Tú a Londres, y yo a California no es de las mejores películas de la industria de Hollywood. Pero es Disney, y como tal, gusta a jóvenes y guarda lecturas de interés para sociólogos. Después de años separadas, dos gemelas se reencuentran en un campamento. Hallie viene de la costa oeste estadounidense, donde hace sol y los surfistas surcan olas. Es de clase media. Annie llega con limusina y mayordomo y viene de la capital del Imperio británico. Lo que sigue, es cuestión de un domingo por la tarde.

Pero para mañana, El Nacional se ha trasladado a dos barrios de Madrid con fuertes contrastes socioeconómicos, donde la nueva política podría desbancar a la vieja. El objetivo es descifrar qué empujaría un feudo socialista a votar Podemos, y qué piensan en una zona acomodada sobre la sustitución de PP por Ciudadanos. Es decir, Tú, a Vallecas, y yo, a Serrano, versión Pablo Iglesias y Albert Rivera.

Pablo, la izquierda verdadera

Vallecas es un barrio de clase trabajadora. Los comercios son de proximidad y hay una mayoría de pisos de protección oficial, que construyó Franco en los años sesenta. Algunos vecinos pasean tranquilos; otros se sientan y charlan. Los bares están llenos. Es sábado al mediodía, y padres y madres, acompañados de niños y abuelos, toman cervecita y tapas. Hay un gran volumen de tiendas pakistaníes y chinas, pero el ambiente es familiar. Manuela Carmena, de Podemos, desbancó en las municipales al PSOE, en este feudo socialista.

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En un bar, un señor dice: “el de Venezuela, que ya no está en el partido, no me gusta”. Se refiere a Juan Carlos Monedero. Tiene sensibilidad respecto a que algunos de ellos trabajasen para Chávez. Pero, “Pablo encuentro muy bien como lo está haciendo. No se modera y propone cosas que de verdad son de izquierdas”. Ríe, porque asegura “no son radicales”–quizás conoce que en Grecia Syriza no fue para tanto–. “Es que no me gusta la derechización del PSOE”. Estupefacción. No es politólogo, sino taxista, pero ha bautizado a la perfección el fenómeno. “En las siglas dice Obrero Español, y no lo está haciendo, se ha olvidado”.

Sin darse cuenta, apunta uno de los motivos por el que el PSOE ha combatido durante años, y es no ser confundido con el PP en su política económica. El señor parece entendido, y sigue: “Quieren abarcarlo todo, los socialistas, y no puede ser. No puedes querer que te vote todo el mundo... pierden gente por los lados”. En cambio, dice que Pablo “es como es, y no quiere gustar a nadie”, ahora bien, que “la gente no se asuste si llega al poder y se vuelve un poco de derechas, porque eso es inevitable”. Golpe de realidad ciudadana.

El señor, que daría para una entrevista en profundidad, afirma dudar sobre qué escogerá mañana –dice que izquierda “seguro”­– y quizás no es consciente, pero es de los ciudadanos que quiere maximizar la utilidad en el voto. "Es que el PSOE seguramente tendrá más fuerza, porque el partido es mayor. El otro todavía es pequeño... No sé”.

Pedro, experiencia

Cuatro señoras están sentadas en un banco. Llama la atención una abuela con una bufanda lila intenso, de pie. No quiere “hablar de política”, pero una de ellas, de mediana edad, le toma la palabra. “Pedro Sánchez lo hizo muy bien en el debate, y no me fío de los nuevos”. Votará al PSOE, si bien, dice que su hijo, que está en el comité de empresa, apostará por Podemos. “Ya pasa eso, con los jóvenes”. Se refiere a que son más combativos, y quieren cambiar el mundo. Pero ella tiene un motivo para votar a los socialistas, se ha delatado: “¿dijo algo sobre los pensionistas, no?”, le pregunta a otra.

El barrio tiene vidilla. Se para una abuela con una señora en silla de ruedas y asegura que ha escogido a los populares. Ahora bien, si tuviera que elegir a otro, sería Podemos. “El del PSOE estuvo agresivo con Rajoy, no hacía más que criticar al PP y no proponía nada”. En cambio, dice que Pablo sí propone cosas. A escasos metros, una mujer con niños confiesa que no vota nunca, pero no ve claro eso de la nueva política. “Es que no han hecho nada, no se puede opinar”. Asegura que el PSOE ya ha estado en el poder, y claro, “saben qué se hacen”.

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En el metro, de nuevo. Ahora, hacia la calle Serrano. Es el bulevar –no de los sueños rotos, como diría la canción de Joaquín Sabina– sino de las marcas caras de la capital.

Mariano, buena gestión

El barrio de Salamanca es acomodado. Louis Vuiton, Montblanc, Cartier, Bulgari... lo delatan. La avenida es ancha y poco transitada. Más bien, hay taxis que colapsan la vía. Los edificios son majestuosos, muy altos. Hay alguna cafetería de cupcakes, pocos bares como tal, pero sí hoteles y restaurantes. Los árboles son los típicos plátanos, y los naranjitos podrían apostar para sacarle algún votante a los populares.

Un matrimonio se detiene. Explican, acompasados, que siempre han votado al PP y que “es su partido”. Los politólogos dirían de ellos que tienen sentimiento de pertenencia partidista. “Creo que en los tiempos que corren no se puede arriesgar”, dice el marido. Se muestra contento con la gestión del presidente español en economía, y parece que la corrupción no le molesta especialmente. “Rajoy no es corrupto, ni su equipo de Gobierno tampoco”. Silencio. Sin embargo, cuando es preguntado por si le gusta la MeninaSáenz de Santamaría, la respuesta es sorprendente: “No me gusta ninguno, ni Rajoy, ni Soraya, pero lo están haciendo bien”.

Una mujer espera para comprar lotería. Comenta que ella votaría al PP, aunque no es “de derechas”, porque Ciudadanos tiene políticas que “no están claras”. “A veces no sabes exactamente qué quieren hacer”. Además, parece que le echa atrás su inexperiencia política. “Me genera duda porque no han estado todavía en el poder y no puedes saber qué harán”. Precisamente, esta desconfianza para unos, parece ser el gran activo de la confianza para otros.

Albert, sin corrupción

Un chico está a punto de entrar en una tienda. Si tuviera que escoger a los naranjitos, lo haría porque es una “derecha descafeinada”, pero que se merece “una oportunidad”. Ahora bien, “no se puede obviar que Rajoy se ha esforzado mucho al sacar el país de la crisis”. Pone mucho énfasis en este argumento, que parece trascendental para los votantes populares. “Se ve, es evidente que ahora el país está mucho mejor”.

Cruzando la calle, una madre y su hija, muy elegantes y con taconcitos, explican que ellas prefieren a Albert Rivera. “El PP es corrupto y no puedo escoger a alguien que me ha defraudado ya”. Además, Rivera simboliza un cambio: “Quiere aportar cosas nuevas”. La cuestión de la corrupción es un activo habitual entre los seguidores de C's, que ven en Rivera la posibilidad de escoger a alguien que tiene las manos limpias, y no ha sustraído ni un céntimo a los contribuyentes.

Es hora de marcharse. Se ha acabado la búsqueda, pero de golpe, en el taxi, el conductor salta: “No me fío de los nuevos partidos. PP y PSOE, al menos –al menos– ya tienen los bolsillos llenos, pero los otros todavía se los tienen que llenar”. Increíble. Suerte que, según el refrán, de Londres hasta California, o de Vallecas hasta Serrano, son los niños y los borrachos los que dicen la verdad.