José Martí Gómez ha fallecido este martes. Seguramente es el periodista de quien más periodistas catalanes se han declarado seguidores, discípulos, alumnos. Es un mérito de una enormidad difícil de calcular incluso por los que conocen el gremio. No solo porque el periodismo es un desfile de egos donde él nunca estaba. Sobre todo porque nunca fue jefe ni director de nada. Todo su magisterio, colosal, no proviene de mandar esto o aquello ni de enmendar aquí o allí. Proviene del trabajo hecho a pie de obra, en la calle, en el bar y en el teléfono, sea para la columna Ver, oír y callar o La Sala de los Pasos Perdidos en el periódico El Correo Catalán, para las entrevistas a dúo con Josep Ramoneda en la revista Por Favor, por las crónicas de sucesos o de lo que sea de cualquier diario donde escribió o de cualquier radio donde habló. También proviene de las incontables pipas y puros, comidas y copas en compañía de otros colegas o, sencillamente, de las tertulias espontáneas que nacían a su alrededor a la redacción. "La experiencia Martí", el Martí way of life, era una academia como la de aquellos maestros peripatéticos griegos que enseñaban a sus alumnos a razonar y debatir mientras razonaban y debatían de pie y paseando. Lo que admiraba a sus colegas es que conseguía historias increíbles, sí, pero las sabía explicar con cuidado, amor y compasión por sus protagonistas. El lector se hacía cargo de los hechos, claro, pero también de las personas, de su condición y de las penas y dificultades de la vida que eran parte de los mismos hechos. "Siempre se habla de los triunfadores y en la vida hay perdedores, gente que tiene historias interesantes, que han tenido una vida potente, una vida admirable y que se han visto obligados a ser perdedores", explicó en una entrevista a Juanjo Caballero.

Es verdad que tuvo buenos maestros, como Manuel Ibáñez Escofet, y grandes compañeros de escuela y de redacción: Lluís Permanyer, Paco González Ledesma, Jaume Fabre, Josep Maria Huertas Claveria, Bru Rovira, Eugeni Madueño... "Un día —contaba a Enric González, hijo de Paco— entregué [a Ibáñez Escofet, entonces director adjunto de El Correo Catalán] un texto sobre patentes y, mientras lo corregía, me dijo que estaba bien. Le respondí que sí, pero que lo más interesante me habían pedido que no lo publicara y, mientras lo explicaba, vi que [Ibáñez] empezaba a escribir. Le recordé que me habían pedido que no lo publicara y que si lo hacía me dirían que soy un hijo de puta. Me preguntó: '¿Qué prefieres, que mañana te llamen hijo de puta o que ahora mismo yo te diga que eres una mierda como periodista?' Total, que salió [publicado] y, al día siguiente, me grita desde la otra punta de la redacción: '¿Martí, qué te ha dicho ese tío cuando te ha llamado?' Y yo: 'Que soy un hijo de puta'. 'Vale, pero eres un buen periodista'. Las cosas funcionaban así".

Buenos maestros pero también mucho esfuerzo personal, picar piedra, porque Martí (Morella, 1937) estudió Magisterio y empezó como corrector y redactor de platina, encargado de ajustar los textos en el taller de imprenta. Arrancó en Diario de Barcelona, estuvo unos años en Mediterráneo de Castelló, un periódico pequeño donde pudo hacer de todo y le entró el veneno de las crónicas de hechos y gente cosechadas en la calle. En 1969 vuelve a Barcelona, en El Correo Catalán, donde se hizo un nombre y un estilo. "Hablaba con mucha gente —dijo de aquellos años. Se trataba de hablar con mucha gente. La clave del invento era una cosa que siempre he mantenido, que es la fidelidad a los contactos". De allí fue a Mundo Diario y, en 1980, a El Periódico y, posteriormente, a La Vanguardia. Marchó a Londres un poco a la aventura y desde allí hacía crónicas y más para la Cadena SER y El Mundo. También escribió en El País. "En 58 años ininterrumpidos de profesión, Martí, periodista integral, ha tocado todos los géneros y ha publicado y colaborado en todos los medios: periódicos, radios, televisión, redes sociales...", recuerda Eugeni Madueño. Y libros, muchos libros. Martí fue galardonado en 2008 con el Premio Nacional de Periodismo, dos veces con el Ciutat de Barcelona y el Ondas en 2015. En 1999, el Col·legi de Periodistes le otorgó el primer reconocimiento "Ofici de Periodista" para subrayar el papel y la personalidad de los periodistas que no buscan resonancia mediática, hacen su trabajo con rigor y tienen el afecto, el respeto y la admiración de sus colegas, como explica Caballero. Son casi todos los premios. Y son muy pocos.