El Tribunal Supremo (TS) apuñaló ayer la inmersión lingüística al avalar la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) que obliga a las escuelas catalanas a impartir el 25% de las clases en español. Además, si el gobierno central reclama la ejecución del fallo, las obligará a cambiar los proyectos pedagógicos basados en la Ley de Educación de Catalunya. El Periódico explica agudamente que ahora toca al TSJC decidir cómo se aplica en las aulas ese 25%. Dicho rápido y bien, los jueces harán de Parlament, de Departament d'Ensenyament, de directores de escuela e incluso de padres y madres. ¿De dónde sale la cifra del 25%? Pues de las puñetas de los magistrados del Superior que la dictaron y del Supremo que la han avalado. Porque la realidad del país explica otra historia. La inmersión funciona: en la selectividad de 2020, la nota media de lengua castellana en el Estado fue un 6,34 y en Catalunya un 6,61. La demanda de cambio es escasa e ideológica: solo 80 familias desde 2005 han pedido ampliar el castellano en las aulas, según Ensenyament —y hablamos de millón y medio alumnos cada curso. Cuando la ley de educación de Rajoy (la LOMCE), estableció que las comunidades pagaran la escuela concertada o privada a las familias que no pudieran escolarizar a los hijos en un centro público en español, en Catalunya lo pidieron 154 familias, que representan el 0,04% del alumnado (esta prescripción fue declarada inconstitucional). Por otra parte, los profesores, con la inmersión, tienen la manga ancha: solo el 46,8% habla siempre en catalán a los alumnos —y se entiende, porque las prescripciones legales y los hechos de la vida se encuentran muchas veces en el horizonte del deseo pero no en el día a día de las aulas. En fin. No es difícil darse cuenta de que los jueces están en la luna de Valencia en este asunto tan complejo —o no, y que las razones por las que han dictado la tal sentencia no se entienden por motivos educativos o sociales.

Hay tres portadas de Barcelona que explican la decisión del Supremo así, con más o menos intensidad. El hecho y sus consecuencias. El Punt AvuiAra ponen más alma en los títulos ("Inmersión sentenciada" y "Estocada del Supremo a la inmersión"), como corresponde a un caso tan difícil de abordar con cruda imparcialidad. El Periódico quiere tomárselo con más circunspección y pone el foco en el enredo jurídico y pedagógico colosal, desmesurado, que causará la decisión de los tribunales, entre otras cosas porque la sentencia se contrapone al contenido de la nueva ley de educación española (de 2020) y de la catalana (de 2009). La Vanguardia, en cambio, prefiere entregar una versión fría, fría, fría de la noticia y circunscribe su título de portada a la factualidad del acontecimiento. ¿Presenta esa portada una versión íntegra de los hechos? ¿Explica el alcance de la sentencia? ¿Suena a nadar y guardar la ropa, a pusilanimidad?

Por decirlo todo —aunque en este rincón solo se habla de portadas— dice el director en su billete de la página 2 que "no es casual" que la sentencia se haya publicado el mismo día que ERC acuerda los Presupuestos Generales del Estado gracias a la obligación de las plataformas audiovisuales de ofrecer un 6% de los contenidos en lenguas cooficiales. Como queriendo decir sin decir que la decisión del Supremo es lo que parece: política. Pero el tema va en la página 26, la tercera de la sección de Sociedad, pese a ser la noticia principal de la portada. La Vanguardia es el mismo diario que tituló "Provocación" a toda plana el día que el Tribunal Constitucional adelantó la publicación de la sentencia que recortaba el Estatut al día antes de la manifestación del 2010 contra esa misma sentencia, la mani de "Somos una nación, nosotros decidimos". Quizás lo de hoy solo es poca maña y todo lo escrito hasta ahora es una interpretación malévola. De acuerdo. Sea como sea —miedo, cobardía, torpeza, juicio de intenciones...— en este punto vale la pena preguntarse dónde está el diario de referencia de Catalunya cuando tiene que ejercer de abanderado y hacer sonar la voz del país. Lo que está en juego es la lengua, no un corredor ferroviario, la ampliación del aeropuerto o la independencia. Ni el editorial sobre la cosa, publica. Es triste. Es decepcionante. Por suerte, mañana se publica otro diario y siempre se está a tiempo de ponerse a la altura de la propia historia y responsabilidad.

BOLA EXTRA. Las portadas de Madrid hablan de la cosa en tono bélico. Contencioso, cuando menos. La lengua catalana, la escuela catalana, la inmersión —un modelo que funciona y da resultados— como enemigo a batir, como enemigo vencido. Cuesta digerir esta animadversión por una lengua y una institución que tendrían que ver como suya o, al menos, respetar. Por no mencionar la disfunción de la democracia que significa que los jueces actúen como Parlament, como Govern y como responsables educativos sin haber sido elegidos. Es la Democracia Consolidada™.

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