Una de las cosas más extraordinarias que se observan ahora mismo en Catalunya es que la vida sigue pese a los muchos chuzos que caen de punta. La gente celebra el no-puente de Todos los Santos; unos buscan setas en los montes patrios y otros, en la costa, ven pasar los cruceros con nostalgia del verano que ya se fue; desde luego hay colas en los cementerios y en las tiendas de disfraces; Halloween mató a la castanyada, y, en fin, venimos o nos vamos yendo como Dios o el diablo nos dan a entender.

Lo que Berger y Luckmann llamaron la realidad de la vida cotidiana sigue imponiendo su ley. También aquí. Quizás porque es tal la inflación de impactos apocalípticos que recibimos cada minuto a cuenta del procés y su evolución a corto y medio plazo que del supuesto sinvivir de cada día al borde del abismo hemos hecho en Catalunya nuestra peculiar normalidad añadida.

Ante la incertidumbre, la única certeza es que lo que siempre parece que ha sido así y continuará siendo como es, la unidad de España, por ejemplo, se sustenta en terreno resbaladizo. Sucede que la realidad de lo cotidiano, de lo comúnmente aceptado y pretendidamente invariable es más falsa que un duro sevillano. Es frágil. Cambia y se puede cambiar. La realidad –política, social, económica, la vida nuestra de cada día– es una realidad construida y ahí reside su fortaleza consensual y su profunda debilidad intrínseca; ese es su (verdadero) ser.

Rajoy se ha puesto manos a la obra porque no vaya a ser que de tanto machacar con la ley, el orden y la España una que no cincuenta y una, esos locos independentistas catalanes acaben saliéndose con la suya sin que nadie –incluso ellos- sepa cómo ha sido
Por eso Mariano Rajoy se ha puesto manos a la obra: porque no vaya a ser que de tanto machacar con la ley, el orden y la España una que no cincuenta y una, esos locos independentistas catalanes acaben saliéndose con la suya sin que nadie –incluso ellos– sepa cómo ha sido.

Por eso, digo, porque todo es menos seguro de lo que parece, Mariano Rajoy se ha puesto manos a la obra no vaya a ser que, para postre, España se acueste “popular” el domingo de elecciones generales del 20 de diciembre próximo y se levante “naranja ciudadano” el lunes 21 de resaca.

Por eso, sostengo, que Mariano Rajoy al fin se ha dado cuenta de que la segunda transición está en marcha mientras él estaba echándose la partida en la inquebrantable cotidianeidad de su casino de Pontevedra de toda la vida.

No hay que ser muy lince para percatarse que alguien ha dicho “basta, Mariano”, como denotaban los titulares de las portadas de los periódicos capitalinos urgiendo al presidente a ponerse manos a la obra para parar el “golpe al Estado” (tomo la expresión de un editorial de El País) y los "delirios" de los independentistas catalanes.

Héte ahí por qué a estas alturas de la película, Mariano Rajoy ha apagado el puro, ha plegado el Marca, y ha convocado a la Santa Alianza en la Moncloa. Mariano al fin se mueve para quedarse donde estaba aunque, eso sí, menos solo. Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias (a su manera), le acompañan. La semana que viene se añadirán a la comitiva lo que queda de Unió con Josep A. Duran i Lleida al frente y algunos más (no es el caso del PNV de Iñigo Urkullu). Y sin embargo, escenografía de casi estado de excepción incluida, nada es lo que parece (o quiere parecer que es).

La Santa Alianza, ese reactivo Junts pel No forjado esta semana en la Moncloa frente a la “amenaza” de una simple declaración del Parlament, apenas oculta que es Rajoy quien se somete a un plebiscito el 20D
Es fácil deducir que las elecciones del 20D –y todo lo que pueda pasar antes –inhabilitación de Carme Forcadell o incluso Artur Mas si es que la CUP decide finalmente investirlo antes de las generales– son “el otro plebiscito”. Pero la Santa Alianza, ese reactivo Junts pel No (tomo la expresión de una portada de El Punt Avui) forjado esta semana en la sede de la presidencia del Gobierno español frente a la “amenaza” de una simple declaración del Parlament, apenas oculta que en realidad es Rajoy quien se somete a plebiscito.

Bien es cierto que podría trazarse una analogía entre el momento de Mariano Rajoy con la situación de Artur Mas cuando decidió convocar el “plebiscito” del 27S. Como escribió José Antich en El Nacional, Albert Rivera se presentó en la Moncloa como un nuevo Adolfo Suárez. A diferencia de Mas, a quien nadie le convocó su plebiscito, es el líder de Ciudadanos quien le ha convocado el plebiscito a Rajoy.

La iniciativa de Rivera para fulminar antes de que se vote en el Parlament la resolución independentistade JxSí y la CUP es una bomba de relojería que lanza a Rajoy a los pies de los caballos de los que en el PP y más allá no le perdonarían otro 9N.
Es el presidente de C's, el hombre de moda en los círculos del poder, quien ha transformado la naturaleza de las elecciones generales en un examen a la política catalana del líder del PP. La iniciativa de Rivera para fulminar antes de que se vote en el Parlament la resolución independentistade JxSí y la CUP es una verdadera bomba de relojería que lanza a Rajoy a los pies de los caballos de todos los que en el PP y más allá no le perdonarían un nuevo 9N.

Pese a que la Santa Alianza tenía como grandes patrocinadores a Rusia y Prusia, fue el astuto canciller austríaco Metternich quien marcó la pauta tras aquel Congreso de Viena que definió en 1815 el orden europeo posnapoléonico como baluarte contra las revoluciones propulsadas por las alianzas de burgueses y obreros en 1830 y 1848. Mientras algunos, en la CUP, o en Catalunya Sí que es Pot, aún se resisten a repasar los viejos libros de historia, como ya ha hecho ERC, Rivera apunta las maneras de un nuevo Metternich en una segunda transición española que si nadie pone remedio se edificará sobre un único consenso: por España todo, contra Catalunya, también.