Lluís Llach (Girona, 1948) protagonizó el 2 de febrero de 1974 en el Palau de la Música de Barcelona su primer gran concierto después de cuatro años desde que el régimen franquista le había prohibido actuar en público. El cantautor vivía entonces exiliado en París, pero aquel concierto sirvió para presentar su último disco, I si canto trist, que incluía la canción del mismo título en que evocaba la figura de Salvador Puig Antich. La noche en que Lluís Llach reapareció en el escenario del Palau de la Música hacía apenas veinte días que un consejo de guerra había condenado a muerte al joven militante anarquista, y los abogados y la familia luchaban por impedir que se ejecutara la sentencia. Todavía hoy en la repetición de las dos notas de guitarra con que arranca la composición de Llach resuena la cuenta atrás que había activado la decisión del tribunal militar. Un mes después de aquel concierto el verdugo ejecutaría la sentencia con el garrote vil en la sala de paquetería de la prisión Modelo de Barcelona. Cincuenta años después, Llach lamenta que los partidos y sindicatos no actuaron para tratar de impedir aquella muerte.

¿Cómo era la situación a principios de 1974?
Yo estaba en París porque Sánchez Bella, que era ministro de Información, me tenía manía persecutoria. De vez en cuando podía venir porque la gente aquí intentaba organizarme recitales, y me los prohibían. No podía cantar. Era la época en que se hablaba de la apertura al final de la dictadura. Y de sopetón me enteré de la detención de Puig Antich, el juicio, todo eso... Y me impresionó mucho porque estábamos casi ganando, el franquismo se acababa, el dictador se estaba muriendo. Y aquel hombre moría matando. Y matando de una manera muy bestia.

La gente que podía negociar con el Estado —PSUC, PSC, etc.—, giró la cara. Y aquel chico murió entre pequeñas manifestaciones

¿Qué respuesta hubo?
Ante el asesinato de Puig Antich, de alguna manera, la sociedad organizada catalana no respondió como era necesario. O sea, hubo gente sensible, del mundo anarquista, del mundo muy marginal, del mundo independentista radical... Sin embargo, me sabe mal decirlo, la gente que en aquel momento podía negociar con el Estado —PSUC, PSC, etc.— giró la cara. Y aquel chico se murió entre pequeñas manifestaciones, a veces de madres de familia, de grupos que se podría decir marginales, y después de gente en las iglesias, reuniones patrocinadas por aquella Iglesia de curas que en aquellos tiempos se llamaban progresistas... Y murió en una gran soledad. La verdad es esta. Además, durante la Transición, el anarquismo era una de las cosas que daba más miedo. El anarquismo fue muy y muy perseguido.

¿Fuera del Estado español tuvo repercusión?
Sí, tuvo mucha repercusión. Lo que pasa es que el franquismo era muy poco sensible a estas cosas. Hubo un cierto reclamo internacional que hubiera sido mucho más fuerte si las fuerzas vivas de aquí hubieran irradiado hacia fuera. Me parece que incluso se consiguió que el Papa pidiera clemencia, entre otras cosas porque hubo muchos curas jóvenes que deseaban una ruptura con el sistema franquista, incluso del compromiso de la Iglesia con el sistema franquista.

Y fue en este contexto cuando compone la canción...
Entonces yo ya había hecho una canción que se titulaba Res no ha acabat, por un estudiante madrileño que se llamaba Enrique Ruano, que sencillamente lo tiraron por la ventana. Parecía que la podredumbre de aquel franquismo se acababa, y después resultó que no solo no había acabado sino que todavía la vemos residual por aquí... Y es cuando hago I si canto trist. Que no es una canción personal como la gran canción de Joan Isaac, Margalida, magnífica. Yo quedé en un terreno más colectivo por decirlo de alguna manera.

I presentó esta canción en un concierto en el Palau de la Música el 2 de febrero de 1974, tras cuatro años en que se le había prohibido actuar en público.
Sí. Es eso de la apertura que decía antes. Parecía que el régimen para justificarse de otras cosas iba abriéndose y me permitieron siete recitales. Era vivencialmente muy difícil. Estabas empapado de esperanza, por decirlo de alguna manera, de que vendrían tiempos mejores, pero veías la presencia de las expresiones más asesinas del sistema. No se puede decir de otra manera, esto son asesinatos. Después cuando me dieron la oportunidad de vengarme haciendo la música de la película Salvador, lo hice tanto como pude.

¿Qué pretendía expresar con esta canción?
No podíamos obviar la realidad y es que estábamos en una dictadura, fastidiados, sin muchas posibilidades revolucionarias, por decirlo de alguna manera. Y yo intentaba hacer canciones, partiendo de esta miseria, reconvertirlo en potencia creativa de la colectividad. O sea, ¿tengo miedo? Sí, pero tenemos que avanzar, ¿no? Siempre lo he intentado, en todas las canciones y con esta también.

