran hechicera, subtituló su libro Hughes, tomando un verso de Joan Maragall- es un efecto lírico de la ocupación española. El exotismo es la atracción de la pobreza y la ignorancia.

- Hughes tiene intuiciones muy buenas -me dice Calpena-, pero no las desarrolla. Por ejemplo, ve la huella que las instituciones protodemocráticas de la Barcelona medieval dejaron en Catalunya, y como ataron la ciudad al país, hasta el punto de impedir que las tentaciones de aislarse o tirar por su cuenta nunca acabaran de cuajar. Esta es una de las ideas que he mirado de explicar bien.

La conversación pasa por la Barcelona de Pedro III, la Barcelona del Señor Esteve y también por la ciudad de 1714. Calpena elogia el trabajo hecho por García Espuche sobre la Barcelona de primeros del siglo XVIII, y me recomienda que vaya a consultar el Catastro para hacerme una idea de cómo fue la ocupación borbónica.

Primero dice que los españoles "cometieron un error" intentando colonizar a una población europea como si fuera una tribu de indios, pero después matiza:

- A diferencia de lo que pasó con Francia en Perpiñán, que además contó con la colaboración de una facción de la élite barcelonesa, los españoles se encontraron con que tenían que colaborar con los indígenas porque no tenían la cultura necesaria para explotar el tejido productivo del país por su cuenta.

A Calpena, le impresionó constatar cómo los barceloneses del siglo XVIII vivieron con la sensación de que la dominación castellana era provisional. Quizás este sentimiento es más fácil de entender con la atención que su libro dedica a la prehistoria. Dice Calpena que últimamente se han hecho grandes aportaciones sobre como era la vida en el llano de Barcelona antes de que Barcelona existiera.

Calpena corrige la idea de los cuatro Íberos aislados en la montaña de Montjuïc. El hecho de que el libro se entretenga en recordar la existencia de vías de comunicación y asentamientos humanos que comerciaban entre ellos desde muy antiguo, ayuda a entender la resistencia de la ciudad a las adversidades históricas.

Por lo que cuenta, el nacimiento de Barcelona habría sido el fruto natural de unas condiciones geográficas y climatológicas excepcionales.  "A los hombres de la Prehistoria -y yo añadiria: tambien a los de más para acá- , el llano de Barcelona les debió parecer un paraíso."

Antes de marcharse, le pregunto por qué los discursos sobre Barcelona suelen ser tan estrechos de miras. Porque parece que tengamos que pedir perdón por vivir en el mejor lugar del mundo. Por qué el museo de historia de la ciudad es tan pequeño y, en algunos aspectos, tan pueril. Por qué nos preocupamos tanto de cómo podemos repartir los recursos y tan poco de cómo podemos crearlos o aumentarlos.

- Barcelona -me recuerda Calpena- es una de las ciudades más pequeñas de Europa, de entre las más importantes. Sólo tiene 96 kilometros cuadrados cuando sería normal que tuviera 500.

Así como hay ciudades orgullosas de haber nacido en condiciones adversas, por qué nosotros no podemos celebrar y explotar nuestra suerte con ambición. ¿Porque no recordamos que cuando Barcelona va bien, las ciudades de los territorios circundantes también van bien?

- Seguramente –replica Calpena- porque el discurso sobre Barcelona está muy influido por el impacto del centralismo español. Madrid, cuando crece, vampiriza todo lo que tiene a su alrededor. Si vas a la historia, Barcelona no funciona así. Pero los traumas de la historia hacen que la expansión de la ciudad –sea económica o territorial- se perciba como un peligro.