Aunque los datos más recientes apuntan a una ligera tendencia a la baja del consumo, la ingesta de alcohol entre los jóvenes españoles sigue siendo un serio problema de salud pública con respecto al cual todavía queda mucho para hacer, sobre todo teniendo en cuenta los efectos y las consecuencias que tiene en todos los ámbitos que tienen que ver con este sector de la población.

Así, y según la XII Encuesta sobre uso de drogas a la enseñanza secundaria en España (ESTUDES 2016-2017), hecha por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad entre jóvenes de 14 a 18 años, si bien se mantiene la tendencia a la baja empezada en el 2012, la prevalencia de consumo de alcohol sigue siendo mucho elevada: el 76,9% de los estudiantes ha probado alguna vez a la vida el alcohol; el 75,6% lo ha consumido el último año y el 67% lo ha hecho el último mes. Además, un 31,7% afirma que el último mes ha practicado binge drinking, es decir, ha bebido cinco o más copas de alcohol en un intervalo de dos horas.

"La edad media de inicio de consumo de alcohol en el Estado español son los 14,0 años, y en torno al 25% de los adolescentes ha probado el alcohol antes de los 13 años, situación que es similar a la media global en Europa", comenta Marina Bosque Prous, profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y coordinadora del Grupo de Trabajo sobre Alcohol de la Sociedad Española de Epidemiología.

Entre las razones que favorecen el inicio y el mantenimiento del consumo a esta edad destacan, por una parte, la baja percepción de riesgo que hay en torno a este hábito y, por otra parte, el fácil acceso que se tiene a esta sustancia.

Con respecto a la primera, según ESTUDES, el alcohol es la sustancia que se percibe como menos peligrosa, con una diferencia notable enfrente de todas las otras (tabaco, cannabis, hipnosedantes, cocaína...), tal como demuestra el hecho que sólo el 56,1% atribuya muchos o bastantes problemas al consumo de 5 o 6 unidades de bebidas alcohólicas (cañas o copas) al fin de semana.

Efectos neurocognitivos

Con respecto a la accesibilidad, 9 de cada 10 estudiantes afirma que no encuentra ninguna dificultad para adquirir estas bebidas, una facilidad que resulta especialmente significativa en el grupo de edad de entre 14 y 17 años, jóvenes a los cuales la ley prohíbe vender o facilitar alcohol y que, a pesar de eso, afirman conseguirlo ellos mismos en el 34,9% de los casos.

Todos estos datos evidencian la necesidad de poner el acento en los efectos perjudiciales que se asocian a este hábito tanto a corto como a largo plazo. "El consumo de alcohol en la adolescencia tiene importantes consecuencias negativas para la salud, tanto física como mental y social. En concreto, se ha relacionado con diferentes lesiones (tanto mortales como no mortales), comportamientos violentos y delictivos, conductos sexuales de riesgo, intentos de suicidio, uso de otras drogas, fracaso escolar y problemas físicos y emocionales. Las consecuencias de este consumo serán más graves cuanto más joven sea el adolescente", explica Marina Bosque.

Asimismo, las numerosas investigaciones dirigidas a medir el impacto de este tóxico sobre el desarrollo de varios órganos corporales han sido rotundas: en un menor de edad, el consumo de alcohol tiene que ser cero. En este sentido, Marina Bosque destaca que el cerebro adolescente es particularmente vulnerable a los efectos del alcohol, por lo cual su consumo a estas edades puede dar lugar a problemas de salud mental y neurocognitivos, tanto a corto como a largo plazo: "Se sabe que puede producir cambios funcionales y estructurales en el cerebro que pueden persistir en la edad adulta. Además, el cerebro de los adolescentes también es más vulnerable a los efectos adictivos del alcohol y otras drogas durante el periodo de neurodesarrollo. Por otra parte, y a largo plazo, el consumo en la adolescencia se ha relacionado con un riesgo más elevado de dependencia de esta sustancia en la edad adulta".

¿Hace falta una ley específica?

El reto es, por lo tanto, reducir el consumo de alcohol entre los jóvenes españoles y para eso hay que actuar en tres frentes concretos: "La evidencia científica demuestra que disminuir la accesibilidad (subida de tasas y precios mínimos) y la disponibilidad (control estricto de la venta y el consumo a menores), y también regular o disminuir la publicidad y la promoción del alcohol (limitar la presencia de marcas y logotipos en el ambiente urbano) y el patrocinio de cualquier actividad de ocio por parte de la industria alcohólica, permitirían reducir significativamente el consumo de alcohol entre los menores", señala la profesora de la UOC.

"Por eso, desde el punto de vista de la salud pública, es muy clara la necesidad de una ley específica para reducir el consumo de alcohol en menores", añade Marina Bosque, para la cual, sin embargo, hay intereses en contra de aprobar una legislación en esta línea: "Por una parte, el Estado español es un país productor de bebidas alcohólicas, principalmente vino, y hay una presión por parte del lobby de la industria del alcohol para evitar endurecer estas políticas en relación con el consumo de alcohol. Eso ha producido que nuestras políticas sean mucho más laxas que la media europea y que tengamos mucho margen de mejora en este punto".

¿Es necesario un cambio?

Con respecto al posible papel "disuasivo" que tendría hacer más énfasis sobre los efectos negativos del alcohol en las campañas y los mensajes que se transmiten a los jóvenes (de manera parecida en lo que se hace con el tabaco o con los accidentes de tráfico), Marina Bosque opina que, más que endurecer los mensajes, la raíz del problema está en el hecho de que el alcohol es muy arraigado y, también, normalizado en nuestra cultura (por ejemplo, la bebida es asociada tradicionalmente a las celebraciones, y los padres tienden a ser más permisivos con el alcohol que con otras sustancias), cosa que favorece que niños y jóvenes estén expuestos de manera continua en esta sustancia. Hace falta, por lo tanto, un cambio de la percepción que se tiene de este hábito: "No se tendría que pensar en el alcohol como un problema individual, sino que habría que hacer acciones dirigidas a concienciar a la sociedad en su conjunto sobre las consecuencias de este consumo. Por ejemplo, promover un ambiente urbano sin exposición a la publicidad de bebidas alcohólicas; prohibir la venta y el consumo en la vía pública; aumentar el control de la venta y el consumo en menores, etc.", dice Marina Bosque.

Asimismo, la experta incide en la necesidad de recordar a la población que el alcohol es uno de los principales factores de riesgo de enfermedad y mortalidad a escala mundial: "Su consumo es relacionado con más de 200 enfermedades, como diferentes tipos de cáncer. Parece, sin embargo, que sólo somos conscientes de las consecuencias en personas que sufren una adicción, aunque estas son una parte pequeña de los consumidores. No hay que olvidar que cualquier persona que consuma alcohol asume un riesgo para la salud, ya que no hay una cantidad de consumo que se pueda considerar beneficiosa o sin efectos perjudiciales, porque las consecuencias superan con creces a los beneficios potenciales de ingerirla", comenta Marina Bosque.