Puig Antich, que fue una persona que murió en la soledad, hoy es un símbolo asumido por toda la colectividad catalana

¿Y en este contexto, la muerte de Puig Antich qué representa?
Fíjate, es un hecho de aquellos que pasó en un contexto donde las grandes fuerzas políticas no estaban, digámoslo claro. Ni las sindicales tampoco estaban, digámoslo claro. En cambio, ha quedado grabado y ha perdurado en la memoria colectiva. O sea, Puig Antich, que fue una persona que murió en la soledad, con su familia y unos abogados que intentaban de todas las maneras... Hoy en día es un símbolo asumido por toda la colectividad catalana. Y eso es importantísimo y yo diría que muy simbólico de este país.

 

Su historia nos conecta al pasado más socialmente creativo de la sociedad catalana, el anarcosindicalismo de los años 20-30

¿Cómo se puede explicar esta soledad?
A Puig Antich y al MIL [Movimiento Ibérico de Liberación], alguna gente los ha querido presentar como un grupo de estudiantes que jugaban a hacerse los revolucionarios. Eso es una mentira inmensa. Cuando te la jugabas con el franquismo sabías que lo que te jugabas era la vida. Y, además, es una historia que nos conecta con el pasado más socialmente creativo, para bien o para mal, de la sociedad catalana, que es el anarcosindicalismo de los años 20-30. El anarquismo aquí siempre lo han perseguido desde la derecha y desde la izquierda y siempre me ha sabido mal porque encuentro que va mucho, por suerte o por desgracia, con nuestra manera de ser. Aquel anarquismo sindicalista preocupado por la cultura, por hacer ateneos, por hablar esperanto, sin renunciar a la propia lengua, para entenderse con la gente, lo encuentro de una fuerza creativa fantástica. Coincide con la Escola del Mar, la educación, la medicina catalana, que vivía una época de oro y de la cual todavía hoy mucha gente es heredera. Esta parte de nuestra historia siempre me ha parecido un poco como si aquí la gente la quisiera olvidar y lo que tenemos que hacer es recuperarla, digerirla y aprender muchas cosas.

Él era un anarquista. Si hubiera sido del PSUC o un partido socialista, pues quizás la respuesta habría sido otra

Sin embargo, en aquel momento acabó provocando aquella respuesta y esta soledad de Puig Antich...
Sí, sí, él era un anarquista. Si hubiera sido del PSUC... Y atención, que en el PSUC hay mártires increíbles y gente sacrificada. Pero si hubiera sido en aquel momento del PSUC, o de un partido socialista, pues quizás la respuesta habría sido otra. Pero era un anarquista, chicos que, además, creían en la lucha armada, etcétera, cuando el franquismo lo que nos ponía eran los cañones enfrente...

¿Y cómo recuerda aquel día?
Terrible. Yo tenía contactos con el mundo de la abogacía, de amigos comunes, etcétera, y conocía los intentos de las hermanas hasta el último momento... Y al mismo tiempo la sensación de que acabaría como acabó y, después, la crueldad. El garrote es escarmiento y escarnio. Terrorífico. Actuando contra un crío que tenía esperanza de un país diferente y de un mundo diferente, todo lo que eso comporta a veces de errores, pero que gracias a ellos el mundo cambia, ¿no? Y fue un golpe muy fuerte. No fue el último, en 1975 matan a Txiki y a otra gente. Aquello se acababa y ellos iban a matar.

La música me salió así, llorando como un animal, sabiendo por qué era

¿Cómo se escribe una canción en un momento así?
Cuando había una cosa como la de Vitoria [marzo 1976, la policía mata a cinco personas durante una huelga obrera] o lo que pasaba aquí con Puig Antich y otra gente, me ponía en el piano y primero me salía la música. No escribía la letra hasta después, pero cuando hacía la música yo ya me echaba a llorar. Después, yo que no he sido nunca un buen poeta, tenía que poner con calzador las palabras. Era un trabajo difícil. La música me salió así, llorando como un animal, sabiendo por qué era. No es de las que me costó más. Es como Campanades [a mort]. Cuando supe eso de Vitoria, que lo dijeron por la televisión, yo tenía un piano vertical en casa muy malo, y empecé allí... Eso no lo sé explicar. Después pones la letra y racionalizas. Sin embargo, para mí, la verdadera fuerza era la salvaje, no diría la intuitiva, la de los fantasmas interiores de rabia, de indignación, y después había un proceso de racionalización. Y casi siempre me pasa eso, menos con una canción que casualmente es Laura. Es muy fuerte, de verdad. Yo nunca me emocioné sobre un escenario. En cambio, lloraba solo en mi casa con el piano.

Y expresaba esta indignación y rabia con la música...
Fueron momentos muy fuertes. O sea, claro, nosotros no sé qué pretendíamos, si cantar por estética, por ética, pero nos encontrábamos ante unas circunstancias que la ética y la estética cogían una dimensión donde se hablaba de vida de las personas, de la libertad, del futuro colectivo de un pueblo, de la lengua... Cogía todo una dimensión que yo siempre he dicho que no me sentía preparado; se me estaba dando un papel de representación, no sé cómo decirlo, que yo no me sentía preparado.

