Las cifras que arrojan las estadísticas del Departamento de Salud de los EE.UU. en cuanto al ejercicio que practican sus ciudadanos son ciertamente alarmantes. Según estos números, menos del 5 por ciento de la población adulta estadounidense realiza al menos 30 minutos diarios de actividad física.

Por si esto fuera poco, más del 80 por ciento de los adultos de país americano no sigue las pautas que se recomiendan para el ejercicio aeróbico y de resistencia.

Un reciente estudio llevado a cabo por científicos del del Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas, en Dallas, y publicado en la revista Circulation, examinó a ratones y personas con el fin de dictaminar si existía alguna relación entre el sedentarismo de los roedores y los humanos con el fosfato inorgánico.

Cansado

El fosfato inorgánico es un aditivo alimentario muy presente en la alimentación occidental, especialmente en los alimentos procesados, los refrescos de cola, los pescados en lata y la carne, entre otros. Contiene fósforo y según los investigadores el organismo lo necesita para “construir y reparar huesos y dientes, ayudar a los nervios a funcionar y hacer que los músculos se contraigan”.

El riesgo del fosfato

La industria alimentaria añade fosfato a los alimentos para mejorar su sabor y mantenerlos más frescos y en principio no debería suponer un problema para las personas sanas, ya que los riñones se encargan de filtrar y eliminar el exceso de este elemento.

En cambio, aquellas personas con problemas renales tienen grandes dificultades para que se lleve a cabo esta eliminación, e incluso algunos estudios han sostenido que el exceso de fosfato inorgánico podría aumentar el riesgo de mortalidad entre quienes sufren problemas de riñón.

Otras investigaciones van incluso más allá y han encontrado una correlación directa entre el exceso de fosfato y la muerte por problemas cardiovasculares.

Relación con la actividad física

Durante el estudio de la universidad texana, se distinguieron dos grupos de ratones sanos con dietas similares, solo que a uno de los grupos se les añadió un extra de fosfato en un grado equivalente al que consumen los adultos norteamericanos.

Tras doce semanas de experimento, los científicos comprobaron que los roedores con exceso de fosfato en su dieta tenían una menor capacidad cardiaca y dedicaron menos tiempo a hacer ejercicio en la cinta de correr.

Los investigadores descubrieron que los ratones que consumieron fosfato adicional desarrollaron un metabolismo de quema de grasa deteriorado. Además, encontraron que 5.000 genes que ayudan a procesar la grasa y el metabolismo celular se habían alterado.

Tumbada

En cuanto al trabajo con las personas, revisaron los datos de más de 1.600 personas sanas. Los participantes habían utilizado monitores de actividad física durante siete días, lo que permitió que los científicos pudieran controlar sus niveles de actividad física. Así, descubrieron que los niveles más altos de fosfato en la sangre se correlacionaron con un mayor sedentarismo.

Por eso los investigadores abogan por que la industria alimentaria muestre siempre en el etiquetado de sus alimentos la cantidad de fosfato que contienen y que así seamos los consumidores los que podamos decidir sobre su consumo.