La pluralidad es vida. O al menos para el PSC. El pasado 25 de mayo la fragmentación política y un desgaste por décadas de gestión catapultó al partido municipalista por antonomasia a la segunda posición, perdiendo hasta 192.214 votos. Las riendas del liderazgo las cogió Convergència, mientras que el último bastión, el cinturón rojo, se desteñía para transformarse en naranja a las elecciones del 27S.

La izquierda alternativa, la nueva (que dicen surgida del 15M) y la vieja (ICV-EUiA), probaban suerte con las confluencias, aprovechando 6 años de durísima crisis económica. Conseguían sacar a los convergentes la capital del país, Barcelona, a quien habían dicho adiós los socialistas en el 2011 en favor de Xavier Trias.

Pero a pesar de una crisis de raíces profundas, Miquel Iceta, de reconocida trayectoria y carisma, inicia entonces una estrategia multi-pacto y multicolor que ha vuelto a situar al PSC – sólo queda un pacto en trámite en Barcelona- en los gobiernos de las cuatro capitales de provincia.

Si Iceta aseguraba el otro día que descartaba un frente común en Catalunya, propuesto por Ciudadanos para trasladar el pacto con el PSOE a nivel estatal, no era porque sí. La necesidad y la capacidad de gestión, reconocida por la propia dirección, necesitaba de una fina labor. Y bajo las líneas de Iceta, a quien todo el mundo reconoce como dialogante y pactista, se podía llegar a conseguir.

Fuentes de la ejecutiva socialista confirman a El Nacional que Nicaragua ha estado atenta. Todo acuerdo ha sido puntualmente informado y coordinado con la ejecutiva del partido. “Sólo en el caso de Tarragona se nos comunicó cuándo ya estaba hecho”, explican.

Pero esta mano tendida sin líneas rojas no ha sido un camino de rosas. Las críticas internas y externas han aflorado, si bien hasta nuevas elecciones, quizás las generales, no se podrá determinar si ha sido una buena jugada. Y, de momento, son claves para la gobernabilidad, a la espera del último salto de esta larga carrera de obstáculos, que se tiene que producir en Barcelona, dando la mano a Ada Colau. 

Barcelona alternativa

Barcelona fue una de las derrotas más contundentes del 24M. Ni siquiera una campaña sensacional de Jaume Collboni, dirigida por la agencia de publicidad de Risto Mejide, fue capaz de dar la vuelta a unas encuestas que le auguraban un batacazo en la capital catalana. Aquella noche obtuvo 4 concejales, un resultado que confirmaba los peores pronósticos que habían dado durante aquel último mes el CIS y Feedback (5, 6, respectivamente).

La Barcelona de Nou Barris, de Torre Baró, catapultó, con porcentajes del 40%, a Ada Colau a la alcaldía. La izquierda alternativa había superado a la tradicional. Convergència despedía su breve paso por la capital. El líder del PSC, Miquel Iceta, salía al día siguiente para admitir la derrota y poner de forma inmediata la voluntad de estar al lado de la exactivista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. "Es momento de negociaciones para construir gobiernos sólidos con orientación claramente progresista", remachaba, remarcando que se tenía que hacer "sin prejuicios y sin límites".

El camino se auguraba largo. Los comuns reciben "una sacudida muy fuerte", como uno de los miembros de la ejecutiva de Barcelona en Comú, Marcelo Expósito, explicaba a El Nacional. "No sabíamos lo que significaba ganar un ayuntamiento de la envergadura de Barcelona", afirmaba, a la vez que señalaba que "no cogimos las riendas desde el día uno, porque de aquella situación salen muchos cuadros que pasan a gestionar".

Pero esta necesidad de adaptarse al nuevo contexto no evitó que el 13 de junio tanto el propio PSC, como ERC y la CUP, le dieran apoyo y fuera investida con mayoría absoluta de 21 de 40 concejales. Aquella tarde en el Saló de Cent se empezó a gestar una gran alianza de izquierdas que, con el tiempo, no se acababa de concretar, a pesar que desde el PSC aseguren que había "toda" la voluntad por parte suya.

El 17 de julio, en pleno calor, las cuatro formaciones comparecían sonrientes desde el Ayuntamiento de Barcelona. Habían llegado a un acuerdo... Pero para convocar un pleno extraordinario sobre la pobreza, la desigualdad, el turismo y los Jocs Olímpics d'Hivern, la última cuestión de la cual había desdibujado la sintonía de principios de junio. Colau había demostrado carácter unilateral, y eso había puesto las filas en guardia.

