Sorprende en las portadas de hoy, en todas, la ausencia de una mirada informativa sobre la rapidez y agilidad con que el Partido Popular ha sabido moverse para, digamos, capturar la voluntad de tres diputados rivales de Ciudadanos —ahora titulares de una vicepresidencia y dos consejerías en el gobierno murciano del PP. Incluso el secretario general, Teodoro García, también hizo nombrar a un cuarto consejero, el séptimo de la lista de Cs, para tener atado el relevo si uno de los otros tres dimitía. Tampoco se dice nada de la presión sobre el presidente de la Asamblea de Madrid con la amenaza implícita de empapelarlo como a la presidenta Carme Forcadell, de manera que renunciara a defender los derechos de los diputados que presentaron la moción de censura. O del papel del exsecretario de Organizació de Cs, Fran Hervías —desde ayer en el PP— o la pésima relación entre ambos partidos en Murcia.

La narrativa que se impone  enlos diarios, si hacemos caso a sus portadas, sólo habla de mitad de la podredumbre. Carga la crisis murciano-madrileña a la torpeza de los capitostes de Cs para controlar el partido, combinada con la incompetencia de los contramaestres de la Moncloa y el PSOE que habían urdido la operación para descabalgar al Partido Popular en las comunidades de Murcia y de Madrid vía moción de censura. Así, Cs, uno de los tres partidos de la oposición de derechas, desdibujado y decadente, recibe la ayuda insólita del principal partido del gobierno español, el PSOE, a cambio de romper el pacto firmado no hace ni dos años con el principal partido de oposición, el PP, y echarlo de su bastión principal, Madrid. A cambio, el PSOE les regala la presidencia de Murcia a pesar de ser la lista más votada. A última hora, sin embargo, tres diputados de Cs han decidido descubrir la conjura y mantener los pactos con el PP —siempre según esta narrativa. En Madrid, en cambio, ha sido la  intrépida presidenta Isabel Díaz Ayuso quien ha convocado elecciones antes de que le plantaran la moción de censura, decisión avalada ayer por el Tribunal Superior de Madrid, faltaría más.

Este es el relato principal. Naturalmente, es el del trío de la bencina. El Mundo habla del mercadeo de cargos de Cs que promueve el PP como la cosa más natural del mundo. Incluso calcula que alguno de esos "fichajes" —los llama así— podría entregar a los populares alguna alcaldía socialista. Este es exactamente el tipo de movida que ayer y anteayer indignaba y escandalizaba a este diario cuando la ejercían socialistas y ciudadaners. Además, El Mundo se ocupa también de parchear una parte débil del relato: los diputados murcianos tránsfugas sí firmaron la moción de censura, pero porque les coaccionaron desde Madrid.

Este enfoque también prevalece en las portadas de El Periódico ("Cs se desquicia") y de Ara, que igualmente se centra en el aprieto por el que pasa el partido de Inés Arrimadas. A propósito de todo esto, Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso, y Ana Pastor, exministra, vicepresidenta del Congreso y peso pesado del PP, se han enfrebtado en Twitter, en una escena típica de la Democracia Plena™:

tuit adriana lastra

Todo recuerda mucho a la película El Reino, de Rodrigo Sorogoyen, que hace un blend muy auténtico de varios casos de corrupción muy parecidos a algunos ocurridos precisamente en Murcia, Valencia y Baleares. El Reino ganó siete premios Goya en 2018. Si te gusta leer Quioscos & Pantallas y no la has visto, ya tardas.

Siempre avergüenza el escaso interés del periodismo por la fábrica de corromper en contraste con la amplia atención dispensada a corruptos y perdedores. Siempre da más títulos y páginas quien se deja corromper que el corruptor. Quizás deberíamos estar acostumbrados. Pues no. Es triste ver como el aparato mediático —por acción o por omisión; por mala voluntad, por connivencia, por pereza, por incompetencia...— blanquea al corruptor. Porque, al fin y al cabo, de estos pactos rotos, mociones de censura bastardas, captaciones de votos a cambio de cargos, amenazas, broncas y jueces de parte... sale triturada la voluntad popular, los ciudadanos que votan y su confianza en la democracia.

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