El 10 de mayo de 1983, en Guinea Ecuatorial, dos oficiales y un suboficial dieron un golpe de estado contra el dictador Teodoro Obiang Nguema, que había subido el poder en 1979, mediante un putsch contra Francisco Macías. El levantamiento militar fracasó rápidamente y hubo un centenar de detenidos. Uno de los jefes de la intentona, el sargento Venancio Mikó, consiguió huir de la prisión de Blabich dos días después y refugiarse en la embajada española en Malabo, donde pidió asilo diplomático. El gobierno guineano exigía la inmediata entrega de Mikó, e incluso amenazó con sacarlo por la fuerza. El Gobierno en principio se negó a entregarlo. La embajada fue asediada, y todos los coches que entraban y salían, incluso con matrícula diplomática, eran registrados. Eso estuvo a punto de llevar a una crisis bélica entre los dos países. Este es un precedente directa de la situación que se vive actualmente en la embajada española en Caracas, aunque con diferencias notables, como se verá.

Operativo militar

El de Mikó no fue el primer golpe de estado contra Obiang. Ya había sufrido uno el 1981. Tampoco sería el último. Pero era la primera vez que alguien pedía asilo en la embajada española en Malabo y abrió la crisis diplomática más saria de los primeros tiempos del PSOE. El Gobierno de Felipe González no descartó una operación militar contra Guinea Ecuatorial. No era impensable: Francia había enviado tropas, a menudo, a intervenir en los países de África Central, y el ejército guineano, muy débil en la época, difícilmente podría haber resistido una intervención militar española. Obiang podría haber caído por una intervención exterior, como otros dictadores africanos. En Alcalá de Henares los paracaidistas españoles pasaron algunos días en estado de alarma, sin poder salir de la base, y con los aviones Hércules preparados en la pista. Parece ser que, como que los Hércules no tenían autonomía de vuelo para ir y volver desde Canarias, el Gobierno había obtenido el visto bueno del ejército francés para utilizar su base de Libreville para repostar sus aviones tras lanzar a los paracaidistas y aterrizar en Malabo cuando la pista estuviera ya asegurada. En las aguas canarias se concentraron la fragata Asturias, el petrolero Teide y el transporte de tropas Aragón, preparados también para intervenir en Guinea, con fuerzas de Infantería de Marina.

Tensas negociaciones

Un par de llamadas de Felipe González a Obiang consiguieron, parece ser, detener el ataque militar guineano a la embajada española. El ministro de Exteriores, Fernando Morán, viajó a Guinea el día 24 de mayo para intentar encontrar una salida negociada. Presionó al gobierno guineano con el tema de la ayuda al desarrollo española, que suponía, en aquellos momentos, más del 25% del PIB guineano. Su principal preocupación era que se ejecutara o torturara en Mikó, y condicionaban su entrega a que tuviera un juicio justo. Al fin, el 27 de mayo, tras 15 días en la embajada, se llegó a un acuerdo según el que se entregaba al sargento a cambio de un juicio justo, que no se lo torturara y que se le indultara en caso de pena de muerte. Además, el acuerdo establecía que Mikó podría ser visitado diariamente por diplomáticos españoles y por un médico con el fin de garantizar que se cumplía el acuerdo. Morán, además, anunció que Mikó tras el juicio sería expulsado de Guinea, pero parece que este acuerdo no se llegó a firmar.

El incumplimiento

El gobierno guineano no cumplió el acuerdo. Se autorizó la primera visita de un diplomático 10 días después. Y Venancio Mikó fue torturado. Mucho. En el Consejo de Guerra, marcado por las irregularidades, se pidió la pena de muerte para el sargento Mikó y para los dos alféreces implicados. El 4 de julio se dictó sentencia de muerte contra los tres jefes militares y al día siguiente, sin posibilidad de apelación, se ejecutó a los dos alféreces. El rey Juan Carlos pidió que no se ejecutara Mikó, pero este desapareció.

