Acabamos de empezar un año en que todo puede estallar. Incluso la guerra en Ucrania o en el Magreb. La lista de explosiones previsibles es larga pero lo que resulta absolutamente incierto son los estragos que van a venir a continuación. Aunque tampoco hay que ponerse apocalíptico. Cuando todo va mal, la sensación de caos inminente tiene aspectos fascinantes para los que no tienen nada que perder y esperan que todo reviente, y un incentivo de los que sí perderían para hacer lo que sea necesario y evitar males mayores. Y todo no será malo. Caerán gobiernos que se lo merecen y quizá algún régimen también. Incluso cerca de aquí tendremos espectáculos para mojar pan. ¿Qué pasará cuando el rey emérito vuelva una vez que le escondan bajo las alfombras del deep state toda la mierda que todavía flota? ¿O qué pasará si, como ha anunciado él mismo, vuelve Carles Puigdemont, quien, con toda seguridad, sería recibido como un héroe por la multitud, que sigue considerándole el president legítimo?

Amenaza rusa en Ucrania; tensión en el Magreb; debilidad de Estados Unidos y Europa frente a Putin, Xi y Erdogan; Alemania vulnerable y Francia, Italia y España con gobiernos en la cuerda floja

Vamos por partes. De momento, no se puede descartar un nuevo confinamiento, ni se puede asegurar que las escuelas abran la próxima semana. Aquí y en todas partes. Aunque el problema que genera más angustia es que vuelva a fallar la cadena de suministros y vuelva a detenerse la producción industrial. Un nuevo paro tendrá consecuencias económicas y efectos psicológicos perniciosos. Porque todo el mundo confiaba en que una vez superada la pandemia habría una reanudación fulgurante y ahora las esperanzas han caído en picado dada la facilidad con que el virus muta y circula llegando a todos los rincones del planeta. Estamos ante el mayor desafío del capitalismo. Los estrategas de Wall Street están hechos un lío de contradicciones. Los analistas se esfuerzan en elaborar mensajes que no sean pesimistas e insisten en no descartar algún crecimiento suave de la economía en Estados Unidos a finales de año, pero no esconden que habrá sacudidas históricas entre tanto. Y suelen ser estas sacudidas de ahí las que nos dejan aquí groguis. De repente, todo ha subido de precio, muy especialmente el transporte y la energía —la luz y el gas—, todo ello excitado con crisis geopolíticas francamente peligrosas.

Precisamente, el principal quebradero de cabeza del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es la amenaza rusa sobre Ucrania. También lo es de Europa y aún con más razones, teniendo en cuenta la dependencia europea del gas ruso, pero una vez jubilada Angela Merkel, el Viejo Continente se ha quedado huérfano de líder y los principales gobiernos europeos se ven vulnerables y están muy agobiados con sus asuntos internos. Cuando las cosas van mal, los gobiernos de los países democráticos suelen pagar la factura. El desgaste político les hace más débiles y sus adversarios se sienten más fuertes, como Vladimir Putin o Recep Tayyip Erdogan, que están aprovechando la ocasión.

¿Qué pasará cuando el rey emérito vuelva una vez que le escondan bajo las alfombras del deep state toda la mierda que todavía flota? ¿O qué pasará si, como ha anunciado él mismo, vuelve Carles Puigdemont, quien, con toda seguridad, sería recibido como un héroe por la multitud, que sigue considerándolo como el president legítimo?

En Estados Unidos habrá elecciones legislativas en noviembre, las llamadas midterm, que suelen castigar al partido del presidente. Si tenemos en cuenta que Joe Biden obtiene una desaprobación superior al 51% y que pierde todas las encuestas que le enfrentan a una hipotética batalla con Donald Trump, resulta bastante previsible que los demócratas pierdan el control si no de las dos al menos de una de las cámaras. Esto significa que las iniciativas de la administración demócrata serán bloqueadas por la derecha todavía secuestrada por Trump. Ni que decir tiene la repercusión negativa que el ascenso del trumpismo ha tenido para el resto del planeta en general y para la democracia en particular. La pérdida de liderazgo planetario de Estados Unidos se corresponde con el aumento de la autoridad china y rusa en el mundo, lo que, desde el punto de vista de la libertad y los derechos humanos, será un retroceso... que Europa no es capaz de contrarrestar. Una prueba fehaciente es la debilidad europea ante las actitudes agresivas y beligerantes internas y externas de la Turquía de Erdogan. Bombardea a los kurdos, hostiliza a Grecia y Chipre, pero es un aliado militar, miembro de la OTAN y un importante socio comercial de la Unión Europea. Todo ello pasa por delante de los derechos humanos e incluso de las causas humanitarias.

