Lluís Llach puso el punto y final a su carrera como cantautor con un concierto en Verges (Baix Empordà) en marzo del 2017. Pero asegura que no lo echa de menos. De hecho, ha llegado a la conclusión que es la comunicación con el público lo que realmente añora. "En el mundo este nuestro de subir a un escenario, a veces se exagera, pero hay una cierta magia", confiesa.

Mientras conversa con ElNacional.cat, le acompaña constantemente un perro Labrador que recogió después de que fuera abandonado durante la pandemia. Por el jardín pasean tranquilamente unas gallinas.

La casa de Parlavà, que durante años vibró en la efervescencia de los ensayos y la preparación de espectáculos, aparece repleta de recuerdos. El cantautor, inmerso ya en su trabajo como a activista, conserva alguno de sus pianos, pero los estudios de grabación han desaparecido y se han transformado en espacios inundados por la tranquilidad y la luz del Empordà que inspiró algunas de las piezas más nostálgicas de su discografía.

Soledad

Tiene la intención de volver a Senegal cuando acabe el trabajo del Debat Constituent que le encargó el president Quim Torra y que actualmente le ocupa. "Necesito muy a menudo de una extraña soledad que no sé explicar, ni la quiero explicar, y allí me siento muy bien", explica.

Admite que es entusiasta del Barça hasta la lágrima y valora muy positivamente el perfil del presidente del Club, Joan Laporta, que considera una persona atrevida que normalmente sabe brillar.

Y no obstante, no se prodiga mucho por el Camp Nou, precisamente el espacio que fue escenario de uno de sus conciertos más emblemáticos. Recordando aquel espectáculo de 1985, Llach vuelve a evocar el vínculo con el público: "De todos los privilegios que he vivido que han sido muchos, este seguramente es el más bonito, sentir la complicidad"