Desde entonces, el periodo electoral frenético frenó cualquier entendimiento. Eran tiempos de plebiscitos en Catalunya y "de cambio" en el Estado. Fuentes próximas al Ayuntamiento aseguran que la alcaldesa de Barcelona no estaba por la labor y que el encargo le iba grande. El ejemplo es que no tenía ningún tipo de interlocución con la segunda y tercera fuerzas, CiU y Ciudadanos, como confirman fuentes de estas formaciones a El Nacional.

La eventualidad de una entrada socialista en el gobierno de Barcelona quedaba más lejana, mientras el debate se encallaba, en negociaciones de más de dos meses, en las ordenanzas fiscales. El contexto era dramático para los comuns. Un primer rechazo por este motivo en octubre ya había encendido las alarmas. Al final tuvieron que acceder a las demandas tanto del PSC como de ERC para aprobarlas cuando casi tocaban las campanas de fin de año. 

Entonces, el equipo confluente ya había tenido bastante. O todo o nada. Puso las cartas sobre la mesa. Al más puro estilo "oh, benvinguts, passeu, passeu" del maestro Sisa, Colau emplazó a los dos partidos, en una formal rueda de prensa, a llegar a un acuerdo de estabilidad para el consistorio. Y entre presentaciones de nuevas plataformas políticas para Catalunya y movimientos del PSC en otras capitales, el acuerdo se encauzaba en silencio. Al menos con los socialistas, a quien ERC pretendía vetar sin éxito.

Dos meses más tarde, el pacto se da por hecho. Pero la realidad es que, si bien hay avances, no está cerrado ni mucho menos. El calendario máximo para cerrar un acuerdo, afirman fuentes próximas a las negociaciones, es entre finales de abril y principios de mayo. Pero hasta que llegue ese momento deben cerrarse unos presupuestos, que todavía no lo están, y ver cómo se teje un ejecutivo transversal, que actúe coordinada y coherentemente. 

La estabilidad en Girona

La Girona socialista se hundió entre escisiones. Como si de una diferente zona horaria se tratara, el soberanismo vive allí una evolución natural más rápida. Y cuando el PSC abandonó el derecho a decidir, la capital del Gironès lo abandonó a él.

Era diciembre de 2014 y cinco de los seis concejales socialistas renunciaron. La dirección del partido, que entonces recayó en Silvia Paneque, les exigió dejar el acta. Y lo hicieron avalados por el que fue el alcalde socialista de Girona durante 23 años (1979-2002), Joaquim Nadal. La ciudad había vivido los últimos años con especial intensidad la sentencia del Estatut por el Tribunal Constitucional, que se cargaba el término “nación”.

Entonces, el quinteto saliente, sin embargo, tampoco era ideológicamente homogéneo y, lejos de cerrar filas, acabaron dividiéndose entre Avancem, corriente encabezado por el vilanovés Joan Ignasi Elena y que había roto aquel mes de junio, y MES, escindidos en noviembre bajo el visto bueno de la exconsellera de Salut Marina Geli y la tarraconense Núria Ventura. Aun así, “en diciembre nos reorganizamos con primarias, y cerramos esta carpeta”, asegura Paneque a El Nacional.

La pérdida de representación en el consistorio, sin embargo, fue progresiva. De los 13 concejales de la legislatura 2003-2007, pasaron a 10 durante la de 2007-2011 en qué el ahora presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, tomó las riendas, a 7 entre 2011 y 2015.

Pero aquel 24 de mayo marcó una noche fatídica. El PSC tocaba suelo con 4 concejales. Los escindidos, Avancem con CiU y MES con ERC, salían reforzados de su apuesta. ERC entraba en el consistorio con 4 concejales, después de haber desaparecido del mapa en el 2011, y CiU mantenía los 10. Los cuatro socialistas entrantes, menos Paneque, eran caras que nunca habían estado en el consistorio, dos de ellos completamente desconocidos.

Con la firma de la calle Còrsega y Calabria, entre Artur Mas y Oriol Junqueras, en enero de 2015 que, a pesar de dejar las elecciones plebiscitarias para septiembre, se priorizarían los pactos independentistas en los municipios, el gobierno parecía hecho. ERC y CiU sumaban 14 de 25. Mayoría absoluta incontestable. Y era Girona, la capital de la estelada.

