Cuando me encargaron seguir la noche electoral de ERC, me hice la ilusión de ver a Oriol Junqueras y a Gabriel Rufián sin barba. Las barbas me parecen un signo de inseguridad y cobardía. Son como las minifaldas o como esos sujetadores que se ponen algunas chicas para dar volumen a su delantera. Las mujeres más sentimentales y más anárquicas caen como las moscas ante una barba espesa y viril, con un corte demagógico. Schopenhauer decía con razón que cuando veía a un hombre con barba le entraban ganas de avisar a la policía. Cuando empecé a salir en la tele decidí afeitarme, pero las vecinas y las amigas me decían que con barba estaba más guapo. Intenté aguantar un tiempo, quería que el público me valorara por mi inteligencia. Pero mi novia me quiso dejar y no tardé en rendirme.

Las barbas sirven para resistir y son típicas de las sociedades decadentes, de la gente que un día se tragó el orgullo y, para hacerse respetar, necesita hacer un poco de comedia. No me extraña que, en estas elecciones, los candidatos más afeitados sean los que han calculado peor sus fuerzas. Albert Rivera, Duran i Lleida y Francesc Homs tendrán que pensar si se dejan una buena barba. Rivera, con los diputados que ha obtenido, tendrá problemas para devolver la pasta que se ha gastado del IBEX 35, a través de la influencia política. Pedro Sánchez no ha hundido a su partido, pero a esta hora pierde en Madrid ante Pablo Iglesias, y Susana Díaz podrá decir que la victoria en Andalucía es cosa suya. Si Sánchez se dejara una barba atractiva quizás ganaría aura de líder experimentado y entonces podría monopolizar la revolución que tantos españoles reivindican.

Villarroel y Podemos

En cambio, Junqueras y Rufián no están en condiciones de afeitarse, tal como habían prometido si ERC ganaba en Catalunya. Yo tenía la ilusión de ver cómo se subían al escenario con un bol de jabón y un par de cuchillas y, ante los periodistas y las cámaras, a quince metros de las ruinas del Born, acababan enseñándonos unas mandíbulas victoriosas, como de Apolo clásico. Un afeitado como este, junto a las piedras que vivieron la última carga de la caballería catalana, habría dado una escena épica. Junqueras y Rufián convirtiendo las barbas de Rajoy en unas barbas talibanas. Al final los resultados no han permitido una demostración de fuerza contundente y confiada. Las barbitas de Iglesias y Domènech han capitalizado la pulsión catalana de atacar la España nacional, encarnada en el PP, de la forma más fàcil y directa, con lo primero que está a mano.

Los resultados de ERC no dan para que Rufián y Junqueras se arriesguen a un afeitado pero sirven para recordar que, con listas separadas, los republicanos y Convergència han sacado el mejor resultado de la historia en unas generales. También sirven para que Junqueras y Rufián sigan invitando a En Comú a sumarse al proceso de independencia. Los resultados impiden cambiar la Constitución, porque el PP puede ejercer de minoría de bloqueo. Pero no impiden que Sánchez se deje barba y organice un referéndum de autodeterminación, con la colaboración de Iglesias, Domènech, y los independentistas catalanes. Lo he dejado caer en la mesa donde estaba la dirección de ERC siguiendo la noche electoral y, con poco entusiasmo, me han respondido que sólo pactaran un referéndum con el PSOE si les dan el ministerio de Hacienda de Montoro. Ahí sentado estaba el exdirigente del grupo El Matí, Joan Capdevila. Parecía puesto para ilustrar las vueltas que llega a dar la historia. Justamente ahora que Duran i Lleida pierde su escaño, Capdevila gana el suyo. Cosas de la vida, Capdevila se ha dejado la barba y Duran no. Si el líder de Unió se disfraza de hipster yo creo que igual le dan un ministerio.