Mientras la política catalana da menos noticias que goles el Barça, la española —quizás habría que decir madrileña— no para de echar leña a la hoguera de las portadas. No sólo porque toca cosas de sustancia. También porque la ancestral cultura mediática de la capital de España —tensión, llama y trabuco—, avivada en los años de decadencia y confusión del último mandato de Felipe González (1993-1996), ha cristalizado en trincheras y facciones desde las que se acometen medios y periodistas, que a menudo se comportan como vicarios de los poderes. Lo recordaba este sábado Juan Luis Cebrián, al exdirector de El País, y lo documenta sobradamente Pedro J. Ramírez, el exdirector de El Mundo, en su primer volumen de memorias, publicado hace unos días. En esa atmósfera, el periodismo se convierte en la política por otros medios —incluso la guerra por otros medios, tal como dice la frase original de Von Clausewitz.

Uno de los nuevos campos de batalla es la reforma de la Constitución. Las portadas de este domingo son las grietas por las que aflora la lava de este volcán, hasta ahora subterráneo. La Vanguardia, prudentísimo siempre, lleva la cosa en una página interior en formato de crónica, un modo cauteloso de empezar a hablar, como quien pone la punta del pie en la piscina para comprobar que el agua no está muy fría. ABC habla del asunto en el segundo tema de portada para reprobar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que acusa de "revisionista" constitucional y de "embarcar" al PSOE. "Revisionismo" es un término con connotaciones peyorativas –primo hermano de "negacionismo"— que empleas cuando quieres degradar una reforma o una renovación que no te gustan. Lo utilizaban los marxistas ortodoxos para descalificar las escisiones socialdemócratas de finales del siglo XIX. Que ABC utilice un término tan connotado indica hasta qué punto le desagrada la idea de reformar la Constitución.

La Razón también abre con el tema. Con mucha picardía —no puede ser casualidad— le hace un buen estropicio a Sánchez con una entrevista a la ministra de Defensa, la exjueza Margarita Robles, que declara: "La Constitución no necesita ninguna reforma: le queda una vida muy larga". ¡Bum! Piensa que Robles es la política socialista que gusta a la derecha mediática (y a la otra) y la promocionan siempre que pueden: la consideran una candidata que el PP aceptaría como presidenta de un gobierno de "Unidad Nacional". Actualmente, esta idea ya no corre tanto porque la patria no está en peligro —el independentismo no es lo que era— sin embargo, ya ves, a la hora de ponerse de culo ante una reforma constitucional, La Razón busca a alguien que, de paso, mete en un lío a Pedro Sánchez.

La reforma de la Constitución no es un tema nuevo. Suena desde principios de siglo. Pasqual Maragall ya propuso una "reforma limitada", idea que le tomó prestada José Luis Rodríguez Zapatero para la campaña de 2004. Su afán reformista se quedó en cambiar el artículo 135, casi a escondidas, para que obligara la estabilidad presupuestaria y estableciera que el pago de la deuda pública pasa por delante de cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales, sean pensiones, hospitales o escuelas. Era 2011, crisis de caballo, y España se cuadró ante Bruselas y el Banco Central Europeo, que no habían tenido escrúpulos para administrar a Grecia un remedio mucho más cruel y amargo. En fin, apúntate el tema como uno de los debates a seguir estos meses que vienen. En las portadas ya resuena el toque de infantería.

La Razón, portada

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El País, portada

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