“Era público que CiU estaba negociando con ERC”, explica Paneque. “Y nosotros lo respetábamos”. El 13 de junio Carles Puigdemont fue escogido con los únicos votos de su grupo. “Vendrán tiempos ilusionantes y apasionantes porque tendremos la oportunidad de hacer a un país nuevo", decía quién ahora tiene la responsabilidad directa de hacerlo.

La buena sintonía, al menos parecía que existiera. Sólo dos semanas más tarde los convergentes conseguían cerrar con los republicanos el cartapacio. Ante la crítica feroz de la oposición a que los tildaba de “vendidos”, ERC apelaba a la voluntad de no “paralizar” Girona y desde CDC se extendía aquel mismo día la mano para “un pacto de estabilidad” para los grandes temas de ciudad.

Con dos condesas electoral por el medio y, a pesar de que antes del 27S tenía más sentido que nunca, las negociaciones quedaron paradas. No fue hasta pasadas las generales, el 23 de diciembre, cuando se volvió a ver la luz al final del túnel. Los presupuestos de cara al 2016 se aprobaban gracias a los votos favorables de Esquerra, que ascendían hasta 107,3 millones de euros.

Pero venía un mes turbulento. A nivel nacional, la CUP se obstinaba en no investir a Artur Mas. La hoja de ruta hacia el Estado propio estaba atascada por la decisión del consejo político cupero el 3 de enero de decir definitivamente “no” al líder convergent. Y en Palau necesitaban soluciones. O Mas daba un paso al lado o todo parecía indicar que en Catalunya se convocarían unos nuevos comicios. Llegó la fórmula ‘in extremis’.

Albert Ballesta, en una rueda de prensa

Que Puigdemont fuera el escogido desató la euforia gironina. Nadie podía haber imaginado el desgobierno que introduciría el factor. De entrada, la sucesión, gestionada personalmente por el presidente, exigió la renuncia de 8 concejales del consistorio. Entre ellos, Carles Bonaventura, de Reagrupament. Por un momento llegaron a ser un escollo ypodrían haber bloqueado la operación. Confiaron y lo avalaron, expectantes de llegar finalmente a un acuerdo con ERC.

Albert Ballesta, número 19 de CiU a las municipales, empezó su experiencia como alcalde teniendo que repetir el juramento. Después casi aprueba un cartapacio con Ciudadanos, y si finalmente no pasó no fue por falta de ganas. El desastre sacó los colores a Puigdemont, consecuencia primera de la cual fue hacerse cargo de las negociaciones para conformar un gobierno estable.

“El Ayuntamiento estaba dando una imagen que no favorecía la institución”, asegura la líder socialista gironina Silvia Paneque. Pero la culpa cree que no fue toda de Ballesta. “CiU tendría que hacer autocrítica por el nombramiento, y la oposición el esfuerzo de no aprovecharlo para sólo cargar”, remacha.

Ente reproches mutuos, públicos y notorios, de CiU y ERC, las conversaciones con los socialistas se desarrollaban de manera “discreta” y “tranquila”. “Intentamos poner en común ciertos proyectos”,“intentar hacer funcionar más un motor social y de convivencia, que el basado en el turismo”, explica Paneque.

Cuando Ballesta, desbordado por las críticas, y con Puigdemont detrás, “se aviene a hablar de negociación más allá del cartapacio, las conversaciones avanzan”. Se va gestando “con buena sintonía” la sociovergencia y Paneque decide llamar al primer secretario del PSC, Miquel Iceta. Iceta le pide contacto constante para saber todas las novedades y la apoya.

Cuando finalmente El Nacional adelanta que Ballesta dimite, los socialistas ya tienen pactada su entrada en el gobierno de la ciudad. Paneque asumiría la primera tenencia. “El pacto que hacemos se enmarca en una situación crítica. En mayo quizás no habría sido posible”, señala a este diario Paneque. La oposición estalla y ERC tilda a Ballesta de “desleal”.

A pesar de todo, la estabilidad llega a Girona. La Generalitat respira tranquila. También la nueva alcaldesa Marta Madrenas, porque en votaciones sobre el proceso hay mayoría en el ayuntamiento. Y es que como señala Paneque, hay "toda" la comodidad. “Los elementos que podían distorsionar el acuerdo los hemos mantenido en la libertad de voto”, asegura la socialista, que considera que “el pacto entra en la normalidad, tenemos que aprender a hacerlo porque no habrá nunca más mayorías absolutas”. 

