"Señora, tiene que tener el móvil apagado", advierte uno de los responsables del funcionamiento de la sala de plenos del Supremo a la consellera de Agricultura, Teresa Jordà. La consellera se sienta en la primera fila del público, reservada al Govern junto con la consellera de Salut, Alba Vergés. Para avisarla, el funcionario del Supremo tiene que estirar el cuello desde el banco del lado contrario, donde se ubican los responsables de organizar el funcionamiento de la sala y el "auxilio judicial". Tiene que intentar hacer llegar la voz superando el obstáculo de la consellera de Salut que está en medio y conseguirlo sin levantar demasiado el volumen para no entorpecer la vista. Y la voz, entre tantos obstáculos, no llega. O así lo parece. "Perdone, pero no le entiendo de nada", le responde la consellera.

La respuesta no satisface en absoluto a los encargados del orden de la sala. El caso es que un rato antes ya han llamado la atención a Vergés por la misma razón. No se puede utilizar el móvil.

Apenas empezar ha sido el diputado de JxCat Eduard Pujol quien ha provocado las iras de los mismos funcionarios, no sólo ha utilizado el móvil, sino que ha hecho fotos. Absolutamente prohibido. No se pueden captar imágenes en ningún edificio judicial del estado español. No se puede inmortalizar la imagen por más histórica que sea.

Sin embargo, arrastrado por una pulsión periodística que no puede superar, Pujol está feliz con la imagen que ha conseguido robar. No hace más fotos. Sin embargo, eso sí, sigue utilizando el teléfono. A su lado, la portavoz de los comuns, Jéssica Albiach, que ocupa la segunda silla con que cuenta el Parlament, también saca el teléfono de vez en cuando. A muy poca distancia de la sede del Supremo, en el Congreso de los Diputados, se está decidiendo el futuro de los presupuestos, y quizás de la legislatura.

A los invitados y a las familias se les requisa el teléfono antes de entrar. A la prensa, no. Los periodistas lo necesitan para trabajar, aunque no se pueda utilizar dentro de la sala. Sin embargo, hay más de dispositivos activos en el interior. Incluido uno, que ya estaba ayer, y que tiene como nombre de la red de wifi APORELLOS. Así, en mayúsculas, y perfectamente identificable.

Los fiscales han perimetrado a lo largo de la mañana el argumentario político del procés. "Este es un juicio en defensa de la democracia", ha arrancado Javier Zaragoza nada más empezar. A partir de aquí, ha ido fluyendo una exposición ya muy conocida en las tribunas políticas, que se ha instalado en la sala sin ambages.

Hay dos policías uniformados sentados en cada uno de los laterales. También hay responsables de seguridad, que se encargan de controlar la entrada y salida de los presos. En la sala de plenos la temperatura es baja. Mundó llama la atención de la responsable del auxilio judicial para advertir que es demasiado baja. Jordi Cuixart sigue la vista con el abrigo puesto, Dolors Bassa, también, un abrigo de un rojo intenso.

En todo momento, durante la vista la corrección se mantiene inmaculada. Las formas del tribunal y los letrados son tan exquisitas como encartonadas. El silencio no se rompe en ningún momento, a pesar de que cuando uno de los fiscales afirma que el 1-O sólo hubo dos heridos de consideración, uno por un infarto y el segundo que perdió un ojo después de "lanzar una valla contra la policía", se nota como se remueve el fondo de la sala. Es una sensación más perceptiva que auditiva. Sin embargo, perfectamente constatable.

Entre el público hay algún lazo amarillo. También hay alguna insignia verde de Vox, alguna chapa con la bandera española. De hecho, en el receso de la sesión, previo a la intervención del abogado del partido de ultraderecha, es perceptible la expectación y los nervios entre los simpatizantes de la formación verde en la máquina del café. Hay expectación.

Y el caso es que, cuando le llega el turno. Después de haber escuchado a los fiscales y la abogada del Estado, el letrado Pedro Fernández se queda casi sin argumentos para añadir. Eso sí, expresa el desacuerdo con el hecho de que se permita el lazo amarillo de Jordi Sànchez. Casualmente, Marchena tiene en frente dos sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre casos de Bosnia Herzegovina y Bélgica que avalan la utilización de símbolos en el tribunal. También, casualmente, el segundo letrado de Vox Francisco Javier Ortega Smith, que el día anterior exhibía constantemente una bandera española en la muñeca, hoy no la lleva.

Cuando acaban las acusaciones. El abogado de Oriol Junqueras y Raül Romeva, Andreu Van den Eynde, pide un último turno "de cuatro minutos". Que sean cuatro, acepta Marchena. "Bien, serán cuatro y medio", puntualiza Van den Eynde. La incapacidad de los catalanes por constreñirse a las normas no afloja ni en el último instante.

Esta mañana, la vista tiene un solo receso, a media mañana. Al acabar, los presos vuelven a repetir el mismo ritual del día anterior. Se acercan a saludar a los miembros del Govern y saludan a las familias antes de marcharse. Abrazos, estrechar manos... Una señora exclama força, cada vez que pasa por delante uno de los presos. En el otro extremo, otra felicita al abogado de Vox.

Unos y otros cruzan la puerta del salón de plenos presidida por un salmo de la Biblia: De vultu tuo iudicium meum prodeat; oculi tui videant aequitates. Sentenciad vos mismo mi causa; y mirad quién tiene razón. Se trata de un salmo de súplica de un hombre perseguido y encausado injustamente.