Solo hay una cosa más difícil que ir a IKEA y no tener que volver unos cuantos días más tarde a hacer alguna devolución o a buscar algo más: ir a IKEA y no discutir. No descubriremos aquí la sopa de ajo, ya que diversos han sido los estudios en las últimas décadas donde se afirma que entrar en IKEA cargado de ilusión y salir magullado con la sensación de haber vivido el desembarque de Normandía es algo absolutamente normal, por eso el pasado sábado cogí la libreta y el lápiz, me puse el traje de reportero intrépido y me dirigí a Sabadell para observar con mis propios ojos que construir la república catalana puede ser una cosa pesada, lenta y complicada, pero edificar la república independiente de tu casa sin pillarse los dedos en el intento es directamente una utopía.

plato IKEA

Una de las pocas fotos que aparece en Pixabay cuando pones "IKEA amor" es este plato roto, una obra de claras resonancias joanbrossianas. (Pixabay)

La sobreinformación y la frustración, el combustible de las tensiones

Pasear por los pasillos de IKEA es como asistir a una representación de las ágoras griegas del siglo IV a.C. y sus ecclesías, pero en versión actualizada, sin ciudadanos con toga rebatiendo argumentos sino con parejas discutiendo sobre cuántos cajones Kallax necesitan para su colección de libros o qué tipo de lámpara pega mejor en el comedor de casa. Todo en IKEA está pensado para cautivar y proyectar en cada objeto, cada mueble o cada estancia la vida que querríamos, pero hay un detalle importante a tener en cuenta en este aspecto: el 99% de la gente que compramos en IKEA no somos millonarios, quizás por este motivo, por muy barato y económico que nos parezca todo, a cada paso descubrimos que entre aquello que deseamos y aquello que acabaremos comprando hay un abismo considerable.

pareja amor floras

En la salida de IKEA, aparte de transportistas pirata que ofrecen sus servicios para llevarte los muebles a casa, también empieza a haber floristas ambulantes a fin de que las flores ayuden a recoser las heridas provocadas por las duras discusiones amorosas vividas dentro de la tienda. (Pixabay)

¿Por qué una joven pareja enamoradísima que tras siete años de relación ha decidido emprender una vida juntos en un piso de 43 m2 por el que pagarán 980 € de alquiler acaba discutiendo vivamente sobre el color de una funda del nórdico? Porque tomar decisiones conjuntas que afectan la vida en común es siempre delicado, pero también por la frustración de apreciar que su nuevo hogar nunca será como el pisito cuqui y adorable de 30 m2 expuesto en IKEA, aquel donde entre el teórico baño y la vitrocerámica hay tan poca distancia que sería posible hacerse unos huevos fritos sentado en la taza del inodoro.

Un debate electoral permanente

La democracia, en IKEA, está más viva que nunca, por eso los grupos de tres personas acaban las compras en un plis-plas y sin discusiones. Grupos de estudiantes, familias con un solo hijo donde el primogénito ya es lo bastante mayor para tener juicio propio o simplemente compañeros de piso que, al ser tres, no se encallan en dudas infinitas y etéreas: ¿y si compramos aquel mueble de madera por el lavabo? Dos votos a favor, uno en contra, y a seguir, que no tenemos todo el día. Que el número 3 es el número más elemental y fundamental del mundo ya lo dice la Biblia, pero IKEA es la muestra más clara. Por lo contrario, cuando de lo que se trata es de tomar decisiones entre dos personas, la tienda donde todo está pensado para hacerte sentir cómodo y confortable se convierte en un campo de minas capaz de poner en juego ya no solo la paciencia, sino el matrimonio.

La empresa de muebles más famosa del mundo es tan consciente que sus tiendas son un laberinto del desamor que el año 2015, con sentido del humor, entonó el mea culpa haciendo una campaña de publicidad basada en este concepto.

Dice Phillipe Rickwaert en uno de los mejores capítulos de Baron Noir que "la democracia no premia a quien tiene razón, sino a quien sabe explicar la razón de forma más seductora", por eso antes de ir a IKEA, más que hacer una lista de la compra con todo lo que se necesita, es mucho más recomendable haberse pasado la noche hojeando las páginas de El Príncipe de Maquiavelo. Amueblar un piso o hacer cuatro compras para renovar ligeramente una casa puede llegar a ser tan agotador que, si prestáis atención, veréis que en la zona de colchones de la multinacional sueca está lleno de gente tumbada en las camas haciendo movimientos extraños, pasando de estar boca arriba a estar de lado o incluso tumbados, como si el colchón fuera un nido de anguilas que les están haciendo cosquillas. No lo dudéis, aquellas personas no están probando la comodidad de un colchón de látex ni están poniendo en duda si lo que les hace falta es uno de muelles: en realidad son personas atormentadas, absolutamente agotadas y que han tenido que tumbarse para calmar los nervios tras una discusión sobre qué aplique es el necesario para iluminar el pasillo de casa.

Un frankfurt de 1 €, la mejor medalla de honor

Mi abuelo siempre me decía que, en la vida, la clave de una buena negociación es saber ceder hasta unos límites sin hacerle olvidar nunca al otro que no eres fácil de pisar, por eso pensé en esta reflexión que tan poco en mente tiene Quique Setién a la salida de IKEA, allí donde en las cajas de pago el 90% de la gente hace peor cara que un ultrafondista después de haber corrido el maratón del desierto. Aquellos silencios que se pueden cortar con cuchillo y aquellas miradas perdidas al infinito no se deben al hecho que a todo el mundo, cuando llegue a casa, le espere una animada tarde de bricolaje donde el comedor se convertirá en un océano de cajas de cartón, sino a la certeza de que en aquel momento, a escasos minutos de pagar un buen pastizal, hay parejas donde cualquier palabra, pequeño gesto o salida de tono se puede convertir en una chispa que lo acabe de incendiar todo.

pareja joven

Una joven pareja descansando en su casa de madera y sin calefacción después de haber superado con éxito y sin discusiones un día de compras en IKEA (Pixabay)

Sin embargo, tras pagar un reducido y heroico tanto por ciento de parejas que han superado la aventura se detienen en el supermercado a comprar galletas suecas, pizzas margarita y salmón congelado. Son los supervivientes del laberinto que han salido indemnes de la batalla haciendo lo que mi abuelo decía: poniéndose de acuerdo. Por eso, en su caso, el restaurante es su particular Arco de Triunfo parisino en agosto de 1944. ¿Son una minoría? Sí, pero han sido capaces de resistir, debatir juntos, negociar sin sangre y admitir que respetar la democracia también significa aceptar las consecuencias, incluso cuando el resultado no es el que se espera, por eso un frankfurt de 1 € no solo es el premio a su supervivencia ni el engendramiento de una nueva república -la independiente de su casa-, sino la muestra que el suyo no es un amor a prueba de bombas, sino de algo mucho más peligroso: un amor a prueba de IKEA.