Doblar un par de pantalones. Unas camisetas. Una toalla de playa, el bañador. Y cuatro cosas más de higiene personal. O en definitiva, hacerse la mochila para hacer una escapada corta aquí al lado.

Si en diciembre nos imaginábamos cómo sería el verano 2020 o veinte veinte, un año que, por otra parte, prometía ser el año de nuestras vidas, los planes han quedado truncados. Truncados porque este año los viajes a Laos o Colombia no tienen cabida. Tampoco dormir en una yurta en Mongolia. Este año, hay que dejar de lado el cirílico y quedarse cerca.

Una ruta en coche. El camino de Santiago o hacer una visita corta en la Catalunya Nord. Zambullirse en el lago de Banyoles, saludar el Tren Pinxo o atreverse en una pequeña cala del cap de Creus y nadar entre peces mientras aguantas la respiración para observar qué hacen. Mirar si hay cangrejos en las rocas o perder una goma del pelo en una poza. Hacer amigos en la piscina o un arroz en el Serrallo. Kilómetros en la carretera. Intentar relajarse en aguas termales para volver al estrés del mundo real y las cifras de contagios por coronavirus en menos de dos minutos. Tener tiempo para arreglar el piso y los muebles. No los físicos, los mentales. Ver si el geranio tiene alguna posibilidad de sobrevivir entre las malas hierbas o si hay que dejarlo morir para encontrar uno nuevo.

Y con todo este embrollo y olor a sal también vienen memorias de otros veranos. Veranos en familia donde el calor quizás era más soportable o quizás no nos fijábamos tanto. Merendar en la playa, comerse un sándwich en los Pirineos o perderse en la Seu Vella. Acabar el día con un Frigo Pie y mirar el Grand Prix del verano con los amigos del pueblo.

Como no podría ser de otra manera, los veranos también tienen banda sonora. Parece que no pega demasiado recordarlo en un año tanto extraño y sin fiestas. Pero la banda de verano no tiene por qué ser una canción erótico-festiva de David Civera o Chayanne.

La canción de verano puede ser la cosa más rebuscada o más simple del mundo. Una memoria, un poquito de arena, un alga pegada en la pierna, unas postales anticuadas o alguien que se ha conocido de la manera más inesperada posible. Pero para las excursiones, salidas, viajes y kilómetros de asfalto, A la muntanya.