El domingo, más de 50.000 personas se manifestaron ante el consulado alemán en Barcelona para expresar su apoyo al president Puigdemont, detenido en Neumünster, pero el diario Bild Zeitung dedicó su portada a los contenedores incendiados en el centro de Barcelona por folloneros provocadores, gamberros habituales y militantes ingenuos. La espectacularidad de los disturbios relegó la protesta mayoritaria a un segundo término. Los disturbios fueron inmediatamente aprovechados y magnificados por el ministro español del Interior, Juan Ignacio Zoido, para alimentar el falso argumento en que se basan todas las acusaciones contra los líderes soberanistas, en el sentido de que hubo delito de rebelión porque hubo violencia.

Sin embargo, grupos minoritarios pero con alguna sospechosa coordinación, han cortado carreteras, quemado neumáticos, generado el caos circulatorio y perjudicado estúpidamente a la ciudadanía. Asimismo han empezado a circular por las redes sociales unos panfletos probablemente apócrifos pero atribuidos a los Comités de Defensa de la República (CDR) y a otros grupos presuntamente soberanistas que llaman a la intimidación de la gente, lo cual no casa en nada con los valores republicanos que dicen defender.

Es una obviedad que estos incidentes perjudican el prestigio de la causa catalana en general y probablemente la estrategia de defensa de los abogados del president Puigdemont y del resto de exiliados catalanes. Por alguna razón los líderes soberanistas, muy especialmente el president Puigdemont, los presos y, todavía más específicamente, los expresidentes de la Assemblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, respectivamente, han llamado una y otra vez a no caer en la provocación y mantener la actitud digna y pacífica que ha caracterizado el movimiento soberanista hasta ahora.

El caso es que sí, que hay provocadores, que también son los grupos vandálicos que suelen aparecer al final de cualquier manifestación, sea de protesta política o de euforia futbolística, pero lo más preocupante es que grupos independentistas caigan en la trampa de la agitación gratuita. En este sentido, vale la pena recordar ahora la Teoría de la Estupidez, desarrollada por el irónico economista italiano Carlo M. Cipolla, según la cual "una persona es estúpida si daña a otras personas o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia personal a cambio, o, incluso, provocándose daño a sí misma". Y el problema es, tal como sostiene el autor de la teoría, que siempre subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación, y por eso advierte que "una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir" y que "asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error muy costoso".

Lo más preocupante es que grupos independentistas caigan en la trampa de la agitación gratuita

Aquí los grupos que suelen expresar su radicalidad con mayor vehemencia tienen una responsabilidad. A la ANC y, sobre todo la CUP, les corresponde utilizar la autoridad moral que tienen sobre determinados sectores de la ciudadanía para advertirlos que no se dejen engatusar. Se supone que si las calles tienen que ser siempre nuestras será para que todo el mundo pueda circular libremente. Las protestas tienen como objetivo llamar la atención, pero para ganar apoyos, no para perderlos. Eso ya hace tiempo que lo teorizó Lenin, un autor que seguramente desconocen los partidarios de romper por romper. Sabía de revoluciones y cuando se dio cuenta de que la estupidez radical amenazaba el éxito de la propia Revolución escribió un libro titulado El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, y entre las conclusiones advertía: "La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Eso es principal. Sin eso es imposible dar ni el primer paso hacia el triunfo. Pero de eso a la victoria final todavía falta mucho. Con sólo la vanguardia, es imposible triunfar. Lanzar sólo a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando las grandes masas no han adoptado todavía una posición de apoyo directo, o al menos una actitud de benevolencia neutral, sería no sólo una estupidez, sino también un crimen. Y para que las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos lleguen a ocupar esta posición, la propaganda y la agitación solas son insuficientes. Por eso es necesaria la propia experiencia política de las masas. Esta es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones...". Si mal no recuerdo, en los viejos tiempos de la Crida a la Solidaritat, el amigo Carles Riera era el más leninista de todos.