Elvira tiene una floristería en la esquina de la calle Londres con Casanova. Es un local pequeño, muy bien aprovechado, con un escaparate repleto de plantas que prácticamente no dejan ver el interior de la tienda, y un mostrador estrechísimo que siempre está lleno de encargos y de algun celofán recortado a última hora.

Cuando su padre abrió la tienda en 1983, el dependiente de la oficina de La Caixa que hay enfrente le recordó que los antiguos dueños habían cerrado porque los números no les salían. "¡Escuche, que no he venido a pedir un crédito sino a abrir una cuenta!", le respondió. Y hasta ahora la floristería y la oficina de La Caixa han ido tirando.

Por Sant Jordi, Elvira trata de salir con alguna idea original que la distinga del enjambre de vendedores que invaden las calles. Este año, en la parada tenía un dragón de peluche de color azul divertidísimo, con unas alas y una cresta de color violeta, un vientre amarillo y unos ojos grandes muy amables. El dragón llevaba una bandera por bufanda e iba armado con una rosa de un rojo intenso, tal como los enamorados se piensan que es el corazón de las personas.  

Elvira no quiere criticar al Ajuntament, aunque dé licencias a bulto para vender rosas el día de Sant Jordi. Pero si rascas refunfuña: “Hombre, qué dirían los pasteleros si el día de Sant Joan todo el mundo se pusiera a vender cocas en la calle”. Lo que le sabe mal, más que el dinero que deja de ganar, es ver su oficio convertido en una caricatura. Los cubos llenos de rosas, los pétalos pisados en el suelo al final del día, la poca gracia con la que se presentan algunos ramos. 

- Una alumna mía –le explico- me dijo que saldría a vender rosas disfrazada de stormtroop.

- ¿Qué es eso?

- Son los soldados malos de la guerra de las galaxias, aquellos que van cubiertos con una coraza blanca.

- Ya sé que algunos estudiantes hacen ahorros para el viaje de final de curso, pero si amas las flores esta pachanga hace un poco de daño.

Cada año salen escritores lamentando que los famosos de la tele secuestran su noble oficio. Y es tan cierto que Sant Jordi humilla la pureza de las rosas como que sirve para publicar libros infectos. Pero con el azul del cielo de abril esparciéndose como un río por la ciudad, la jornada siempre ofrece consuelo. Elvira en el fondo vive la festividad como una fiesta familiar, más que como un negocio. “Todo el mundo me viene a ayudar en la tienda, y eso hace que sea un día muy bonito”.

Cuanto más ecologistas nos volvemos, menos gente es capaz de reconocer una peonia o una hortensia

Una cosa graciosa es que cuanto más ecologistas nos volvemos, menos gente es capaz de reconocer las flores más populares. ¿Cuántos ecologistas saben qué aspecto tiene una astromelia, una peonia, una fresia, un gladiolo, una hortensia o incluso un simple y humilde clavel? Debe ser casualidad pero no conozco a ninguna persona que ame activamente las flores que me haya hablado nunca del cambio climático o que en casa separe la materia orgánica del papel y el plástico. 

Me parece que con las flores y la ecología pasa como con la cocina y la gastronomía. Los restaurantes están cada día más llenos de gente que no se sabrían hacer ni un huevo frito. Con la literatura catalana pronto llegaremos al mismo punto de pedantería. Por ejemplo: no tengo claro si el premio Ramon Llull de este año, el más vendido de este Sant Jordi, está escrito en catalán o con el Google Translator. Traduzcan al castellano este fragmento de la primera página:

“La guerra de set anys entre carlistes i liberals va finalitzar fa un any però la seva devastació té la majoria de les famílies de la comarca de Morella i el Maestrat al caire de la supervivència. Pep lo bitxo aguanta la respiració, apunta. El seu ull gris enfoca el cap del conill, la resta del món s’esvaeix. Saltant i cridant de goig, Pep lo bitxo retorça el coll del conill agònic. La pedrada precisa li ha obert una bretxa vermella a la templa i al nen no li importa veure els palmells de les seves mans untats de sang després d’enfonsar el cos palpitant de l’animal al sarró”.

No quiero que me llamen nazi, pero si seguimos por este camino la cultura catalana acabará pareciendo un restaurante de estos que ponen música de sintetizador y decoran las mesas con plantas artificiales. 

- ¿Qué te parece –le pregunto a Elvira-, la gente que utiliza papel de plata para envolver las flores?

- Ay por Dios. ¡El papel de plata, para envolver el bocadillo de jamón dulce!

Según Elvira, los clientes del norte de Europa tienen un criterio más sofisticado que los catalanes, cuando compran flores. Quizás porque hacia el norte el clima es más triste, “los alemanes y los ingleses tienen una cultura floral más sólida y desarrollada”. A veces la clientela del país le llega con una revista de moda o con una fotografía de instagram y le dice: quiero eso.

Cuando yo era pequeño mi padre tenía un amigo que era jardinero y que se peleaba con los clientes porque le pedían plantas para poner en lugares que no se correspondían. El dueño del garden se enfadaba y le decía: “Tú cobra y cállate” y él: “No! ¡Una planta es un ser vivo!"

Elvira me asegura que sus clientes se dejan aconsejar y que Internet ha hecho evolucionar mucho su oficio. La calidad del producto se da por descontada y lo que fideliza es la gracia con la que cada florista interpreta las combinaciones y los ornamentos. “Si interpretas bien la sensibilidad de los clientes, acabas creando relaciones personales muy bonitas, porque a través de las flores te haces cargo de una parte pequeña, pero importante, de la vida privada de las personas, y eso exige una relación de confianza.”,

Quizás porque estoy demasiado contento de haberme conocido, con las flores me pasa como con los perros y con los niños. Me gustan mucho pero me da la impresión que no las necesito. Elvira dice que no puede ser, que las flores enriquecen la intimidad. “Las flores no son un lujo, hacen compañía, amenizan el ambiente y rompen la geometría de los espacios. Tener un ramo en el comedor incluso es bueno para la salud” 

¿Tú tienes flores en casa?, le pregunto –parece una mujer introvertida, de estas que hablan más abiertamente con los vegetales que con las personas. Dice que claro, que encuentra reconfortante abrir la puerta del piso y oler de una planta que le gusta. Una de sus preferidas es el lirio oriental. También le gusta el olor de algunas orquídeas perfumadas, y el aroma clásico de la rosa chrysler. Yo -le digo- duermo con unos saquitos de lavanda en la almohada, pero si me pasara más de ocho horas en un espacio tan pequeño y vegetal no sé si querría notar olores silvestres en casa. 

Elvira viene de una familia de floristas de finales del siglo XIX y, de vez en cuando, necesita subir a la Vall de Cardó, sobre todo en otoño y primavera, las dos estaciones más ricas en colores y perfumes naturales. En otoño y en invierno me recomienda que utilice musgos y líquenes para dar calidez en la casa y flores como la azalea, las camelias, la ponsetia o el ciclamen. En primavera y en verano, en cambio, se trataría de disfrutar de los colores refrescantes de los girasoles, las petunias, las hortensias, los jazmines, las astromelias.

¿Y cactus? Una vez una chica me regaló un cactus porque consideraba que no estaba lo bastante pendiente de ella. “Hombre, pues el cactus -me responde Elvira- es para minorías, pero cada día gana más adeptos porque hay algunos muy exóticos y tiene la ventaja que no necesita que te acuerdes de regarlo". Los cactus -me explica- absorben las malas vibraciones y algunos forman una flor salvaje y exuberante y, después, tranquilamente y sin protestar se mueren.