No puedo negar que para un periodista novel que —como aquel que dice—, acaba de salir de la facultad, ponerse delante de Salvador Alsius (Barcelona, 1948) impresiona y da respeto. Es de los que conoce bien la profesión y de los que mide a la perfección las palabras que verbaliza.

Alsius se muestra con un tono relajado y tranquilo. Me confiesa que es un hombre pausado, conciliador y charlatán por naturaleza, aunque esconde algunos golpes de genio, según le dicen en casa. Me explica que sus padres eran farmacéuticos y que él, de joven, iba para arquitecto. Después de una vida dedicada a los medios de comunicación, Alsius se ha jubilado y ahora ha escrito un libro, que llegará a las librerías el 17 de marzo, sobre los orígenes de TV3: Com TV3 no hi ha(via) res, un trabajo que lo ha tenido ocupado los últimos tiempos.

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Le pregunto si le gusta que le hagan entrevistas, y me confiesa que le encanta. ¿Por qué?, le digo, sorprendido. "Sobre todo para ver cómo me las hacen. ¡Inevitablemente analizo al periodista que me las hace! [sonríe]". 

Con Alsius, sin embargo, hemos quedado para hablar sobre el sistema de vida organizativo que lo acompaña desde 1975, hace más de 40 años, cuando con su pareja y dos más, compañeros todos de la facultad, decidieron ir a vivir juntos en una comuna.

¿Cómo empieza la historia, Salvador?
Todo empezó cuando con un grupo de estudiantes de Sociología, carrera que estaba estudiando entonces, nos empezó a interesar el tema e hicimos un grupo de trabajo, un seminario. Éramos unas 15 o 20 personas a las cuales nos interesaba el tema de las comunas. En aquel momento, había una biblia de Josep Maria Carandell que se titulaba Las comunas, y con él, tuvimos varios contactos y reuniones. Carandell había estudiado los modelos de las comunas de Berlín, la K1 y la K2 que explicaba en el libro, y hacía una serie de reflexiones a caballo entre la historia y la sociología sobre formas alternativas a la familia.

¿En qué contexto nos situamos?
Estamos hablando de principios de los setenta, era anteayer del mayo francés, el mayo del 68, y todo lo que eran los movimientos alternativos provenían de los EE.UU., de los hippies. En Europa encontraron este revulsivo con el mayo parisino y había como una fiebre de buscar alternativas para freír el consumismo o el trabajo esclavizado, o todo lo que puede entrar en el mundo juvenil. Este fue el contexto intelectual y académico.

¿Y qué pasó con este grupo de trabajo de 15-20 personas?
Con el grupo planteamos una parte empírica del trabajo, que consistía en hacer unas encuestas muy elaboradas. Estas las pasamos a grupos que teníamos conocimiento que existían, y una vez llegábamos allí, enseguida constatábamos que la forma de contestar de aquella gente nos desbordaba completamente. Doblábamos los papeles que habíamos preparado y teníamos un intercambio de impresiones.

¿Cómo eran aquellas comunas?
La mayoría, las siete u ocho con las que intercambiamos impresiones, eran rurales. Lo que estaba más en boga era la comuna rural, los neo-rurales. Estos movimientos iban ligados a visiones utópicas de la vida económica, y eso se canalizaba con más facilidad en un huerto que en una oficina. Eso por un lado, y por el otro, que claro, ¿dónde podían vivir veinte personas juntas con más facilidades? En una masía que compraban por cuatro duros. Razones incidentes, algunas de planteamiento ideológico y otras de practicidad económica que habían hecho proliferar las comunas rurales o neorurales, como se decía entonces, y no las urbanas.

¿Aquí hacéis el clic y os planteáis llevarlo a la práctica?
Aquello nos hizo entrar en un conocimiento teoricopráctico de estas formas de vida. El trabajo acabó y —de hecho, todavía tuvimos aquellas encuestas y apuntes hasta hace poco por casa, no sé si desaparecieron con la limpieza que hicimos ahora en el confinamiento—, pero bien, llega un momento en que seis de nosotros, tres parejas, nos decidimos y decimos: ¿lo probamos?

