La Vanguardia abre su portada con el incidente protagonizado este viernes por el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lávrov, y el Alto Representante de Exteriores de la UE, Josep Borrell. Borrell venía a abroncar a Lávrov, un diplomático con más conchas que escudos una legión romana, por el encarcelamiento arbitrario de Andrei Navalni, el principal opositor a Vladímir Putin, el autócrata ruso. Para la UE —y cualquier demócrata—, Navalni es un preso político. Lávrov se quitó a Borrell de encima en segundos, al replicar que no admite lecciones del representante europeo —no español, nótese—, porque la UE también tolera presos políticos como los líderes independentistas catalanes, a los que España sometió a "un juicio politizado". El ministro ruso incluso ha mencionado las decisiones de los tribunales europeos que desamparan a la justicia española. Borrell, que se había hecho fama de milhombres y tipo duro, quedó KO. Sin ánimo para replicar, marchó de Moscú con el rabo entre las piernas.

Rusia ha utilizado la actitud española con el independentismo catalán para desacreditar a la Unión Europea. "En Moscú, y también en la gran mayoría de capitales comunitarias, [Borrell] ha dejado una sensación de falta de talla, firmeza y cintura", dice este sábado Pablo R. Suanzes, en El Mundo, quizás el mejor corresponsal español en Bruselas. La ministra de Exteriores española tuvo que salir a toda prisa a decir eso tan sobado de que "no son presos políticos sino políticos presos", argumento que en las capitales comunitarias suena a lata oxidada tras los fracasos de la justicia española en Alemania, Bélgica, Escocia y Suiza.

Mirar a otro lado

Ciertamente, este encontronazo diplomático no es cualquier cosa. Es muy significativo, por su carácter moderado y referencial, que La Vanguardia haga pancarta de este asunto, encuadrándolo además como noticia principal entre las de la campaña electoral. Las portadas del resto de diarios que ven con buenos ojos al gobierno de Pedro Sánchez miran hacia otro lado, incluidos Ara y El Punt Avui, que no dan ningún relieve a la cosa en sus primeras páginas.

El titular de La Vanguardia es enrevesado pero su decisión no es rara. En algún editorial ya ha hecho saber que la situación de los presos y exiliados es anómala y que cualquier solución al conflicto pasa primero por resolverla —se entiende: que vuelvan a casa. El diario seguramente no se enfadará si alguien se lo toma como un mensaje oblicuo en esta línea. Sí se hace extraño que El País, diario de referencia español en el exterior, no entre más en el asunto. En fin. Seguro que es una decisión bien meditada, porque el incidente pasó pronto y no les agarró de improvisto. Decidieron que no saliera humo por la chimenea.

Los diarios nacionalistas españoles sí se indignan y ofenden ("humillación", "ataque", etcétera) porque, para ellos, Lávrov dio una patada a España en el culo de Borrell,  al que acusan de haber hecho quedar mal ante el mundo a la Democracia Consolidada™ y a la Monarquía Moderna™, cosa que les sirve para reprobar al gobierno de Pedro Sánchez y tal pascual.

Putin 2-Borrell 0

Aunque Borrell no estaba en Moscú en nombre de España —ni podía estarlo— de alguna manera no les falta razón. El kommentariat español en Bruselas, conocido como "el Tercio de Flandes", lamentaba ayer que se dejara humillar por Moscú como un pardillo. Porque no era la primera vez. En la cumbre del G-20 de 2006, Borrell, entonces presidente del Parlamento Europeo, denunció la vulneración de derechos humanos en Rusia y Putin lo hizo callar aludiendo a la corrupción urbanística en España. Ya sabes que Putin es cinturón negro de judo.

Se entiende. La comparación de los presos políticos independentistas con Navalni tiene un reverso doloroso para Madrid y Bruselas: equiparar el régimen autocrático ruso con el Estado español. El Kremlin se ha esforzado por neutralizar a Navalni hasta extremos que el Estado español no ha aplicado a los líderes indepes ni al independentismo. A ver, si quieres puedes encontrar algún parecido. Navalni ha sido detenido varias veces. Los fiscales rusos han fabricado varias acusaciones contra él que los jueces han sancionado en sesiones sumarísimas. La mayoría de medios rusos, propaganda al servicio del régimen, lo han difundido añadiendo sus propias calumnias imaginarias.

Hasta aquí, mira. Pero hasta aquí. Porque el año pasado los servicios de seguridad rusos intentaron asesinar a Navalni con un tóxico nervioso. Evacuado en coma a Alemania, permaneció hospitalizado cinco meses, invitado oficialmente por la canciller Angela Merkel. El 17 de enero, recuperado, volvió a Moscú. Putin no se esperaba que le echara tantos redaños. Lo detuvieron al salir del avión, acusado de incumplir su libertad condicional, que lo obligaba a presentarse periódicamente a la policía. De nada le sirvió demostrar que había estado en coma en un hospital de Alemania.

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