La mayoría de los diarios que aquí se comentan presentan los dos debates de investidura que acabarán celebrándose en el Congreso español como una especie de antesala de las elecciones generales de enero de 2024. Las portadas del Trío de la Bencina y la de El Periódico anuncian que Alberto Núñez Feijóo ya ha pasado —y con buena nota, dicen— el trámite de someterse no tanto al voto de las señoras diputadas y de los señores diputados sino a una especie de presentación preliminar de una segunda vuelta electoral. La Vanguardia no lo dice en primera página pero ese es el tema del billete del director del diario y el trasfondo de las crónicas y columnas que publica. Llega ahora el turno de Pedro Sánchez, que ya ha hecho saber por boca de su partido que no le importa ir a nuevas elecciones si los independentistas catalanes insisten en condicionar la investidura a establecer las condiciones de un segundo referéndum.

Los diarios hablan poco o nada de la opción de los dos grandes partidos dinásticos de sumar sus votos para ahorrarse ese aprieto, posibilidad que, fríamente, parecería más natural que exigir a los independentistas que renuncien a su propósito principal y natural —promover la independencia, ¿qué quieren que hagan?— mientras se considera normal que PP y PSOE dividan sus votos aunque haciendo lo contrario evitarían aquello consideran el peor daño —que España se rompa, etcétera. El objetivo de unos se explica como una pretensión ilegítima y el de los otros como una opción legítima. Se informa como de una situación extraña que los indepes estén dispuestos a jugar la aritmética parlamentaria en favor de lo que defienden, como haría cualquier partido —por eso los votamos— y se ve normal que el bloque dinástico sea incapaz de jugársela por sus principios. Quizás para blanquear esta situación, los diarios presentan ambos debates de investidura como el prólogo de la inminente repetición electoral, como una ceremonia de validación de los candidatos. Todo hace pensar que los partidos indepes juegan limpio, sin esconder sus cartas, y los partidos del régimen del 78, en cambio, pueden permitirse mantener el desacuerdo perpetuamente hasta que uno u otro ganen una mayoría en el parlamento.

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