La iglesia católica ha reiterado la condena de toda forma de eutanasia y suicidio asistido en la carta Samaritanus bonus (“El buen samaritano”), publicada este martes por la Congregación para la Doctrina de la Fe y firmada por el Papa Francisco el pasado junio. Considera el acto eutanásico “inadmisible” y “una elección siempre incorrecta”. Las súplicas de los enfermos muy graves que invocan la muerte “no deben ser [entendidas como] expresión de una verdadera voluntad de eutanasia”, sino como una petición de ayuda y afecto.

El personal sanitario nunca puede prestarse “a ninguna práctica eutanásica ni siquiera a petición del interesado, y mucho menos de sus familiares”, aunque la desesperación o la angustia puedan disminuir e incluso descargar de responsabilidad a quienes lo piden, según la carta.

Incurable, jamás ‘in-cuidable’

El argumento principal del documento es una frase de San Juan Pablo II: “Incurable no es nunca sinónimo de ‘in-cuidable’”. Quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado, amado. También asegura que cuando “la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber ineludible. Lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo”.

La carta también reitera la oposición de la iglesia católica al “ensañamiento terapéutico”, pero establece como “enseñanza definitiva” que “la eutanasia es un crimen contra la vida humana”, y que "toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave" que “ninguna autoridad puede legítimamente imponer ni permitir”.

Este texto “se ha hecho necesario debido a la multiplicación de noticias y al avance de la legislación que, en un número cada vez mayor de países, autoriza la eutanasia y el suicidio asistido de personas gravemente enfermas, pero también que están solas o tienen problemas psicológicos”, según el Vaticano. La carta pretende “proporcionar indicaciones concretas para actualizar el mensaje del Buen Samaritano”, protagonista de una de las “parábolas de la misericordia” recogida en los Evangelios.

“Curar si es posible, cuidar siempre”

“El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico”, afirma la carta. “Así como no se puede aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque lo pida”, dice la carta.

“Curar si es posible, cuidar siempre”, es el principio rector de la carta, en el sentido de que “incurable nunca es sinónimo de ‘in-cuidable’”. El documento achaca la demanda de eutanasia o de suicidio asistido a “la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva”, y propone “estar con” el enfermo: acompañarlo, escucharlo, hacerlo sentir querido.

Suprimir a un enfermo que pide la eutanasia “no significa en absoluto reconocer su autonomía y apreciarla”, sino “desconocer el valor de su libertad, fuertemente condicionada por la enfermedad y el dolor, y el valor de su vida”, añade.

El documento menciona tres factores que “limitan la capacidad de acoger el valor de la vida”. El primero es un uso equívoco del concepto “muerte digna” en relación con el de “calidad de vida” material. Un segundo obstáculo es una comprensión errónea de la “compasión”. La verdadera compasión, señala, “no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo y sostenerlo” con afecto y medios para aliviar su sufrimiento. Otro obstáculo es el individualismo, raíz de la “enfermedad más latente de nuestro tiempo: la soledad”.

Ensañamiento terapéutico y paliativos. El documento explica que “tutelar la dignidad del morir significa [también] no retrasar artificialmente la muerte con el ‘ensañamiento terapéutico’”. Ante la inminencia de una muerte inevitable, “es lícito en ciencia y en conciencia tomar la decisión de renunciar a los tratamientos y medios extraordinarios y desproporcionados que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida”, siempre sin interrumpir el tratamiento normal, que incluye la alimentación y la hidratación, “que no son más que actos debidos de simple cuidado”.

La carta califica los cuidados paliativos de “instrumento precioso e irrenunciable” para acompañar al paciente y recuerda que su aplicación “reduce drásticamente” el número de los que piden la eutanasia.

Sedación profunda. La iglesia católica “afirma la licitud de la sedación  […] de manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible”, incluidos los tratamientos que “adelantan el momento de la muerte (sedación paliativa profunda en fase terminal), siempre, en la medida de lo posible, con el consentimiento informado del paciente”. Pero la sedación es inaceptable si se administra para causar “directa e intencionalmente la muerte”.

Estado vegetativo. Es engañoso, dice la carta, “pensar que el estado vegetativo, y el estado de mínima consciencia, en sujetos que respiran autónomamente, sean signo de que han cesado de ser persona humana con toda la dignidad que le es propia”. Incluso en este estado, el enfermo tiene derecho a la alimentación y la hidratación,  aunque el documento reconoce que “en algunos casos, tales medidas pueden llegar a ser desproporcionadas”, porque ya no son eficaces o porque los medios para suministrarlas crean una carga excesiva.

Objeción de conciencia. Las leyes que aprueban la eutanasia “no crean ninguna obligación de conciencia”, advierte la carta, que establece “una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia” para el personal sanitario, que “no son nunca un mero ejecutor de la voluntad del paciente” y siempre conservan “el derecho y el deber de sustraerse a la voluntad discordante con el bien moral visto desde la propia conciencia”.