¡Y lo probáis!
Sí, se da en el momento en que empezábamos nuestra vida independizada y las tres parejas estábamos constituías como tal. De hecho, la única que no era de Sociología era mi mujer, aunque también nos conocimos en el contexto académico.

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¿Qué os decía vuestra familia o la gente de vuestro entorno, lo comprendía?
La gente al principio nos ponía límites: "Eso durará dos días, hasta que acabéis la carrera, hasta que tengáis los primeros trabajos, hasta que empecéis a tener hijos...". "Sobre todo cuando tengáis hijos", nos decían, ¡y mira! Fuimos superando estos hitos y, al revés, se fueron fortaleciendo las relaciones.

Recuerdo que en aquella época, en la que todavía había grupos diversos, existía una coordinadora de comunas de Catalunya, que, nada, duró dos años. Lo más curioso del caso es que para aquellos integrantes, que eran hiperultraalternativos, nos veían casi como ridículos. Éramos la extrema derecha de aquel movimiento, y nos llamaban irónicamente "la comuna de las tres parejas". Entre otras cosas, porque veían que la pareja era una cosa que se tenía que superar. La nuestra duró y el resto se volatilizó con muy poco tiempo.

¿Habéis vivido siempre en el mismo lugar?
No, empezamos viviendo en pisos que nos permitía nuestra economía de mindundis que empezaban la vida laboral. A los inicios, vivimos en un considerable reducido espacio que coincidió con el momento en que empezaron a nacer nuestras hijas, que nacieron año por año. ¡Llegamos a ser doce en un espacio que ni te explico! Entonces nos planteamos: "Si esto sale adelante, busquemos una fórmula de vivienda de futuro", y compramos un terreno donde, al cabo de un tiempo, nos hipotecamos y construimos la casa donde vivimos.

¿Cuántos hijos habéis tenido?
Verás que siempre hablo en femenino porque son cinco chicas y un chico, el pequeño. Dos de cada pareja. Mi mujer y yo tenemos la primera y la quinta. En este sentido, fuimos avanzados al lenguaje de hablar en femenino por una razón obvia, porque eran chicas y, al final, el chico no fue capaz de cambiar el género cuando hablábamos genéricamente.

¿Cómo ha sido para ellas, vivir y crecer en este modelo familiar?
Te puedo decir, con total seguridad, que están encantadas de este estilo de vida que han tenido, pero también es cierto que ninguna de ellas se ha planteado —ni era nuestra intención en absoluto— continuar con este modelo de vida. Ellas han seguido lo que es más habitual, que es la vida de pareja, en la que ya se encuentran todas.

Para que veas la madurez o la conciencia con la que vivieron ellas esta manera de vivir, te explicaré dos flashes que me vienen a la cabeza. Uno refleja muy bien la parte divertida de la atipicidad. Una de mis hijas volvió un día indignada de la escuela porque se había quedado sin patio por culpa de nuestra forma de vivir. A ver, le dije, "¡explícanos eso!". Era pequeña y le habían hecho dibujar a su familia. Claro, los otros acabaron enseguida y salieron al patio cuando todavía ella iba por el quinto o sexto miembro. Una anécdota simpática.

El otro flash es de las dos mayores, que se llevan pocos meses. Empezaban la adolescencia y llegó un momento que necesitaban moverse, salir, etc., y por lo tanto, dinero. Les planteamos dos opciones: "Podéis hacer como hacemos los mayores, sabéis donde hay un cajón con dinero para ir a la plaza o a la ferretería, y cuando lo necesitéis, pasáis por allí y lo cogéis; o bien os asignamos una paga". La respuesta que nos dieron, después de valorarlo entre ellas, fue emocionante, porque denota una madurez y una empatía impresionante. "Os agradecemos y valoramos la opción que nos dais de seguir el mismo régimen económico que tenéis vosotros, que nos gusta y valoramos esta confianza de querernos hacer partícipes, pero pensamos que para nosotras puede ser mucho más educativo administrar una cantidad fija". Te valoran el gesto y asumen el hecho de poder administrarse por ellas mismas: ¡chapó! Una muestra más de cómo ellas han vivido siempre.

