Uno de sus diputados acababa de llamar "bruja" a una diputada socialista que defendía a las mujeres que abortan frente a quienes las asedian. Pero, lejos de rectificar, la jefa de filas decidió montar el show. La víctima que se encontró en medio fue Cristina Pérez, joven periodista de La Sexta, machaca de las que pica piedra como nadie. Como siempre, la redactora se estaba limitando a hacer su trabajo: preguntar en el pasillo que rodea el hemiciclo del Congreso. Y Macarena Olona decidió descargar su furia. El tono, los gestos, la agresividad del discurso del odio contra una inocente trabajadora. Después, ninguna disculpa. Había conseguido lo que quería: un momento viral. Al día siguiente, mientras los bots ultras continuaban linchando a Pérez, la diputada de Vox "consolaba", en el patio del parlamento, al "periodista" de Estado de Alarma, el programa del propagandista ultra Javier Negre. Rufián y Echenique habían declinado, amablemente, responder a sus preguntas. "Qué mal rato pasaste... No te preocupes, tú sigue así", lo tranquilizaba Olona.

Hay muchas maneras de describir a Macarena Olona Choclán (Alacant, 1979). Es una valenciana que elude su tierra —no se le ha escuchado ninguna palabra en catalán que no sea "Esquerra", "Junts" o "Terra Lliure"— y se presenta por Granada. También es una escaladora política: al principio limitaba sus intervenciones a cuestiones jurídicas, de carácter más técnico, pero ha acabado llevando la voz de la extrema derecha de Vox en el Congreso de los Diputados. Y es el rostro más fanático del establishment. Así lo acredita su trayectoria profesional, siempre vinculada a las entrañas de la administración general del Estado.

Educada en los jesuitas y licenciada en Derecho por la Universidad de Alicante, en 2009 se saca las oposiciones e ingresa en el cuerpo de abogados del Estado, donde desarrolla buena parte de su carrera. Del 2011 al 2017 estuvo destinada al País Vasco. La propaganda del partido y cierta prensa afín venden una trayectoria "exitosa" y la han llegado a elevar como "ariete contra ETA". La realidad no es tan grandilocuente, sino más bien modesta y discreta. Se encargó de un millar de recursos, pero la mayoría contra ayuntamientos vascos que no tienen colgada la bandera española y contra consistorios que utilizaban el euskera en sus comunicaciones internas. También recurrió la ley vasca de víctimas policiales. Pero el recurso se acabó retirando cuando Olona ya había abandonado el País Vasco.

Ella misma se ha dedicado a inflar su propio currículum. En un intercambio el año pasado con el entonces ministro Salvador Illa, la portavoz de Vox sacaba pecho de su "experiencia de diez años en la lucha contra la corrupción". Una vez más, la realidad es más modesta y discreta. Según reveló la cadena SER, como abogada del Estado solo participó en un caso de corrupción —en la nueva lonja de Pasaia— y lo acabó perdiendo, archivado por el juez. También declaró en la Audiencia Nacional por la corrupción en la empresa pública Mercasa, donde trabajó después del stage en el País Vasco. Pero declaró en condición de testigo.

Nacida en el seno de una familia acomodada, criada por su madre, es una de las diputadas con mejor declaración de bienes en el Congreso de los Diputados. En noviembre del 2019, al inicio de la legislatura, declaraba una renta anual de 121.728 euros, además de 61.463 euros por transmisión de participaciones y 12.100 euros de ingreso por arrendamiento de vivienda. Disponía entonces de 98.000 euros en cuentas corrientes, un dúplex en el Campell (Alacant) y se pasea con un Porsche Panamera del 2013 (nuevo tiene un precio a partir de los 105.000 euros en estos momentos).

Los antecedentes familiares son un poco más turbios. Su padre, catalán de Lleida y con quien no tiene relación, ha sido condenado con sentencia firme por corrupción, tiene varias causas abiertas y ha pasado por la cárcel. De hecho, durante un permiso penitenciario en 2015, no volvió al centro penitenciario y huyó a Andorra. Se alojó en varios hoteles, con su propia identidad, hasta que fue pillado. Entre otras cosas, se le investiga por haber presuntamente ayudado a Jordi Pujol Ferrusola en sus negocios. Por la banda materna, una familia que progresó de la mano del franquismo. Su abuelo Felipe Choclán, de padre militar y de Ceuta, hizo política durante la dictadura. Primero fue a Jaén, donde fue secretario del gobierno civil de la provincia. Después se estableció en Alicante, ejerciendo también en el gobierno civil. Finalmente lo dejó para hacerse empresario, aprovechando la red de contactos construida con el régimen.

Sea por eso o no, Macarena Olona no se refiere al dictador Franco como dictador, sino como "general Franco", como los nostálgicos chilenos que llaman "mi general" al dictador Augusto Pinochet. En el ámbito de la memoria histórica ha sido especialmente combativa, denunciando "la profanación de la tumba del general Franco", en referencia a la exhumación del Valle de los Caídos ahora hace dos años. No tiene vínculos familiares como su colega Javier Ortega Smith, pero también ha salido en defensa de la Fundación Nacional Francisco Franco contra su supuesta "criminalización". Ante los exmilitares progolpistas que hablaban en chats de "fusilar a 26 millones" de españoles, no dudó en decir que son "nuestra gente".

Dos cuestiones más le obsesionan. Primero, los símbolos españoles, como demuestra su carrera, y sobre todo instituciones como la monarquía. Algunos compañeros diputados fueron detenidos en los ochenta, después del 23-F, por quemar estatuas del Rey. Ella no: es fiel a Juan Carlos I. Y culpa a la izquierda española de que el rey emérito haya tenido que huir del país. La otra obsesión, como es marca de la casa ultra, es el independentismo y nacionalismo catalán y vasco. La mayoría de sus intervenciones parlamentarias disparan contra los golpistas separatistas y/o los bilduetarras. Y si no, contra "la ministra comunista" Yolanda Díaz.

Macarena Olona encarna en sus parlamentos, en su tono, en sus gestos, en su agresividad, el discurso del odio que va extendiéndose entre blanqueamiento y connivencia. Es el azote contra la supuesta destrucción de España por parte de la gran conspiración judeomasonicaseparatista. Un poco como Rocío Monasterio, la líder de Vox en Madrid, pero sin tener que inventarse documentos para tirar adelante su carrera. Y sobre todo muy segura y convencida de lo que predica.

Ah, y si deja la política algún día, no va a necesitar ninguna puerta giratoria: está en servicios especiales y podrá volver a su plaza en las entrañas de la administración general del Estado.