Tarragona, al único postor

Era veinticuatro de mayo por la noche. La ciudad de Tarragona se iba a dormir con una victoria que confirmaba la acertada apuesta de la dirección nacional socialista. Josep Fèlix Ballesteros, alcalde desde el 2007, conseguía todos los números para revalidar como alcalde. A pesar de una bajada del 8% del votos y con 9 concejales (perdiendo tres respecto del 2011), pasaba claramente por delante de las otras fuerzas con representación en el consistorio, doblando en concejales al triple empate entre Ciudadanos, PP y CiU (4).

En la pasada legislatura Ballesteros había conseguido gobernar en solitario, con acuerdos puntuales y, sobre todo, un PP leal. Los populares, incluso, habían descartado, pero también cargado duramente, contra una moción de censura que había planteado CDC, iniciativa a que, por cierto, también se opuso la dirección nacional convergente. Entonces aquellos 12 de 27 concejales permitían al socialista cierta comodidad. Pero anteriormente no había tenido problema, durante el 2007 hasta el 2011, a tener como socia a Esquerra Republicana. “Es una persona muy proactiva en acuerdos y consensos”, aseguran a El Nacional fuentes del consistorio. “Cuando ha hecho falta aquí se ha gobernado con pactos tácitos o escritos con ERC o PP y CDC”, explican.

El 13 de junio, Ballesteros era reelegido alcalde con el apoyo de los 9 concejales de su formación. Iniciaba la carrera en solitario, con voluntad de mantener la política pactista. “Se habló con todo el mundo”, aseguran, porque “había mucha gente que pedía que aspectos como los Juegos del Mediterráneo requerían consenso” y no “negociar siempre a cinco bandas”. La intención era dotar “de estabilidad” el consistorio.

Pero para los republicanos la cosa no fue exactamente así. Pau Ricomà, portavoz de la formación en Tarragona, asegura a El Nacional que nunca negociamos ni “nos dijeron nada”. Admite, sin embargo, que “no teníamos intención de entrar en el gobierno” y que nos separaban mucho temas de fondo”. En concreto, la petición de dimisión de Ballesteros en caso que no quedara exculpado del caso Inipro.

No fue hasta 9 meses más tarde cuando, después de la abstención de los populares al pleno de presupuestos, se empezó a gestar la triunfal entrada del PP tarraconense en el gobierno de la ciudad, conjuntamente con el solitario concejal de Unió, Josep Maria Prats, que decide separarse de CDC por su deriva independentista. Entonces los republicanos ya habían llegado tarde. “Presentamos a contrarreloj 10 puntos, que sabíamos que eran difíciles”, manifiesta Ricomà. “Dijeron de no hacer los Juegos del Mediterráneo y darse de alta en la Associació Catalana de Municipis (AMI). En aquel momento decían eso. Son dos animaladas lo bastante grandes”, se quejan los socialistas.

La entrada para “desencallar” se presenta el 2 de febrero. Ciertos sectores de la militancia cargan contra un pacto que consideran de “la derecha”. La gestora local prefiere no ponerlo a votación, a pesar de las peticiones de las juventudes del partido en la ciudad. La ejecutiva, formada por una veintena de personas, lo avala sobradamente, también lo hace la nacional con Miquel Iceta al frente. “Me parece fantástico que la militancia vote, pero el reglamento del PSC no lo contempla”, justifican a El Nacional fuentes socialistas.

Ante esta situación el joven Alejandro Caballero decide abandonar la ejecutiva dos días después. Sólo 24 horas antes, la JSC publica un durísimo comunicado donde cuestionan “un acuerdo con dos formaciones que son la antítesis política del Partit dels Socialistes de Catalunya”. En alineación con las criticas de ERC, señalan que “la manera en cómo se han conducido las negociaciones por parte de la dirección del grupo municipal no nos dan todas las garantías y el convencimiento de que se hayan explorado efectivamente otras opciones”.

“Es postureo”, sentencian los socialistas de las juventudes en este diario. “Responde más eso que a una actitud real”, explican, añadiendo que no hubo “ni enfrentamiento ni choque”. El acuerdo, bajo el nombre de “Tarragona és futur”, reiteran, se limita a temas que circunscriben el ámbito tarraconense. “En aquello otro se vota lo que se crea”, reivindican.

