Quien diga que sabe qué pasará miente, pero a mí de entrada me resulta inverosímil que el referéndum anunciado para este año se pueda convertir en un 9N bis por incomparecencia de los votantes del 'No'. Vaya, si tuviera que apostar, no apostaría por este escenario. De entrada, no parece que el planteamiento de la convocatoria anunciada sea el mismo. Por este motivo y muchos otros, la respuesta de los contrarios a la independencia será probablemente diferente. Insistir en la idea de un 9N bis sólo se puede hacer desde el desconocimiento o la intencionalidad política.

Con respecto a la convocatoria, es obvio que esta vez todo será diferente. El TC ya ha suspendido la resolución parlamentaria que proponía (sin ningún valor jurídico) la celebración del referéndum. Conviene recordar que el PP aprobó, y la mayoría del TC ha validado, la reforma legal que permite suspender cargos electos precisamente para evitar que se repita la situación del 9N. No hay duda que si la medida todavía vige será aplicada para impedir que se convoque el referéndum, sin esperar a que la decisión esté firmada y publicada.

El 9N, la mayoría de los contrarios a la independencia se quedaron en casa (sólo votaron 450.000), básicamente porque no se sentían interpelados ni tenían motivos para pensar que el resultado tuviera ninguna trascendencia real. En cambio, a las elecciones del 27S, la misma gente salió en masa a votar, elevando la participación a un máximo histórico, aunque en el discurso oficial nadie en ese sector admitió nunca que en las urnas estuviera en juego la independencia.

Si la Generalitat consigue celebrar el referéndum, el abstencionismo sería una estrategia temeraria.

Históricamente, la inmensa mayoría de referéndums de autodeterminación registran altísimos niveles de participación, con cifras de voto en blanco o nulo negligibles. El año 2006, en Montenegro, por poner un ejemplo, la Unión Europea insistió en imponer un mínimo de participación del 50% para dar validez al referéndum de independencia. Había motivos para pensar que la minoría serbia no iría a votar y el plebiscito quedaría deslegitimado. El mínimo de participación se justificó (junto al mínimo del 55% de votos favorables para validar la secesión) como un incentivo a la participación. Estas reglas son bastante conocidas. Curiosamente, sin embargo, apenas se comenta que la participación fue ni más ni menos que del 85% del censo.

De hecho, el abstencionismo (en unas elecciones o en un referéndum) suele incrementarse cuando la gente percibe que su voto no cuenta, sea porque hay una mayoría clara, sea porque no hay nada crucial en juego. También tiene sentido cuándo no hay garantías democráticas, si se sospecha que el resultado no será aceptado o hay un quórum mínimo de participación y un sector de población ve más factible imponerse con la abstención que yendo a votar (por eso la Comisión de Venecia desaconseja imponer umbrales mínimos de participación). Eso explica que algo tan trascendente como un referéndum de autodeterminación movilice a más gente que una votación ordinaria.

En función de todo lo anterior, yo veo hasta cuatro estrategias unionistas para enfrentarse a un referéndum unilateral: hacer todo lo posible para impedirlo a la fuerza; tolerarlo e intentar ganar al estilo del 27S (sin que el Estado le reconozca validez ni efectos); llamar al boicot activo para conseguir un 9N bis; o reconducirlo pactando las reglas y haciendo alguna oferta de cambio constitucional para seducir a los indecisos.

De estos cuatro escenarios, no me parece que el boicot sea el más probable. Cuando menos porque el gobierno español trabaja desde el 10 de noviembre del 2014 para evitar que se repita lo que pasó entonces.

Si ni una mayoría de los independentistas creen que pueden ganar y aplicar el resultado, será muy difícil que se lo crean los otros.

No entiendo por qué todo el mundo piensa que el referéndum puede fracasar por la abstención de los unionistas. Si la Generalitat consigue celebrarlo, el abstencionismo sería una estrategia temeraria. Vistos los datos del 9N y del 27S, sería muy fácil superar la participación del 50%. Sólo hacen falta unos 400.000 votos más –y no todos serían del 'No', porque, digan lo que digan, el 9N no votaron todos los que apostarían por el 'Sí' en un referéndum oficial. Es más, con una participación del 50%, el resultado favorable al 'Sí' estaría en torno al 75% (dos millones 'Sí' contra 750.000 'No'). Sería un resultado desastroso para el unionismo. Cumpliría sobradamente con los umbrales que la UE impuso en Montenegro, por lo que le costaría mucho más deslegitimar el resultado en el exterior.

Por todas estas razones, siempre he pensado que un referéndum vinculante bien organizado no tendría ningún problema con la participación. Los llamamientos a la abstención carecen de garantías de éxito. Y si no, que se lo pregunten a toda la oposición democrática que en 1976 intentó boicotear el referéndum de la reforma política y fracasó estrepitosamente (con un 77% de participación, superó en diez puntos el referéndum constitucional de 1978). Sólo el PP tiene un electorado lo bastante disciplinado, desde mi punto de vista, como para cumplir el boicot. Ni C's ni el PSC pueden decir lo mismo. Así lo confirman algunas encuestas.

Lo que hace vinculante un referéndum y moviliza a los votantes no es decir que es decisivo sino que la gente perciba que efectivamente lo es.

El boicot, como he indicado, estará sin duda en la organización. La batalla se planteará a la hora de aprobar en el Parlament la ley que regule y/o convoque el referéndum. No hay que decir que la clave será la capacidad de mantener el normal funcionamiento de las instituciones catalanas hasta el día del referéndum. El independentismo tendrá que demostrar una fortaleza social e institucional que a día de hoy todavía no se ha visto obligado a exhibir. Si convoca el referéndum y aguanta el pulso con el Estado hasta la fecha fijada, no habrá un 9N bis.

El comportamiento político siempre responde a la combinación de las preferencias y las expectativas de la ciudadanía. En el caso del referéndum, la participación dependerá de las expectativas del conjunto de la población sobre la capacidad de la Generalitat de hacer efectivo el resultado. El simple hecho de llegar al día del referéndum y poner las urnas sin que el Estado lo impida supone un escenario completamente inédito.

La cuestión es que probablemente ahora mismo no hay suficiente gente que se crea este escenario. Si ni una mayoría de los independentistas creen que pueden ganar y aplicar el resultado, será muy difícil que se lo crean los otros. Y lo que hace vinculante un referéndum y moviliza a los votantes no es decir que es decisivo sino que la gente perciba que efectivamente lo es. Ser capaz de convocar y organizar el referéndum en todo el territorio representa un desafío institucional que puede cambiar las percepciones de una gran mayoría. Esta es la clave para entender que, si hi hay urnas, la gente acudirá a votar..

Josep Costa es profesor asociado de Teoría Política en la UPF.