La imagen de este martes en Madrid quería representar la unidad, la paz, la tregua. Pero también era una imagen envenenada. En un mismo escenario, en un plano de igualdad, un atril al lado del otro, estaban Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso. Y sí, hubo foto conjunta y el líder virtual del Partido Popular consiguió el apoyo público de la lideresa madrileña, que le dedicó algún elogio. Pero al mismo tiempo le dejaba claro que nadie estaba por encima suyo. Tanto por la puesta en escena como por el discurso. Mientras el gallego se llenaba la boca de centro, la madrileña le eclipsaba con un discurso agresivo, equiparable al de la extrema derecha, especialmente en lo que tiene que ver con las políticas de igualdad. Y dejaba caer un aviso a navegantes: "Somos un equipo de soldados que te acompañaremos, pero un equipo que tiene poca paciencia para las tonterías y poco aguante para las imposiciones". Para quien se quisiera dar por aludido.

No es el único fantasma que sobrevuela Génova 13. Al día siguiente que oficializara su candidatura, que acabaría siendo única, en Castilla y León el PP cerraba un acuerdo de gobierno con la extrema derecha de Vox: presidencia de las Cortes, vicepresidencia de la Junta, tres consejerías y subordinación programática (por ejemplo, sustitución de la ley contra la violencia de género por una ley "contra la violencia intrafamiliar"). El primer gobierno autonómico donde pasa, para sorpresa de sus colegas del Partido Popular Europeo. Todavía ni siquiera ha tomado las riendas de la formación y ya se había encontrado el primer marrón encima de la mesa. Se le vio realmente incómodo, después de tanta apelación al centro y la "moderación". Empezó la semana diciendo que el pacto era "perfectamente legítimo" y acabó desvinculándose del acuerdo.

Quienes le han tratado de cerca en Galicia aseguran que es muy de derechas, pero durante años se ha vendido Alberto Núñez Feijóo como el nuevo hombre del ala moderada de la derecha española. Como ya pasó con el exalcalde madrileño Alberto Ruiz Gallardón, el mismo que intentó acabar con la ley del aborto como ministro de Justicia (y finalmente la ley del aborto acabó con él). Se le ha vendido como el hombre capaz de conseguir cuatro mayorías absolutas, sólo a la altura de Manuel Fraga, y capaz de dejar a la extrema derecha de Vox sin representación a su tierra. Pero tiene un handicap: le persigue el pasado. No su pasado personal (la foto con el narco Marcial Dorado ya parece amortizada), sino el pasado de su partido. La realidad es muy tozuda.

Hay analistas de Madrid que ya han bautizado este fenómeno como el síndrome de Pablo Casado. Después del acoso de los tribunales por la corrupción, el presidente saliente del PP representaba savia nueva, una nueva generación que tenía que llevar estabilidad y claridad de ideas para un centroderecha moderno y sobre todo control en el partido. Pero primero por Vox y después por Isabel Díaz Ayuso (que él mismo promocionó a candidata), Casado vio cómo le marcaban cada uno de sus pasos. Y de tantos giros a la derecha y al centro acabó pareciendo una peonza que perdía el control.

El presidente de la Xunta todavía no ha sido entronizado en el XX Congreso del PP en Sevilla. Eso pasará el 1 y 2 de abril. Pero ya ha dado síntomas. Lo hizo la semana pasada con el acuerdo de gobierno con Vox en Castilla y León. Y también ha dado muestras esta semana. El martes, al lado de Ayuso, reivindicaba que "el Partido Popular siempre ha tenido la vocación de estar en el centro de la política española". Al cabo de dos días ya compraba y asumía el programa e ideario de la formación de Santiago Abascal, asegurando que la violencia vicaria --la ejercida por los padres cuenta a los hijos para hacer daño a las madres-- no es "violencia machista", sino "violencia intrafamiliar". Estas palabras llegaron un año después de que el Parlamento gallego aprobara por unanimidad incorporar a las víctimas de violencia vicaria en la ley gallega de prevención de violencia de género. Y Ayuso presiona para ir más allá: pide suprimir los 20.000 millones de euros del plan de igualdad.

Mientras, el centroderecha europeo se lleva las manos a la cabeza. Lo hizo el presidente del Partido Popular Europeo, el polaco Donald Tusk que consideró una "triste noticia" el pacto en Castilla y León. Un Donald Tusk que participó en actos del PP de Casado, pero que no acudirá al XX Congreso de Sevilla alegando problemas de agenda. En otros países del entorno, como Francia, ya saben cuál es el resultado de intentar emular a la extrema derecha: su desaparición del mapa político. Y el CIS ya admitía este miércoles que había subestimado la fuerza electoral de la formación de Santiago Abascal

¿Qué dice Vox?

Paradójicamente, esta misma semana, desde Vox han trasladado su percepción: ven más capacidad de entendimiento con el PP de Feijóo que con el PP de Pablo Casado. Por una parte, desde el entorno de Santiago Abascal argumentaban que no hay declaraciones de ruptura con su formación. Por otra parte, señalaban la circunstancia de que el primer gobierno autonómico de Vox se haya producido con Pablo Casado ya decapitado y con Alberto Núñez Feijóo con las riendas del partido, aunque no de forma oficial. Los ultras no descartan que haya una reunión Feijóo-Abascal una vez haya pasado el Congreso de Sevilla. Mientras, Pedro Sánchez se sonríe en La Moncloa.