La agricultura española no es viable sin subvenciones europeas y, por eso, cada vez más agricultores, seguros de que en algún momento las ayudas dejarán de llegar, exigen permisos diversificar sus fuentes de ingresos. La producción de energía mediante, por ejemplo, los aprovechamientos agrovoltaicos es un ejemplo; pero, ahora y gracias a un equipo de investigadores de la Universidad de British Columbia, podrían tener una alternativa: vender residuos agrícolas  a empresas energéticas para que puedan alimentar  con ellos pilas de combustible.

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De momento, un ensayo

Por de pronto, todo es sólo un ensayo pero, aunque el rendimiento de esta fuente de energía es escaso si se compara con el de otros sistemas de producción consolidados y también renovables como, por ejemplo, los desarrollos solares o eólicos, los resultados son esperanzadores. Al menos, eso es lo que explica el gobierno de la Columbia Británica, que recuerda que, sólo allí, el 40% de los residuos que llegan a sus vertederos son residuos alimentarios.

Triple solución

Emplear lixiviados y restos de fruta para producir energía otorgaría una fuente de ingresos alternativa a muchos productores agrícolas que podrían así eliminar de una manera más rentable excedentes o producciones no comercializables y, al tiempo, reduciría la dependencia del litio producido en países terceros que tiene Europa. También, por supuesto, se reduciría el volumen de residuos que acaba en los vertederos.

¿Cómo funciona?

De momento, en la Facultad de Ingeniería de la British Columbia University sólo han realizado ensayos con residuos frutícolas que se utilizan para alimentar pilas de combustible microbianas. En ellas, la energía eléctrica se obtiene gracias a compartimentos anaeróbicos anódicos en los que microbios capaces de sobrevivir sin oxígeno utilizan la materia orgánica para convertirla en energía. Al consumir estos microbios, que son electroactivos, la materia orgánica en el compartimento anódico se liberan electrones y protones que se combinan con oxígeno en el cátodo y producen agua. Así, se genera electricidad de origen biológico. Cada tipo de fruta, eso sí, genera reacciones diferentes, pero el mecanismo siempre es idéntico: los carbohidratos se degradan en azúcares solubles primero y, después, en moléculas más pequeñas como el acetato, que es lo que consumen las bacterias electroactivas. El equipo de investigadores trabaja para que la bioconversión sea más eficaz y se logre un voltaje mayor.