Hace muy pocos años, medios y periodistas --algunos se deben llevar ahora las manos a la cabeza--, sacaban pecho porque España era "la excepción europea". Aquí, decían, a diferencia de Francia o los Países Bajos, no había extrema derecha. Pocos años después, sin embargo, la campaña madrileña ha servido para visibilizar no sólo que existe (52 diputados en el Congreso de los Diputados), sino también hasta donde llega su amenaza: contra todo el mundo. ¿Fue mala fe o ingenuidad? Quizás ahora hay que plantearse otros interrogantes, sobre cómo ha sido posible que crezca la bestia del fascismo. Y si existen manuales que sirvan o ya han caducado. Planteamos estos interrogantes a varios expertos en extrema derecha y populismo en el Estado español.

En primer lugar, ¿había o no había extrema derecha en España? La respuesta es que sí, que la había. Siempre ha habido, sin embargo, como apunta Miquel Ramos, periodista de La Marea, estaban muy vinculada a la dictadura franquista y muy divididos entre ellos. Por eso la mayoría de votantes de extrema derecha se refugiaban bajo las siglas del PP. A partir del gobierno de Zapatero es cuando empiezan a cambiar las cosas. "Hay un sector de la derecha, el ala más neocon, que se empieza a descolgar, se quita los complejos y empieza a reivindicar una derecha más radical que no se siente representada", explica Ramos. "Es un proceso que, poco a poco, acaba capitalizando Vox. Es un producto de eso", añade. Y ha acabado recogiendo tanto la extrema derecha del PP como la extrema derecha extraparlamentaria. Y ha encontrado el caldo de cultivo perfecto para su propaganda vacía contra independentistas, inmigrantes, feministas...

¿Y cómo ha llegado hasta donde ha llegado? El periodista Xavier Rius Sant, también especializado en extrema derecha, apunta que "a diferencia de otros países, en España la ultraderecha ha salido para defender que España una y no 51". Como sólo atacaba a independentistas, incluso era útil para algunos. Se vio en las acusaciones particulares del 1-O: desactivado el sindicato Manos Limpias, tomó el relevo Vox, con la cuota de telediario que implicó eso. Miquel Ramos señala cómo se menospreció de origen: "Todo el mundo confiaba en que no había extrema derecha. Desde la izquierda se veía incluso bien en un principio, porque dividía a la derecha". Hasta que irrumpió con fuerza en las instituciones y fue demasiado tarde. "Hoy hay un clima de agresividad y violencia donde se sienten cómodas y los discursos de odio se banalizan", lamenta.

Xavier Rius Sant: "A diferencia de otros países, en España la ultraderecha ha salido para defender que España una y no 51"

¿De quién es responsabilidad de este auge? Además de un contexto estatal e internacional favorable, probablemente hay responsabilidades compartidas, pero los diferentes expertos consultados coinciden en señalar que, en gran parte, los grandes medios de comunicación españoles. Les han dado visibilidad y comprado su agenda. Carolina Plaza, socióloga e investigadora doctoral en la Universidad de Salamanca, se muestra perpleja que ahora salten las alarmas en muchas redacciones, cuando Vox existe desde 2013 y está en las instituciones desde 2018. "Ahora es mucho más difícil hacerle frente", admite Plaza, después de "tres años legitimando la extrema derecha como un actor aceptable y normalizando ciertas posiciones". De eso, lamenta, han sido responsables los medios, que "no sólo les han dejado espacio, sino que ha sido un espacio muy acrítico y neutral". Miquel Ramos coincide: algunos medios no se lo tomaron seriamente y otros "han jugado por sus intereses". En este sentido, recuerda: "A diferencia de Podemos, Vox no es ninguna amenaza para el establishment". Y prosigue: "Han podido alimentar la bestia porque pensaban que no les afectaría. Pero ahora la bestia tiene vida propia".

¿Y el resto de partidos qué rol han jugado en este auge? Miquel Ramos constata la inacción inicial de la izquierda, y más concretamente del PSOE: "El análisis en un primer momento es de no preocuparse porque eso divide a la derecha... Pero después saltan las alarmas, sobre todo cuando el PP y Ciudadanos empiezan a pactar desde el minuto 1 con la extrema derecha". Otros, como Ángel Gabilondo, directamente han alimentado la teoría de los extremos. "Un extremo quiere abolir los derechos humanos y el otro vuelo vivienda público", ironiza el periodista. Carolina Plaza remarca cómo inicialmente Vox "no molestaba", porque iba sólo contra determinados colectivos: "Independentistas, izquierda radical, Altsasu... Al final es la legitimación de un mismo discurso duro, autoritario e incluso antidemocrático, pero contra ciertos colectivos que ya no eran políticamente correctos". Y la secuencia ya es conocida: elecciones andaluzas, foto de Colón, juicio del procés... y tercera fuerza en el Congreso de los Diputados.

