Rush Limbaugh equivale en Estados Unidos a lo que Federico Jiménez Losantos en España —pero con influencia real y material. El miércoles pasado reprobó en directo a la doctora Nancy Messonnier, directora del Centro de Enfermedades Respiratorias del CDC, el organismo que dirige la prevención y control de enfermedades y la promoción de la salud en los EE.UU. Limbaugh lanzó por el micro que Messonnier exageraba la amenaza del Covid-19 para difamar al presidente Trump. Messonnier, repetía el radiopredicador, es hermana del viceministro de Justicia que designó a Robert S. Mueller, exdirector del FBI, como fiscal encargado de investigar la interferencia de Rusia en la campaña electoral de Trump en el 2016, confirmada tras un año de penas y fatigas. Mueller es hoy una de las bestias negras del trumpismo. Limbaugh quería manejar este embrollo para proteger a Trump con una nueva conspiranoia ante la inevitable extensión del coronavirus en EE.UU.
Por fortuna, las portadas de Madrid y Barcelona no van por aquí.
Más verdes que aquella maduran en España. La mayor quizás es la atribución a ETA de los atentados yihadistas del 11-M en Atocha, un engaño que aun hoy sigue vivo.
Max Fisher y Amanda Taub, los periodistas de The New York Times que editan la sección The Interpreter, recuerdan hoy que comportamientos como el de Limbaugh, o las exageraciones sensacionalistas sobre la epidemia, etcétera, generan desánimo y pérdida de confianza más allá del descalabro que la situación suponga en términos de salud pública.
Si la confianza en las instituciones cae demasiado —añaden Fisher y Taub—, la gente recurre a la autoayuda. Los que desconfían de las autoridades sanitarias dejan de hacerles caso y acuden a tratamientos poco efectivos o incluso perjudiciales. Los que desconfían de los medios de comunicación de referencia recurren a vendedores de teorías conspirativas y a los enredos que algunos desaprensivos vierten en las redes sociales. Los suspicaces y escépticos empiezan a pensar si no será mejor arreglárselas uno mismo —como esos ladrones de mascarillas de los que se lamentan algunos hospitales de Barcelona. Todo multiplica el temor y la duda que espolean a estos desconfiados y, finalmente, si las dinámicas del miedo y de la ira se excitan, el tejido social corre el riesgo de rasgarse.
En medio del esta sacudida global, que en Europa combina la epidemia del Covid-19, la inestabilidad política en varios países, la crisis de los refugiados en Oriente Medio, la desaceleración económica y etcétera, una palabra de más, un invento de más —como el de Atocha—, una actitud pesimista de más, puede ser letal. Más que cualquier epidemia.