Vivir en una eterna juventud es un deseo que tienen muchas personas, pero que, en cambio, los jóvenes de hoy en día están bien hartos. Actualmente, sufren una precariedad endémica y estructural que hace que la generación nacida a partir de mediados del ochenta se haya convertido en la más desesperanzada. Los datos hablan: los jóvenes no pueden ni alzar el vuelo ni mirar al futuro. ¿Son la primera generación que viven peor que sus padres?

La tasa de paro juvenil de España es la más alta de la Unión Europea, un récord desgraciadamente histórico que el país no ha conseguido nunca superar. A estas alturas es del 30,6% — en comparación 12,5% de la UE— y lo peor es que los que consiguen tener trabajo viven en una precariedad que no les deja construir nada a corto plazo. El sueldo medio de un joven de hasta 34 años es de mil euros, el 46% tienen trabajos temporales, un 25% de los contratos juveniles son a tiempo parcial, el 40% sufren sobrecualificación y hacen trabajos inferiores a su formación y la edad de emancipación media está en los 30. Y, mientras tanto, el coste de la vida no para de crecer.

Involución generacional

España es de los países que más que ha retrocedido en la evolución de los ingresos intergeneracionales. Es decir, la evolución de la renta (el aumento proporcional respecto de las generaciones precedentes a la misma edad) que han conocido las generaciones más jóvenes es menor que la que han disfrutado sus padres.

Para verlo, sólo hay que poner ejemplos prácticos calculados con los salarios medios de las dos generaciones. En los años noventa, un coche Ford Fiesta (el más vendido del momento) costaba 1.200.000 pesetas. Sabiendo que el salario medio de un trabajador de entre 25 y 35 años en aquella época era de 141.663 pesetas, comprarse un coche les suponía el sueldo de 8,4 meses. Ahora, con el sueldo que tienen los jóvenes, comprarse un Seat León (el coche más vendido) que vale unos 14.000 euros supone el sueldo de 14 meses.

Se produce una situación similar con la vivienda. El precio medio por metro cuadrado en los noventa era de 933 euros, mientras que esta década el precio casi es el doble, 2.120 euros. Por lo tanto, antes para comprar una casa a un joven le hacía falta el salario de 3,7 años, mientras que ahora nos es el de 7,4. Y el mismo pasa con el resto de ámbitos de la vida. Para un joven de los noventa ir al cine suponía el 0,15% de su sueldo, mientras ahora les supone el 0,8%. Los precios han y los salarios han bajado y eso ha afectado desde el café o el menú que hacemos en un bar hasta los alquileres.

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Frustración

Vivir hoy en día es más caro, pero es cierto que también lo es para los adultos. La diferencia es que ellos han podido alzar el vuelo antes de llegar hasta aquí y los jóvenes todavía no lo pueden hacer. La juventud vive precarizada laboralmente y en una eterna desesperanza e incertidumbre que, sin duda, marcará una generación. Una generación sobrecualificada que ha visto cómo se los han robado el presente y el futuro, ya que son incapaces de desarrollar un proyecto de vida.

La precariedad laboral, el paro juvenil, la falta de perspectivas de futuro, la imposibilidad de emanciparse o de construir un proyecto o el sufrimiento de no llegar a finales de mes, sin duda, hacen estragos en la salud mental. Una de las consecuencias es el elevado índice de suicidios que existe entre este grupo poblacional, en el que es la primera causa de muerte. Y esta situación todavía se ha visto más agravada por la pandemia del coronavirus. Los jóvenes son el futuro, sin embargo... ¿cuál?