Es una realidad innegable: el uso intensivo de las aplicaciones de mensajería instantánea nos hace escribir mucho más al cabo del día, pero eso no significa que lo hagamos mejor. Y el problema principal lo tienen los más jóvenes, que pueden acabar confundiendo lo que se permite hacer en ese canal con la escritura estándar.

Los puntos finales, las primeras víctimas

Son, sin duda, y junto a determinadas vocales que se suprimen, la h, el dígrafo que forman la q y la u delante de la e o la o los signos de admiración e interrogación de inicio de frase, los primeros damnificados. Otras palabras, las más de las veces, se sustituyen por iconos, stickers o gifs y la cosa llega hasta tal punto que si alguien escribe de forma correcta, se considera que su manera de comunicarse está fuera de contexto. Y es normal, porque el 90% de los menores de veinte años aseguran que cambian su manera de escribir cuando usan Whatsapp. En realidad, no es nada nuevo: pasó hace unos años con los SMS y, ahora, se repite en las aplicaciones de mensajería instantánea. El problema deriva de que lo que antes era un comportamiento que se permitía sólo en determinados canales empieza a trasladarse a otras áreas de la vida. Hay profesores que, directamente, hablan ya de “degradación del lenguaje”.

WhatsApp
WhatsApp

Un problema de hábito

La diferencia con lo que sucedió hace veinte años, cuando los SMS dominaban la comunicación interpersonal a través de los móviles, está en el hábito: a los SMS accedieron personas ya adultas y avezadas en las artes de la escritura, pero ahora es distinto: mientras que los que pasamos de los veinte años sabemos diferenciar las aplicaciones de mensajería instantánea del resto de canales en los que la escritura es la herramienta, los más jóvenes tienen problemas porque es en las redes sociales donde se han encontrado por vez primera con la necesidad de escribir. Los cambios de modelo educativo, que priman métodos de aprendizaje experienciales en detrimento de la clase magistral en la que se tomaba apuntes y del examen escrito que evaluaba, tienen parte de la culpa. A escribir, principalmente, se aprende escribiendo y si nuestros jóvenes, por culpa de esos mismos profesores que ahora hablan de “degradación” del lenguaje, escriben menos, tales docentes no deberían extrañarse de que sus alumnos escriban peor porque, precisamente, son ellos quienes no les han enseñado a usar correctamente una herramienta que nuestros hijos se han visto en la tesitura de usar (porque escriben muchísimo) sin saber hacerlo bien y sin que nadie les haya explicado que, como en la lengua oral, en la escrita también hay registros distintos para cada situación.

El problema, como siempre no son los jóvenes: somos los mayores, que les culpamos de nuestros errores y, encima, les hacemos responsables de unas consecuencias que no son otra cosa que el fruto de nuestras equivocaciones: más redacciones como deberes y menos lamentos, por tanto.