El antropólogo Arjun Appadurai, uno de los grande expertos mundiales en el proceso de globalización, sostiene que la pérdida generalizada de soberanía económica de los estados ha determinado un desplazamiento consistente en poner más énfasis en la soberanía cultural. En este contexto, no tiene que sorprender que "la tendencia mundial en gobiernos existentes y en muchos movimientos populistas aspirantes a gobernar consista en escenificar la soberanía nacional recurriendo al mayoritarismo cultural, el etnonacionalismo y la asfixia de toda disidencia interna, intelectual o cultural"(1)

Appadurai, nacido en Mumbay (India) y residente en los Estados Unidos, donde ha desarrollado una larga trayectoria académica, hace esta reflexión a propósito de lo que define como la "fatiga democrática" en la era de la globalización. Es decir, la reacción por la que una parte de los electores decide poner al frente de las democracias a líderes autoritarios y populistas que cuestionan la democracia. La tendencia parece consolidarse por todas partes: los Estados Unidos de Trump (es curioso, porque casi escribo "de Putin"); la Rusia -ahora sí- de Putin, la India de Modi y la Turquia de Erdogan son los ejemplos más claros. Y en el corazón de Europa, la Hungría de Orban y la Polonia de Dudan. Appadurai incluye en el mismo cuadro el Brexit y la política dura de May. Es cierto que Francia, con el socialcentrista Macron y Austria, con el ecologista Van der Vellen, han frenado, casi al límite, el ascenso de la extrema derecha -y la izquierda extrema-, pero nunca los niveles de apoyo a formaciones ultras como el FN habían sido tanto elevados.

Si añadimos el exitoso híbrido de autocracia política y ultraliberalismo económico que rige China -un "modelo" venerado en las principales escuelas de negocios de Occidente-, la conclusión es que el capitalismo ha resistido la penúltima gran crisis, la del 2008, que todavía se arrastra, pero la democracia se ha resentido como nunca desde el otro gran crac, el de 1929, y no parece que los llamamientos recurrentes de la intelligentsia progresista mundial a edificar una democracia "cosmopolita" hayan servido de mucho. "Los cerca de 62 millones de norteamericanos que votaron Trump votaron por él y contra la democracia", explica Appadurai. Es decir, han votado por el "America First!:" identidad cultural/nacional + valores asociados, da igual que sean construidos, soñados, imaginados o directamente falsificados.

¿Qué se puede esperar, en este escenario, en lo que respecta al conflicto Catalunya-Espanya? Una de las conclusiones más claras que se desprenden es que, en cuestión de autoritarismos con fachada democrática, la España de Mariano Rajoy, anclada en una sólida tradición demofóbica, puede acceder con todos los méritos al club global de los Trump y los Putin. El gobierno del PP lo tiene muy fácil para justificar ante la (nueva) comunidad internacional su negativa a permitir a los catalanes que se autodeterminen: los catalanes son como los mexicanos que intentan saltar el Muro o los ucranianos que no aceptan someterse al zar moscovita. En esa deriva global tiene todo el sentido que un fiscal se querelle contra la consellera Meritxell Borràs por un concurso público para comprar urnas, porque es "un trámite constitucionalmente ilegítimo (...) que conduce al pueblo español y a todos los ciudadanos de Catalunya a una indeseable crítica situación de enfrentamiento y de ruptura". Por una vez en la historia, parece que ahora es el mundo el que se acerca a las seculares maneras de hacer de España por lo que se refiere a los (malos) usos de la democacia.

En cuestión de autoritarismos con fachada democrática, la España de Rajoy, anclada en una sólida tradición demofóbica, puede acceder con todos los méritos al club global de los Trump y los Putin

La democracia, y, sobre todo, las urnas, son un arma muy poderosa en determinados escenarios. Todos los estados lo saben y, en la era global, en la era de la hiperconexión y la hipercomunicación en tiempo real, casi sin barreras físicas ni temporales, todo es más posible que nunca. Para bien y para mal. El mismo principio democrático que puede convertir un trol de Twitter en presidente de los Estados Unidos podría llevar a Catalunya a las puertas de la independencia de España, lo cual -he ahí la gran diferencia-, además de un acto de democracia es un acto de libertad. No de miedo. Cuando menos, en tanto que los que se sienten concernidos, una amplísima mayoría de la ciudadanía catalana que reclama poder votar, sea a favor o en contra de la independencia, se siente privada de una parte de la libertad política que democráticamente le corresponde. Efectivamente, en un Estado inhabitable, reclaman el derecho a ser libres, y escenifican la aspiración colectiva a hacer efectiva la soberanía a partir de una "cultura". Una cultura cívica i política. No tribal.

