La ofensiva desesperada del Estado para convertir en rebelión y terrorismo cualquier movilización de protesta por folclórica que sea anuncia un cambio de paradigma político en Catalunya y en España que no tiene freno. Se están quemando las naves para que nadie se pueda permitir dar ni un paso atrás, lo cual quiere decir que la política de los años que vienen no se parecerá en nada a lo que estábamos acostumbrados. Estamos ante una confrontación a todo o nada y esto no se acabará hasta que la Unión Europea deje de hacerse la sorda.

Al poner en manos de los jueces la represión del procés, los encarcelamientos y las condenas que se querrán "ejemplares", lejos de apaciguar el conflicto, harán más profunda la herida, hasta el punto que será imposible un funcionamiento normalizado de las instituciones. Ni el jefe del Estado ni los miembros del gobierno español podrán visitar Catalunya sin protestas. Ya hemos visto esta semana la clandestinidad en que se movió el monarca en Barcelona. Eso es sólo un síntoma de la hostilidad que vendrá. Si en la Generalitat y en los ayuntamientos gobiernan los soberanistas, Catalunya se convertirá en tierra hostil.

Hay un debate abierto sobre la formación del Govern de la Generalitat y algunos siguen haciendo cálculos y estrategias con los criterios de antes, cuando la propia confrontación abierta impedirá que la institución autonómica vuelva a ser lo que era. Sea quien sea quien la gobierne, la Generalitat dejará de funcionar como una administración convencional, para convertirse en una trinchera.

¿Alguien se imagina, con consellers en la prisión y en el exilio, a los miembros del Govern catalán negociando la financiación autonómica o la reforma del Senado? No. Todo hace prever que crecerán las movilizaciones y el dilema resistencia-represión determinará la cotidianidad política.

Para justificar la represión se ha aplicado la misma estrategia utilizada a lo largo de la historia por regímenes autoritarios y dictatoriales. Hitler acusó a los comunistas del incendio del Reichstag para suprimir las libertades. Franco se inventó una revolución para justificar el levantamiento militar. Erdogan lleva a cabo una represión generalizada justificándose en un golpe de estado que muchos autores denunciaron como inducido. Incluso Donald Trump acusa a los mexicanos de violadores y narcotraficantes para justificar la represión de los inmigrantes, vengan de donde vengan.

Desde el inicio, primero el gobierno de Rajoy y después el juez Llarena, han equiparado el referéndum del 1 de octubre y la declaración del 27 a un golpe de estado violento y han acusado a los líderes soberanistas de "rebelión" y a los grupos afines de "terrorismo". Se han encontrado, sin embargo, con la respuesta del Tribunal de Schleswig-Holstein, que no vio violencia en la actuación del president Puigdemont. Ha sido un hecho importante que alimenta alguna confianza en la justicia (alemana). Sin embargo, toda la maquinaria del estado español y los medios adictos al régimen se han puesto a trabajar inmediatamente para mejorar el relato tan falso como mal explicado por el juez del Supremo. Y la acusación a los CDR de "terrorismo" tiene mucho que ver con ello. Como las informaciones sobre subvenciones a Òmnium Cultural que serán presentadas para justificar la malversación...

Podemos confiar en la independencia de los jueces alemanes, pero la presión española ha empezado a dar sus frutos. Los fiscales alemanes, que tienen dependencia jerárquica gubernamental, ya han concertado un encuentro con los colegas españoles para explicarles lo que tienen que hacer para que los jueces les den la razón.

El deep state español pretende derrotar la causa catalana al menos por una generación a base de encarcelar a los líderes soberanistas, atemorizar a la ciudadanía y neutralizar las instituciones representativas y de la sociedad civil. Es una iniciativa agresiva y al mismo tiempo provocadora que hará imposible ninguna rectificación en ninguno de los dos bandos en conflicto y eternizará las hostilidades. En este sentido, hay que subrayar el coraje del president Puigdemont cuando dijo esta semana en Berlín que sigue abierto al diálogo añadiendo que quizás la independencia no es la única solución. Está claro quién quiere la paz y quién no.