La gestión del turismo, Vía Pública y Deportes, cartera importante de cara a los Juegos, es entregada al PP, así como el Voluntariado, Asociaciones de Jubilados y Pensionistas y la gestión de Presidencia i Estrategias de la ciudad. Por su parte, Prats recibe la concejalía de Cultura. Aquel día de apretada de manos, Ballesteros afirma estar “contento y claramente convencido” porque “soy de los que piensa que la política es buscar soluciones para la gente”.

Mientras tanto, en ERC no pierden la esperanza. Dubitativo, Ricomà no sabe decir cómo eso puede llegar a afectar al proceso soberanista. Lo que sí que saben es que lo mejor era un acuerdo con ICV, CDC y PSC que garantizara este flanco. “Ya veremos, pero nosotros seremos puente siempre que toque, ayudaremos en lo que podamos ayudar”, afirma.

Lleida por el bilingüismo

En Lleida las municipales dejaron un sabor de boca más amargo que el cafè. Àngel Ros, que un año antes asumía la presidencia de los socialistas catalanes, se hundió, pasando de los 15 a los 8 concejales. Ros llevaba unos años fatigosos. Considerado del ala catalanista, dejó en enero de 2014 su escaño en el Parlament, acusando a Pere Navarro de no tolerar la discrepancia. El día siguiente había una votación sobre el referéndum de que defendía la abstención. Decidió retirarse a la Paeria.

Pero aquella noche del 24, el consistorio leridano sufrió las consecuencias de la fragmentación del panorama político, pasando de tres fuerzas con representación a 7. Tres semanas después, el 13 de junio, Ros fue proclamado alcalde con los únicos votos del PSC. La prioridad del socialista, como confirman fuentes convergentes a El Nacional, era la sociovergencia. Enseguida los llamó y pidió una reunión. Pero en CDC (6 concejales, y con quien se sumaba la mayoría absoluta) tenían claro que “después de 30 años de socialistas hacía falta un cambio”.

“Hubo un poco de confusión”, admite a este diario Àngeles Ribes, líder de Ciudadanos en el consistorio leridano. “Al principio no hay acuerdo, es a partir del cartapacio cuando empiezan las negociaciones”, explica. En aquel momento se pusieron toda una serie de cuestiones sobre la mesa, tanto económicas como sociales, pero también de polémicas como el bilingüismo en la administración, evitar esteladas en edificios públicos y la no adhesión a la Associació de Municipis per la Independència (AMI).

“Cuando vemos que están a punto de un acuerdo PSC y Ciudadanos, con un precio tan elevado para la lengua, que para nosotros es línea roja, igualamos la apuesta”, explican los de CDC. Pero aseguran que “se nos cierra la puerta”. Consideran que los naranjas se lo ponen fácil a Ros, asegurándole comodidad durante la legislatura. “En alguna conversación habían ido dejando caer que si la contrapartida en el cartapacio la veían bien se lo repensarían, pero no contábamos con ello”, señalan.

A pesar de todo, los de Albert Rivera no entraron dentro del gobierno municipal. “No ganamos las elecciones y ni queríamos ni entraríamos ni entraremos en el gobierno de la ciudad”, asegura Ribes. Satisfechos con el acuerdo, pero con cosas “que mejorar”, se sorprenden de la sorpresa de la gente. “Hemos seguido nuestro programa”, manifiesta. Además, niega ser socia de gobierno, porque “las cuestiones no pactadas se votan de forma independiente”. Pero 3.000 personas se lanzaron aquellos días a la calle para clamar en contra de lo que creen que es una cruzada contra el catalán. 

“Es la primera aproximación de los socialistas a Ciutadans”, critican los de la calle Còrsega. El temor a un “eje españolista” PSC-C's-PP, que dicen que se ha confirmado, se respira en el ambiente. Antes del pacto, el PSC, a pesar de mayoría absoluta, se abstenía en votaciones sobre el derecho a decidir, y se aprobaban gracias a eso. Y ahora en vez de ser coherente con el catalanismo que representaba, retrocede”, afirman.

Con el paso de los meses, en el Ayuntamiento se empezaron a vivir decenas de votaciones. Se produjeron acuerdos tan extraños como PP, C's y la CUP por el IBI. O el del presupuesto, donde a PSC y C's se suma ERC. Pero para los convergentes existe una alineación total en “grandes temas de ciudad” y “son como un socio de gobierno”. “Tumbaron mociones como la de transparencia de vehículos oficiales y medidas para contratar gente de dentro del Ayuntamiento en vez de los de fuera”, concluyen.