En la era global, el mismo principio democrático que puede convertir un trol de Twitter en presidente de los Estados Unidos podría llevar a Catalunya a las puertas de la independencia de España, lo cual -he ahí la diferencia- es un acto de libertad

A diferencia del discurso clásico y mayoritario del nacionalismo español (en muchos casos, mero patrioterismo), el movimiento soberanista catalán no se sustenta ni en el "mayoritarismo cultural", ni en "el etnonacionalismo", ni en "la asfixia de toda disidencia interna, intelectual o cultural". Entre otras cosas, porque un proyecto y una estrategia articulada sobre estos mimbres difícilmente podría llevar el independentismo a registros próximos o incluso superiores al 50% del voto. Todo el mundo sabe en Catalunya -incluso los etnicistas más tronados- que sin los Fernández y los Rufián no habrá independencia y esta continúa y continuará siendo la batalla ahora y después de la independencia. Que Oriol Junqueras apele a los catalanes y catalanas que quieren votar "no" a la independencia para asegurar que el referéndum se lleve a cabo, es otra prueba. Si es que prima algún "gen" en el movimiento soberanista catalán, es el gen democrático. Y más, si se trata de hacer la independencia. Por eso mismo también el expresidente Rodríguez Zapatero se despeñó cuando, en un acto de apoyo en Catalunya a la candidatura de Susana Díaz para las primarias del PSOE, aseguró que la lideresa andaluza no gusta aquí porque es "mujer y andaluza". Incluso el Baix Llobregat socialista -poco sospechoso de filoindependentismo- le paró los pies.

Si es que prima algún "gen" en el movimiento soberanista catalán es el gen democrático. Y más todavía, si se trata de hacer la independencia

En cambio, España no parece tener otros argumentos para convencer a los catalanes de que no se vayan que la cultura "española" es la mayoritaria en el Estado, como si eso fuera una nota "democrática" y no una situación de dominación cultural de la que se hace derivar una legitimidad política -por la misma razón que no se pueden usar libremente todas las lenguas del Estado en las Cortes españolas, solo los "españoles" en su conjunto tienen "derecho a decidir"-; que la "nación soberana" es España, y que el resto son, como mucho, "naciones culturales" -como dice Pedro Sánchez en un alarde de comprensión de la diversidad nacional del Estado-; que si Carles Puigdemont va a Cibeles a hablar de la independencia hace un acto "ilegal", como ha dicho Cristina Cifuentes (criminalización política del "disidente"). Y que si Manuela Carmena le ha cedido un local municipal para que el president de la Generalitat pueda explicarse es porque hace el "juego" a los independentistas. Que es lo peor, seguramente, que se le puede decir a una alcaldesa de Madrid en la España (neo)inquisitorial que busca desesperadamente el nuevo demonio interno, ahora que ya no hay ETA que dispare. Y, en fin, que cuando Soraya invita a Puigdemont a ir al Congreso a eso que se ha llamado "hacer un Ibarretxe" -o sea, a despeñarse contra la mayoría nacional-estatal (española), que siempre bloqueará cualquier alteración del statu quo territorial-, lo hace amparándose en una ley "democrática", la Constitución española, no para fortalecer la democracia, sino para humillar al otro. Por supuesto, desde una posición de dominio político-cultural. A Xavier García Albiol se le escapó en un tuit que luego borró.

Santamaría invita a Puigdemont al Congreso amparándose en una ley democrática, no para fortalecer la democracia, sino para humillar el otro desde una posición de dominio político-cultural

La propuesta catalana de referéndum (más allá de sí tiene que llevar o no a la independencia) parece una vía bastante más practicable que algunas otras (democráticamente y culturalmente) para hacer frente a la (peligrosa) fatiga democrática que afecta a las sociedades inmersas en el proceso de globalización. Al Estado español no le vendría mal el considerarla. Por una vez en la historia -y en este caso, para ir felizmente contracorriente- no le haría daño ponerse de parte de los que quieren ser libres.

 

(1) APPADURAI, Arjun (2017) "Fatiga democrática". En: El Gran retroceso. Barcelona: Seix Barral/Planeta, 35-52.