La misma foto, más o menos, abre la mayoría de las portadas: los estudiantes forcejean en la entrada de uno de los edificios de la Universitat Pompeu Fabra. Unos quieren entrar, otros les cierran el paso, en protesta por la sentencia del 1-O. Los diarios de la ley y el orden se lamentan: no hay derecho. La Vanguardia, por ejemplo, se queja de que 140 alumnos puedan bloquear la UPF pese al escaso seguimiento de la huelga. El País abre el foco y dice que el procés "irrumpe" en los campus. ABC lo presenta desde una perspectiva más épica: una revuelta constitucionalista contra "el secuestro" de la universidad —no explica quién la ha secuestrado pero tú ya me entiendes. Algunos mezclan con los incidentes los manifiestos contra la sentencia aprobados por la mayoría de los claustros de siete universidades. Quizás no hay para tanto. O sí.

Mirándolo bien, sin embargo, la foto refleja la situación general en Catalunya. Nadie logra su objetivo pero todos se estorban lo suficiente para dejar la cosa en un empate infinito, sin solución. Todo el mundo está cabreado. La foto no es solo la de un incidente aislado, uno más, de un día más del conflicto catalán (o español). Es también la imagen de la impotencia y del callejón sin salida en el que entre todos lo han metido.
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