Los comerciantes de la calle de Verdaguer i Callís están más que acostumbrados a presenciar hurtos. La proximidad de esta calle con el Palau de la Música la convierten en una ruta de fuga perfecta para los ladrones, que aprovechan la concentración de turistas que contemplan el edificio para robar móviles, carteras o incluso cámaras.

El pasado 17 de octubre se repetía uno de estos múltiples incidentes cuando un hombre perseguía calle abajo un joven que le acababa de birlar el móvil. Algunos comerciantes decidieron intervenir como tantas otras veces: llamaron a la policía mientras asistían a la víctima del hurto. Sin embargo, la mujer que acompañaba al ladrón ―que se encarga de distraer a los turistas mientras su compañero les roba― se dirigió a uno de los comerciantes y lo amenazó. "Conozco tu cara. Vendremos a tu local y te pasará alguna cosa", le dijo la mujer.

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Al día siguiente, tres personas entraron en la tienda que regenta Pedro ―quien prefiere esconder su verdadera identidad― mientras su mujer estaba al cargo. "Como estábamos precavidos, fue fácil detectar que su intención era robar", asegura el comerciante amenazado. Rápidamente consiguieron echar fuera del local los individuos pero se dieron cuenta de que alguna cosa había cambiado.

Tres roles diferentes

El modus operandi no era el mismo. No sólo se trataba de tres personas diferentes, ni el ladrón ni la mujer que les había amenazado el día anterior se encontraban en la nueva comitiva, sino que respondían a tres roles específicos y organizados: un chico joven, ágil y preparado para robar los objetos de la tienda más a mano; una mujer encargada de birlar de bolsos o mochilas y de montar una escena en caso de que alguien se percatara del robo; un hombre corpulento con la función de intimidar a los comerciantes para evitar que llamen a la policía.

Las amenazas y esta nueva organización para cometer los hurtos fueron las razones que llevaron a Pedro a denunciar la situación. "Los ladrones se han cansado de la actitud de los comerciantes y han venido con refuerzos", asegura el vendedor, que en los cuatro años que lleva en la calle de Verdaguer i Callís no había visto nada parecido.

Mala propaganda

Dos porterías abajo se encuentra la tienda y taller de cerámica que regenta Carla, una brasileña establecida en Barcelona. Esta vecina ha sido muchas veces víctima de pequeños robos de joyas o piezas de artesanía e incluso le birlaron un móvil que tenía a la mesa mientras estaba "despistada limpiando el escaparate".

Desde hace aproximadamente un año, los hurtos con violencia se han incrementado. "Siento vergüenza por los turistas. Es una mala propaganda para el barrio", lamenta Carla, quien asegura que no se atreve a abrir los domingos si no hay ninguno de los establecimientos vecinos abiertos.

Según el presidente de la asociación de comerciantes de la zona, Oscar Aybar, este no es un fenómeno nuevo y las entidades locales llevan años trabajando con la policía para mejorar la seguridad en el barrio. Sin embargo, Aybar asegura que "hay muchas caras nuevas" y que después de acabar la temporada de verano en la Barceloneta, muchos ladrones se trasladan a los alrededores del Palau de la Música en busca de los turistas.