¿Qué le pasó a Venancio Mikó?

Venancio Mikó fue salvajemente torturado, pese a los compromisos firmados con el Estado español. Pasó todo este tiempo en aislamiento. Estaba solo, en un calabozo, día tras día, sin poder salir. Los vigilantes rehusaban hablar con él. Sólo se podía lavar, con un cubo de agua, una vez a la semana. Durante este tiempo no tuvo ningún contacto con sus familiares, que temían que lo hubieran matado. Un periodista francés que visitó Malabo presionó al régimen para que le dejaran ver a Mikó, en 1988. Aquella fue la primera ocasión en que salió del calabozo. La primera en qué se vistió decentemente. La primera en qué pudo hablar con alguien... Lo aleccionaron estrictamente sobre qué tenía que decir y le advirtieron de las posibles consecuencias de decir lo que no tocaba. A Mikó ni se le ocurrió revelar los maltratos que había sufrido y se limitó a explicar que lo trataban bien; además, criticó a España, afirmando que allí se difundían mentiras sobre su situación (tal y como le habían aleccionado). A pesar de todo, la breve entrevista con el periodista, en presencia de algunos torturadores, sirvió para que todo el mundo supiera que todavía estaba vivo. Después de su salida a la luz, volvió a ser recluído, pero ya no en régimen de aislamiento.

La liberación

La desaparición de Mikó enturbió notablemente las relaciones bilaterales. Periódicamente, los grupos de oposición en el Congreso pedían al gobierno español por la situación del sargento, y el PSOE no sabía qué responder. Diferentes gestiones oficiales no pudieron aclarar qué había sucedido. En noviembre de 1991 Felipe González tenía que viajar a la Guinea. Incluso se anunciaba que este viaje marcaría el giro de Obiang (que ya llevaba 12 años al poder, gobernando de forma autoritaria) hacia la democracia. González llevaría a Guinea la "transición", marcada por el ejemplo español. Madrid exigió que el ejecutivo guineano liberara a Mikó, como gesto de buena voluntad y de rectificación del incumplimiento de sus acuerdos. Y al fin lo consiguió. Mikó fue obligado a rodar un vídeo en que agradecía a Obiang su "espontáneo" gesto de clemencia y lanzaba acusaciones contra todo tipo "de enemigos internos y externos" del país. Fue liberado, pero se le apartó del ejército y se le confinó en su pueblo natal, donde pasó a dedicarse a la agricultura. No ha vuelto a tener ninguna relevancia política. Pero se convirtió en el máximo defensor del Estado español en Guinea Ecuatorial. Estaba convencido de que en 1983 la intervención española le salvó la vida (sus compañeros fueron ejecutados) y que en 1991 si no llega a ser por Felipe González hubiera continuado encerrado en una celda. "Nunca le agradeceré lo suficiente en España lo que hizo por mi", aseguraba muy agradecido al antiguo golpista.

Las diferencias

Hay diferencias importantes entre el caso de Mikó y el del encierro de Leopoldo López en la embajada en Caracas. Desde 2009 no es posible pedir asilo a embajadas y consulados españoles (otros países que lo permitían también han ido restringiendo esta posibilidad). Por lo tanto, López no se puede acoger a esta opción. Por otra parte, Guinea Ecuatorial era un país que tendía a no respetar las convenciones diplomáticas, y no se podía descartar un ataque militar contra la embajada española (que en el caso actual es improbable que se produzca, aunque pueda haber fuertes tensiones). Por otra parte, en el caso de Guinea era planteable una operación militar española, que incluso habría podido tener como objetivo eliminar la dictadura de Teodoro Obiang. En el caso venezolano, por cuestiones militares, pero también diplomáticas, no es planteable una operación militar española en el país. Eso no quiere decir que esta situación no pueda llevar múltiples complicaciones al Ministerio de Asuntos Exteriores españoles, que se encuentra en una situación tremendamente incómoda y delicada.