¿Desde la perspectiva de aquel episodio, cómo ve hoy la situación?
Ahora nos encontramos con que la democracia española quiere hacer en Catalunya lo mismo que hacía con una dictadura. Nos encontramos con que nosotros intentamos una liberación nacional en un momento en que toda Europa va hacia el fascismo. Es muy difícil. Pero, sin embargo, diría que tenemos mucha fuerza; que nunca, nunca, nunca, la ciudadanía catalana había hecho un ejercicio de conciencia de su fuerza, como la del 1 de octubre y el 27 de octubre. Debemos tener la visión histórica de prepararnos continuamente para el embate. Hay dos maneras de prepararse, una con resignación y la otra con preparación y constancia. La resignación nos lleva al empobrecimiento, al abuso de poder del Estado.

El independentismo institucional es un desbarajuste. Y la desunión y las envidias son un escarnio a nuestra propia historia

¿Y los partidos independentistas están preparados para eso?
El independentismo institucional es un desbarajuste. Y la desunión da vergüenza, y las envidias institucionales son un escarnio a nuestra propia historia. Quiero decir, la obsesión de algunos partidos —y no solo de un independentista— para aniquilar la figura del president Carles Puigdemont es una cosa que da vergüenza. Pero tenemos herramientas poderosísimas: Òmnium, una organización impensable en toda Europa; la ANC —que para mí se está equivocando con la lista cívica, que se tiene que confrontar con los que después tienen que ser sus aliados—; tenemos que crear fuerza popular, saber renovar un poco los valores del independentismo; tenemos que poder debatir temas como la inmigración de verdad como una sociedad adulta.

Yo al president Puigdemont le tengo que decir: solo con que quede uno que vaya a la prisión has fracasado. No abarates tu rol en el exilio

Ahora ha abandonado el govern del Consell de la República. ¿Es por descontento por la forma como se ha actuado en la negociación con el PSOE?
No, no es descontento. Yo entiendo que el president de la Generalitat en el exilio [Carles Puigdemont], que tenía una herramienta magnífica y útil, que es el Consell de la República, se encuentra con otra herramienta inesperada, que son 7 diputados decisivos en Madrid. Que eso no lo aprovechara, a mí me habría sabido mal. El problema es que, al aprovecharlo, yo en el Consell de la República me siento inútil. No es que esté en desacuerdo con lo que está pasando, pero yo al president le tengo que decir: solo con que quede uno que vaya a la prisión has fracasado. Y por Dios, haz lo que quieras, pero no abarates tu rol institucional en el exilio. Y este es el peligro de la amnistía. Si la amnistía es amnistía de verdad, bienvenida sea. Además, de alguna manera, una amnistía de este género es la confesión de un gobierno ejecutivo, que aquello fue una pantomima forzada para perseguir el independentismo. Ahora, si no consigue eso, su rol de president en el exilio, como representante de todo lo que une los 100 años de historia de la Generalitat moderna, se abaratará. Y a mí es eso lo que me da miedo. Confío en que él lo consiga. Desde donde pueda, le ayudaré tanto como pueda. Tengo que decir que yo quiero la amnistía. No me la creo. Porque hasta ahora este Estado ha demostrado que no. Harán todo el posible para que esta amnistía sea un fracaso.

¿Se ha planteado volver a participar en la primera línea política? ¿En el Parlament?
No. Además, sin despreciar en absoluto el Parlament, hay mucho trabajo que hacer desde fuera, y diría, además, que el funcionamiento del Parlament de Catalunya es un estamento viejo que tendría que cambiar muchísimo para ponerse a la altura de lo que es en este momento las inquietudes de la sociedad catalana. Además, sin la movilización en la calle es muy probable que el Parlament se acomode donde está. La gente que llega a cuotas de poder, aunque sean autonómicas y pequeñas y miserables, a veces se acomoda.

Quien ha pervertido a los partidos independentistas es la ley electoral que nunca han querido elaborar y que ha convertido a los partidos en empresas de colocación

¿Le han tanteado para volver a formar parte de una lista electoral?
Sí. Pero, no. Ya me ven la cara. Si algún día podemos hacer una república nuestra, lo primero que necesitamos es una ley electoral, que es la perversión de toda la clase política. Yo creo que quien ha pervertido a los partidos independentistas es la ley electoral que nunca han querido elaborar y que ha convertido a los partidos nuestros independentistas en empresas de colocación. Y eso es terrible decirlo así. Pero es lo que hay, es que son empresas de colocación. Y cuando sabes los nombres y lo has conocido por dentro y sabes los militantes que hay y los cargos que hay remunerados, dices, no puede ser. Y detrás de todo eso hay este fracaso de la clase política, y también de las entidades catalanas, de no haberse propuesto nunca hacer una ley electoral a partir de la participación popular. Si tú aceptas entrar en la política con esta ley electoral, aceptas la norma de conducta pervertida.