Qué bonito...
Sí, y nunca nos hemos reprimido expresiones afectivas especiales con respecto a los hijos naturales. Desde el punto de vista educativo, el afecto paternal lo hemos tenido siempre para todos, y las alegrías y las penas de las que no son mis hijas las vivo como si fueran las de mis hijas. Si en un momento determinado nos ha apetecido dar una caricia a la hija no propia, no nos lo hemos reprimido, y eso también ha sido y es importante. Un hecho que, ahora, nos pasa igual con los nietos: estamos absolutamente encantados de los diez y pendientes del que llega. Entre todas las hijas hay una complicidad como hermanas. Cuando viene la de Canadá, se van a cenar los seis, nos envían una foto y juegan a no explicarnos nada de lo que han hablado, que es cosa suya, y ya nos parece bien [dice orgulloso y sonriendo]. Evidentemente, sin embargo, mi mujer y yo a quienes vemos y seguimos más es a nuestros cinco nietos, los tres de aquí y los dos que tenemos que viven en Canadá.

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¿A nivel económico, cómo os organizáis?
Todos hemos vivido siempre de un sueldo, pero, claro, seis sueldos sumados dan más elasticidad que uno o dos solos. Eso te permite arriesgar un poco más. Yo siempre pongo como ejemplo que hemos ido atados como los alpinistas, que sabes que si uno pierde pie, tanto en el aspecto material como en el moral, los otros aguantan. Una cosa que siempre hemos valorado mucho ha sido eso, que nos ha permitido a la mayoría, en un momento dado u otro de la vida, poder decir: "Dejo el trabajo porque estoy hasta las narices". Eso no lo puede hacer todo el mundo y nosotros hemos tenido este lujo, ¡que te da una libertad interior brutal!

¿Así unificáis los seis salarios en una misma cuenta?
Al principio empezamos haciendo aquello que se llevaba en aquella época que era un fondo común para el funcionamiento diario. En una segunda etapa, nos pusimos de acuerdo en hacer aportaciones proporcionales a lo que ganaba cada uno, pero llegó un día en que, por varios proyectos como por ejemplo el de la casa, acabamos unificando las economías.

La gente dice: "¡Ostras, qué generosidad!". Sí, pero cuando te das cuenta de que dándolo todo ganas con respecto a lo que tendrías por ti solo, porque hay un principio que es el de economía de escalas, piensas: ¡fantástico! Hay que decir que somos austeros y tenemos pocos gastos, que podríamos decir superfluos, pero, en cambio, desde el punto de vista patrimonial, hemos tenido una solidez por el hecho de eso, de agregar.

Y desde el punto de vista organizativo: la compra, la limpieza... ¿Qué organización seguís?
Siempre nos hemos repartido por turnos con diferentes modalidades a lo largo de la vida. Normalmente con dos personas. En la época de bañar a las niñas y hacer las cenas, con dos cada día ya hacíamos. Al empezar a llevarlas a extraescolares, tuvimos que hacer un refuerzo y ser tres, porque había uno que sólo hacía de chófer toda la tarde, ahora una a judo, la otra a cerámica, ¡era toda una ciencia las actividades extraescolares! [sonríe]

¿En algún momento habéis dudado u os habéis planteado hacer vidas en paralelo?
Sí, claro, como la mayoría de parejas, o como cualquier grupo humano. Hemos tenido momentos de tensión y de crisis. Porque una persona ha puesto en crisis algunos valores, o una pareja, o todos, pero lo cierto es que se han ido superando siempre, como es obvio, porque a día de hoy todavía vivimos juntos los seis miembros fundadores.

