España informó ayer al mundo que ha logrado contar a los muertos por la covid-19. El contador llevaba parado doce días. El Ministerio de Sanidad no explica por qué y tampoco razona los desajustes con los datos de las comunidades autónomas —que han informado puntualmente—, las rectificaciones de la serie histórica o los cambios de metodología. El mismísimo Financial Times ha dejado de informar de España en sus gráficos, los más acreditados entre los medios. El departamento de Salvador Illa ("la única autoridad competente") tampoco ha sabido cuadrar la diferencia con los datos del Sistema de Monitorización de la Mortalidad, que registra un exceso de 43.360 muertes entre el 13 de marzo y el 22 de mayo y el mismo periodo de años pasados. Como los muertos por covid-19 entre aquellas fechas son 28.313, según la cifra actualizada este viernes, hay más de 15.000 de los que no se sabe la causa. Sólo China se comporta así con los datos de la pandemia.

De esta confusión informan o se quejan hoy en portada un montón de diarios.

No basta. Los diarios se quedan cortos. La incompetencia en la gestión de los datos —saber quién ha sido víctima de la enfermedad—, no es la peor deficiencia de los mandamases de Madrid, pese a la fuerte carga emocional de la cifra. Es sólo un síntoma de otras carencias en la gestión de la pandemia, de las que el editorial de esta santa casa hace hoy recuento.

Como el ministerio de Sanidad sólo suma a los muertos verificados vía test PCR, la confusión en los datos apunta a otra cuestión, clave en el control de la pandemia: la ausencia de un plan de tests eficaz y suficiente que, además, debe incluir la trazabilidad de los contagios. Si no se hacen tests ni a los muertos ¿cómo será entre los vivos? Si el mero registro de datos acaba en este embrollo ¿cómo pueden gestionarse bien las compras de equipos de protección individual, cómo se organizará el sistema de vacunación cuando el remedio esté a punto? ¿Confiará la Unión Europea en el gobierno español a la hora de condicionar los fondos de reconstrucción? ¿Qué pasará en la segunda oleada de la covid-19 que se espera a finales del otoño? ¿Cómo se afrontará el colosal batacazo económico y social que viene?

Los diarios de Madrid, siempre gritones, protestan por el síntoma pero se ocupan poco de la enfermedad. En Francia, donde el presidente Macron pronto centralizó la gestión de la pandemia, la prensa (aquí Le Monde y más Le Monde, aquí Libèration) pronto hizo examen de conciencia, alabando las ventajas del sistema descentralizado y cooperativo alemán —Alemania, su némesis. Aquí se ha cuestionado a los gestores, pero no el modelo, un dogma inatacable.

La prensa de Barcelona, que se ha interesado menos en estos asuntos —tal vez para escaquearse de las riñas político-mediáticas madrileñas, interminables y fastidiosas—, tendrá que espabilar, ahora que la Generalitat ha recuperado las competencias que el gobierno central le arrancó vía estado de alarma. Quizás un buen punto de arranque es el plan de retorno a las aulas para el curso que viene, como apunta La Vanguardia. La "recuperación" o la "nueva normalidad" serán sólo palabras que el viento se lleva si no hay recuperación y normalidad en las escuelas, incluidas las que atienden necesidades especiales, y las universidades.

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