En Europa todo está por hacer con los principales gobiernos —Francia, Italia, Alemania y España— en situación precaria. En Alemania la coalición semáforo que preside el canciller Olaf Scholz es todavía una incógnita. Nada más empezar se ha encontrado con la crisis con Rusia, con la pandemia arrasando ahora más en Alemania que otros lugares y con la inflación en el 6%, un dato que genera malos recuerdos y ataques de pánico al Bundesbank. La participación de los Verdes en el gabinete obliga a la descarbonización de la economía alemana, algo que impone importantes sacrificios en un momento tan difícil.

La pandemia juega contra los gobiernos y decidirá si existe cambio político en Francia. Emmanuel Macron hace tiempo que no es lo que era. Los conflictos de todo tipo le han desgastado hasta el punto de que una nueva candidata de la derecha republicana, Valérie Pécresse, le pisa ya los talones y amenaza con la victoria en segunda vuelta en las elecciones presidenciales previstas para el mes de abril. Macron parece de todo menos de izquierdas, por eso no entusiasma a su clientela, mientras que Pécresse arrinconará a la extrema derecha pero está en condiciones de llegar a la presidencia... con sus votos.

La inestabilidad política en Italia es crónica pero Mario Draghi, en tanto que primer ministro, había iniciado una etapa de cierta tranquilidad con un gabinete técnico apoyado por seis partidos diferentes e ideológicamente muy heterogéneos. Ahora el expresidente del Banco Central Europeo se está postulando para presidente de la República. El Parlamento hace la elección este mes y si Draghi sale elegido, que parece lo más probable, le obligará a encontrar un nuevo primer ministro que cuente con el apoyo del mismo puzle político o convocar elecciones anticipadas en plena pandemia, lo que también tiene absolutamente angustiados los mercados financieros.

Y llegamos al Reino de España donde también todo es posible porque todo se sostiene con pinzas y cualquier chispa puede provocar un incendio descomunal. La única ventaja que tiene Pedro Sánchez es que Pablo Casado ha puesto al descubierto su mediocridad como líder. Sin embargo, las encuestas son contradictorias y aparte del Partido Popular y Vox hay un búnker instalado en las estructuras del Estado que no dejarán pasar ni una ocasión de derribar al Gobierno. Parecía que una vez aprobados los presupuestos la legislatura estaba asegurada, pero la pandemia, otro confinamiento, otra vez los ERTE, el precio del gas, el precio de la luz, el reparto de los fondos europeos —que siempre dejarán algunos insatisfechos— y el peor balance económico de la Unión Europea se presenta como un auténtico calvario para el gobierno español. Y el PP le convoca elecciones en Castilla y León para levantar la moral de Casado y también lo hará en Andalucía. Y según como vayan las cosas, Pedro Sánchez convocará también elecciones anticipadas no tanto porque lo dice Iván Redondo sino porque no tenga más remedio. En medio de la desafección general provocada por la pandemia, el rey emérito se presentará en Madrid la mar de campechano. Y por mucho que lo intenten desvirtuar será un escándalo difícil de digerir porque será la confirmación objetiva de que el régimen es corrupto. Será una complicación más para el gobierno “más progresista de la historia” y muy especialmente para los aliados que le apoyan, desde Unidas Podemos a Esquerra Republicana. No será una crisis de Gobierno, será una crisis de régimen y el régimen se defenderá como una bestia malherida que dejará al PSOE en muy mala posición.

Y como siempre Catalunya estará en el centro del escenario, porque el conflicto catalán siempre ha sido la herramienta preferida para tapar las miserias españolas. Continuará el ataque sistemático y constante de la derecha y el búnker judicial, convencidos como están de que Catalunya es el flanco débil del PSOE y, precisamente por eso y en año electoral el Gobierno de Pedro Sánchez no solo no se atreverá a mover un dedo para resolver el conflicto catalán, sino que volverá a competir con los rivales españolistas exhibiendo intransigencia. Ya ha dado largas esta semana en la mesa de diálogo y a medida que pase el tiempo y aumenten las angustias electorales volverá a surgir el ardor guerrero al tiempo que los jueces vayan interviniendo escuela por escuela. La posición de Esquerra Republicana será muy comprometida, pero también la de Junts per Catalunya, unos porque no podrán mantener el apoyo a Sánchez y tampoco lo harán caer, y otros porque no podrían mantenerse en el Govern con ERC criticándolos todos los días.

Y al fin y al cabo nadie sabe —e incluso quizá sea bueno que no se sepa— qué reacción se prepara para cuando los tribunales europeos, que es la única esperanza que les queda a los demócratas catalanes, den la razón a los represaliados. Hay muchos procesos pendientes pero alguno podría caer este año. El president Puigdemont ha celebrado esta semana su cumpleaños y ha dicho que piensa celebrar el próximo en casa, se entiende que en libertad. Si esto fuera así estallaría Catalunya, estallaría España y, de rebote, estallaría Europa, porque España no bajará del burro... y Catalunya, tampoco. Que tengan un buen año.