¿Cuál crees que ha sido el éxito o la clave de la durabilidad?
Una de las claves de nuestra durabilidad ha sido que no nos quisimos casar o poner por delante ningún modelo teórico. Asumir nuestra realidad cultural y no querer abarcar más de lo que se debe. ¿Cuál era el motivo por el que fracasaban aquellos intentos de los años setenta o la mayoría de ellos? Por eso, por las teorías del a partir de mañana, amor libre o rotación de camas, y con la economía lo mismo: abolición de la propiedad privada... Eso no funciona. Es muy difícil de asumir en la práctica desde unas pautas determinadas culturales, etc.

La otra clave de la durabilidad, la básica, es la buena actitud, ser tolerante, una base para convivir, y más ahora, que van apareciendo las manías propias de la edad. Entre un grupo de personas o entre nosotros, puede haber varias percepciones con el sentido del orden, y se tiene que llegar a un campo aceptable para todo el mundo. Si alguien tiende a dejar alguna cosa donde no toca, aquella persona acabará siendo insoportable para los demás. Hay que llegar a consensos razonables. Una de las claves importantes de nuestra casa fue dedicar una noche a la semana a charlar. Intentábamos no coger compromisos y, después de cenar, nos sentábamos y charlábamos. Durante muchos años el tema fue la educación de las chicas: que si la escuela, los criterios educativos... ¡pero también podíamos hablar del color de las cortinas! Ahora, como ya estamos más solos y tranquilos, no nos imponemos estas conversaciones, van surgiendo.

¿Qué ventajas supone vivir de forma grupal o comunitaria?
En muchos aspectos encontramos ventajas. Por el tipo de vida que nosotros hemos llevado, esta ha sido muy parecida a la de nuestros amigos que viven en familias más convencionales. Hemos ido al teatro como ellos, hemos salido de excursión... ¡En casa, piensa que es muy divertido! Ahora no lo podemos llevar a la práctica por el confinamiento, pero habitualmente y desde hace años, un día a la semana nos reunimos y vienen todos a casa para cenar juntos. ¡Es una fiesta! Lo hacemos entre semana, un día en concreto, porque el fin de semana uno tiene el cau, el otro el baloncesto y el otro se va de excursión. Si alguna vez hemos tenido algún invitado en casa, se quedan impresionados: "¡Qué follón", nos dicen. ¡Cada semana hay pitote! [sonríe contento].

¿Conocéis otros casos de comunas similares a la vuestra?
Nosotros no tenemos constancia de ningún grupo tan duradero ni en Catalunya, ni en el mundo. Habían existido Los Comediants, Ítaca o Cal Masdeu, entre otros. Hace dos o tres años, se hizo un documental —en el que no quisimos participar—, donde cuatro grupos diferentes que se habían animado en los años 70-80, los habían reunido de mayores y explicaban sus respectivas experiencias.

¿En otra vida, volvería a apostar por este estilo de vida?
Sí [rotundo].

Acabamos la conversación paseando por el Eixample de Barcelona, una costumbre habitual que sigue últimamente con su mujer, con quien se dedica a descubrir barrio por barrio la ciudad donde ha nacido y le ha visto crecer. Le pregunto si lo he hecho bien, y me dice que no me evaluará. Alsius confiesa que con lo que se tiene que quedar un buen periodista es con la conversación que tiene con el invitado desde que para la grabadora hasta que lo acompaña al ascensor. Un intervalo de tiempo donde me detalla una última anécdota paseando —y que publico con su consentimiento—. "Cada domingo, envío una newsletter de dos o tres páginas a toda la familia. En ella, anoto todos los hechos destacables familiares de la semana, día por día". Una newsletter, asegura, que esperan todos con ansias. Un buen método para tener registrada toda una vida. ¿Y eso, lo publicará algún día? "¡Nuncaaa, lo tengo prohibidísimo!", se despide sonriendo.