Mercè López trabaja como enfermera en la UCI de la Vall d'Hebron desde hace más de 20 años, desde que acabó la carrera. Siempre con críticos. También en urgencias y en quirófano. Las ha visto de todos colores. Pero admite que como esto de ahora no lo había vivido nunca, que es excepcional. "Es como una guerra", confiesa con el lenguaje belicista que está impregnando hasta el último rincón de la lucha contra el Covid-19.

Infermera Merce Lopez sanitaria Hospital Vall Hebron Coronavirus mascareta - Sergi Alcazar

Foto: Sergi Alcàzar

Ella es una de las miembros del batallón de enfermeras de UCI, acostumbradas a trajinar en un espacio donde la vida y la muerte se contempla de manera diferente. En la conversación con ElNacional.cat, muestra la pericia de una persona consciente que ha desplegado su carrera en uno de los centros mejor preparados del mundo. Habla de la imprescindible diligencia y precisión que requiere la UCI, en una carrera constante contra el reloj que exige experiencia, habilidad y entrenamiento.

Y a pesar de ello, admite que cuando irrumpió el Covid-19 se dieron cuenta de que aquello era diferente. Lo constataron de manera "brusca". "La rapidez con que teníamos que actuar, se tenía que aplicar muchas técnicas al mismo tiempo. La complejidad que requería la respuesta", explica impresionada a pesar de estar acostumbrada durante años a trabajar sabiendo que a veces sólo disponen de un hilo de aliento para atrapar la vida del paciente.

Con el tiempo han empezado a conocer por donde llegan los zarpazos el coronavirus. Han aprendido a verlas venir. Pero el impacto es brutal. También entre enfermeras y enfermeros tan experimentadas como las de esta UCI. Tampoco escapan de los golpes. Para Mercè, uno de los peores momentos en esta crisis fue cuando vio intubado un compañero.

El personal sanitario no es ajeno al miedo que el coronavirus ha extendido por todas partes. Ni las máscarillas, ni las gafas, ni el buzo blindan al personal ante el impacto emocional. Tampoco del temor a llevar la enfermedad a casa. Algunas compañeras han optado por no vivir con sus familias. Mercè vive con su hijo pero evitan el contacto. Ni siquiera comen en la misma mesa. Se aplica el mismo aislamiento que sigue un positivo y un protocolo de desinfección absoluta tan pronto como pasa la puerta de su hogar. "Imagínate que contagiara a mi hijo. No lo puedo permitir", explica con la angustia que le provocar la simple idea.

Esta pandemia dejará una estela de impacto profundo entre la gente que trabaja sin tregua. Está convencida. Ya lo está haciendo. La UCI de la Vall d'Hebron se ha multiplicado para dar respuesta. Se ha reorganizado y ha pasado de 60 camas hasta 190, y la previsión es de llegar hasta 300, si hace falta. Pero eso ha obligado a incorporar personal que no está acostumbrado a la brutalidad con que puede llegar a golpear una unidad de intensivos. Y se nota. Sobre todo entre los más inexpertos, los compañeros más jóvenes.

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Foto: Sergi Alcàzar

De hecho, admite que para nadie es fácil la experiencia de vivir la enfermedad y la muerte con esta intensidad impensable. Y no obstante, como enfermera reivindica su papel, el de curar y también el de acompañar, "acompañar enfermos en la última fase de la vida; que sea de forma digna y que no estén solos". "La gente no muere sola. Ni ahora ni nunca. Siempre hemos estado nosotras", asegura.

Admite que con la Covid-19 muchas familias no han podido acompañar a los suyos en los últimos momentos, que el luto será mucho más complicado, pero también que "el paciente en este extremo no sufre, se va en paz". Desde la semana pasada puede haber una persona acompañado al enfermo en situación terminal. Es alguien que tiene que vivir el momento de la despedida en soledad, contemplando el último aliento de la persona amada a través de un cristal. También este luto dejará rastro. Como la huella del dolor que transmite diariamente tras las llamadas angustiadas pidiendo información. "La impotencia que sentimos nosotros a veces, no se puede explicar", admite.

Las jornadas son agotadoras, e intensas. Hay que formar a los profesionales que se han sumado desde otras especialidades. Y, todo ello, en condiciones que no son las óptimas. No obstante, el personal del UCI de Vall d'Hebron se considera privilegiado porque cada uno tiene un equipo de protección individual diario. Saben que en otros centros no es así. El material se dosifica. Todo el mundo es consciente de que no hay. Que todo el planeta está comprando hasta agotar las existencias. Todo se administra con extrema atención. Las mascarillas quirúrgicas se desinfectan con peróxido de hidrógeno, aunque después de dos horas y media con la mascarilla, hay que salir de la habitación de intensivos porque llegan los vómitos, mareos y dolor de cabeza.

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Foto: Sergi Alcazar

Mercè no puede esconder el orgullo por la respuesta que sido capaz de ofrecer todo el personal sanitario de su UCI, por el vínculo que ha conseguido construir, por la profesionalidad. Pero al mismo tiempo advierte que sólo hacen su trabajo. "Ni heroínas ni puñetas. Somos trabajadoras normales", asegura. Advierte que el confinamiento ha estado clave, que ha permitido combatir el colapso en el servicio. Valora el trabajo del epidemiólogo Oriol Mitjà y que haya hecho oír su voz sobre la necesidad de las medidas preventivas. Pero reclama que todo el mundo sea conscientes, de que todo el mundo se quede en casa y actúe con prudencia. Mientras en los hospitales intentarán detener la pandemia. Sin tregua y a pesar de la incertidumbre. No es fácil. "Cada día, cuando vas a trabaja piensas: qué nos encontramos hoy?", confiesa sabiendo, sin embargo, que se trata de una preocupación que comparte con miles de colegas en todo el planeta.