Hacia las diez de la mañana de ayer, el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC) había difundido una nota en la que solicitaba a los medios que evitaran la difusión de “las imágenes extremadamente violentas” que el terrorista de Nueva Zelanda había emitido en directo a través de Facebook Live. “No difundir implica también no enlazar contenidos”, añade el CAC.

Brendan Tarrant, el asesino, lo había preparado todo para viralizar su terror a través de las redes sociales. Ese era su objetivo. ¿Qué sentido tiene seguirle el juego en las portadas impresas de hoy, como hacen ABC, La Razón y El Mundo, que reproducen diversas capturas fotográficas de la masacre en su primera página y difunden su mensaje? ¿Es que los diarios que han procurado no bailar la música del terrorista informan peor?

ABC

EM

LR

EP

ARA

EPC

LV

AVUI

Los atentados se cometen para causar horror, terror y pánico al mayor número posible de personas. Las redes sociales facilitan la redifusión de esos ataques y de su efecto embrutecedor. Cada repetición multiplica el miedo que pretenden causar los terroristas y extiende su mensaje de odio. Las redes sociales son el espacio perfecto para multiplicar su impacto. Son espacios a los que cualquiera tiene acceso libre y donde se concentra una audiencia acostumbrada a consumir y compartir información inmediata, menos filtrada, poco verificada.

Las páginas web de los medios y sus cuentas en redes sociales, con su pulsión por la velocidad y el clic, pueden caer en la trampa del terrorista y convertirse en altavoces acríticos de atrocidades como la de ayer. Es fácil precipitarse, cometer errores. Pero una portada impresa la mastican diversas personas durante varias horas antes de publicarla. En este caso, los hechos ocurrieron unas dieciséis horas antes del horario de cierre de las primeras páginas. Tiempo suficiente para pensarlas, filtrarlas y depurarlas de modo que no contribuyeran a la viralización del miedo y del odio que persigue el terrorista, al embrutecimiento de sus lectores, a su insensibilización. Había tiempo para editar esas portadas con cuidado, a conciencia. Tal vez eso es lo que falla en algunos diarios: su conciencia.