Carolina Plaza: "Los medios no sólo les han dejado espacio, sino que ha sido un espacio muy acrítico y neutral"

A todo esto, ¿qué papel ha jugado la judicatura? Estos días y semanas se ha visto cómo un juez se negaba a retirar la campaña racista de Vox contra los menores migrantes, pero también cómo los asaltantes de Blanquerna volvían a esquivar el ingreso en prisión. Xavier Rius Sant se aferra justamente al caso Blanquerna: "Los tribunales piensan que quizás están chalados, pero que son los nuestros. La judicatura, así como parte de las Fuerzas Armadas y la policía, siguen siendo de la idea de que Franco no fue tan malo". Por su parte, Miquel Ramos admite que la justicia nunca se ha tomado seriamente la amenaza ultra. Y pone el foco en la legislación contra delitos de odio, que "se ha pervertido hasta tal punto que sus víctimas son nazis y policías". Hay instalada una sensación de impunidad total para el fascismo.

Y ahora, ¿hasta dónde puede llegar esta amenaza de la extrema derecha? Durante la campaña electoral se ha visto no sólo Santiago Abascal amenazando con violencia contra manifestantes antifascistas, sino también amenazas de muerte --con balas y navajas ensangrentadas-- dirigidas sobre todo a dirigentes de los partidos de izquierdas españoles. "No sabemos si son lobos solitarios o no, pero cuando hay varias pueden llegar hasta donde pueden llegar", avisa Xavier Rius Sant.

¿Qué se puede hacer ahora?

Ahora, que la amenaza de la extrema derecha se ha evidenciado con toda su fuerza y contundencia, se abre un nuevo debate. Se ha llegado quizás un poco tarde, ¿pero qué se puede hacer para revertir el daño que ya se ha causado? Rius Sant admite que "no hay soluciones mágicas" en estos momentos. Ramos asegura que "todavía hay mucho que se puede hacer" para contrarrestar el discurso del odio. Empezando por los medios de comunicación.

Carolina Plaza apuesta para revertir el modelo que han seguido hasta ahora los medios, normalizando su discurso y convirtiendo el debate público en un espectáculo de "zascas y frases que llaman la atención". Y también dejar de reproducir acríticamente sus declaraciones, mentiras y ocurrencias, sin rebatirlas: "Hace unos años, que en el Congreso de los Diputados o en un mitin se hablara del peor gobierno en 80 años, incluyendo la dictadura, habría levantado ampollas. Hoy, como si nada". Según la investigadora de la Universidad de Salamanca, hacen falta "espacios donde se contradigan sus discursos", y no simple "entretenimiento".

Por su parte, Miquel Ramos ve positivo que se empiece a hablar abiertamente y llamar a las cosas por su nombre: es fascismo y no polarización. "Sería como si alguien hablara de la polarización en la Alemania del año 32", ironiza. Por eso, primero, los periodistas tienen que saber "de qué hablamos". Segundo: "No ir allí, plantar el micro y ya está. Tienes que ir bien preparado y si es necesario desmontar en directo sus mentiras". Y tercero, como conclusión: "Tienes que escoger si quieres ser un simple transmisor del discurso del odio o si quieres hacer la contra desde una posición democrática y de derechos humanos. Porque escoger la agenda ya es ser subjetivo". Pide que al fin y al cabo "no sea pasajero", que "tengamos claro que es una lección".

Miquel Ramos: "Tienes que escoger si quieres ser un simple transmisor del discurso del odio o si quieres hacer la contra desde una posición democrática y de derechos humanos"

¿Y desde la política, qué se puede hacer? Xavier Rius Sant lo tiene claro: "No hacerlos determinantes en los gobiernos. No podrás evitar coincidir en votaciones, pero no tienen que formar parte de ninguna negociación. El problema es que Vox no sólo es determinante, sino que incluso ha firmado acuerdos de investidura". Y la segunda clave, no legitimar su discurso desde el resto de formaciones, comprando su agenda. Es decir, no hacer lo que hicieron Nicolas Sarkozy o Manuel Valls en Francia. "Entre el original y la copia, siempre acaba ganando el original", recuerda el periodista especializado en extrema derecha.

Carolina Plaza coincide en que el cordón sanitario, aunque les permite victimizarse, es parcialmente útil: "No les deja que formen parte de la toma de decisiones, que tengan influencia en políticas como la inmigración, la educación o la distribución del presupuesto". Ahora bien, el cordón sanitario, añade la investigadora en ciencia política, no es una solución para impedir que crezcan electoralmente. Para frenarlos en las urnas hace falta más, hacen falta políticas valientes y decididas que vayan a la raíz de los problemas. No parches que alimenten la antipolítica.