Fue un hecho inédito. Ni 48 horas después de cerrar las urnas el 10 de noviembre pasado, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazaban y firmaban un documento. Eran los primeros pasos del primer gobierno de coalición de izquierdas desde la Segunda República. Después de meses de toma y daca, Podemos, un partido de izquierdas surgido de las plazas del 15-M, llegaba hasta muy arriba. El partido que prometía "asaltar los cielos" asaltaba la Moncloa por la puerta de delante. Y lo hacía con un ambicioso programa de gobierno progresista que tenía que cambiar el paradigma de las cosas. Pero la realidad fuera de Madrid ha sido otra muy distinta.

El choque con la realidad vino el domingo pasado, fuera del ecosistema de la capital. Una "derrota sin paliativos" en palabras del mismo Pablo Iglesias, gran perdedor de la noche electoral. En Euskadi, pasaron de ser la tercera fuerza con 11 diputados a ser la cuarta con 6, casi la mitad y superados por los socialistas. En Galicia las cosas fueron todavía peor: de ser la segunda fuerza con En Marea (14 escaños), superando a los socialistas, a desaparecer del Parlamento. Los grandes ganadores: las izquierdas independentistas de EH Bildu y el BNG, que se llevaron todas estas fugas.

Un año antes, el 26-M, ya hubo una primera advertencia cuando se estrellaron contra las doce elecciones autonómicas. Podemos perdió más de la mitad de su representación en los parlamentos regionales e incluso salió de las cámaras de Cantabria y Castilla-La Mancha. Pero aquel aviso a navegantes no fue debidamente escuchado y corregido.

Ahora desde Podemos entonan el mea culpa, atribuyendo la debacle a la "debilidad organizativa en los territorios". Fuentes de la formación se escudan en las "peleas internas de la etapa anterior" para justificar los pésimos resultados. La ejecutiva, reunida este viernes sin cobertura periodística, ha concluido que hace falta poner en marcha "cuanto antes mejor" todo lo que se aprobó en la última asamblea ciudadana de cara al próximo ciclo electoral, que será el de Catalunya. "Estamos a tiempo de recuperarnos sobre los resultados actuales", sostienen estas fuentes.

Como síntoma de lo que le pasa a Podemos, lo que pasó en Galicia. La marca En Marea se la quedó Luis Villares, que rompió con Podemos, Anova, Equo e Izquierda Unida, y se presentó con el Partido Galeguista y Compromiso por Galicia. Por su parte, Podemos optó por presentarse bajo la marca de Galicia en Común. El domingo pasado se tradujo en dos listas en los colegios, y las dos quedaron fuera del parlamento. Con una visión desde el territorio, el renacido BNG de Ana Pontón se lo llevó todo por delante, situándose como líder de la oposición. De nada sirvió el efecto Moncloa, con una agenda que se ha visto congelada por la pandemia y descafeinada por el PSOE. Tampoco se ha notado el activo de Yolanda Díaz, una de las ministras mejor valoradas por las encuestas.

Descomposición también en Madrid

El lento naufragio de Podemos, que viene de lejos, se ha hecho muy evidente en la periferia, pero también en el Podemos estatal. La cúpula se ha ido quedando cada vez más sola. Primero fue la ruptura de Íñigo Errejón para formar Más Madrid, que ahora hace un año y pico barrió a los de Pablo Iglesias en la Asamblea de la Comunidad. Acto seguido, el pasado febrero, vino la ruptura por parte de la corriente Anticapitalistas, que denunció un "modelo organizativo y régimen interno basado en centralizar los poderes". Era la última corriente crítica que quedaba dentro de la formación.

Ahora Podemos es un partido personalista, hecho a medida y controlado únicamente por Pablo Iglesias, con las consecuencias que eso comporta, más negativas que positivas a la luz de los resultados en las urnas. También se ha visto reflejado en el Congreso de los Diputados: de los 69 escaños que obtuvieron en diciembre de 2015 a los 35 diputados que tienen a día de hoy. En el CIS de esta semana sigue por debajo de los resultados que obtuvo el 10-N.